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¿Tiene sentido la marcha del Cosep?
Carlos Herrera | Niú
Carlos Herrera | Niú

"El pueblo nicaragüense tendrá que hacerlos abandonar el poder, ya sea derrocándolos, ya sea sacudiendo la tierra hasta que caiga la última alianza vital de Ortega-Murillo".

     

Diciembre 13, 2018

Hay que apoyar cualquier acción no violenta contra la dictadura, aprovechar cualquier espacio, arrebatarle pedazo a pedazo los derechos conculcados al pueblo. Por esa razón no puede uno menos que aplaudir que los empresarios del COSEP anuncien su intención de llamar a una nueva marcha opositora, y de ampararla bajo su personería jurídica.

Dicho esto, queda pendiente la historia del colaboracionismo empresarial, que por el bien de todos no debe olvidarse, y quedan pendientes, con mucha mayor urgencia, preguntas, dudas sobre el futuro de la lucha democrática y del proyecto de sociedad que se persigue. Presento algunas.

La imposible negociación con Ortega

El COSEP continúa planteando el proceso de la salida de Ortega-Murillo del poder como una negociación con Ortega-Murillo. Pero por más que se oigan gritos estentóreos de “vamos ganando”, la dictadura no es Japón después de Hiroshima y Nagasaki, y la oposición no está en condiciones de obligarlos a una rendición incondicional.

En otras palabras, si piensan negociar con la dictadura, tanto el COSEP como la Unidad deben decirnos qué piensan darle a Ortega, a Murillo y a sus seguidores. Porque el problema fundamental de negociar una solución con el régimen es que el menú de concesiones a la vez aceptables para Ortega-Murillo y compatibles con una transición democrática es una hoja en blanco.

Sicarios, Juventud Sandinista, policías, y soldados, son los pilares del poder Ortega-murillista. ¿Podría Ortega-Murillo aceptar perderlos? ¿Puede haber transición si Ortega-Murillo no los pierde? ¿Puede haber elección libre si no se desarma a los sicarios y se desbanda a la Juventud Sandinista?

¿Aceptaría Ortega-Murillo someterse a la justicia? ¿Aceptaría Ortega-Murillo abandonar el país? ¿Habrá país que los acepte? ¿Sería factible para los políticos estadounidenses, ahora que la Nica Act se hace realidad, facilitarles el escape?

¿Estaría dispuesta la UNIDAD, y el COSEP a ofrecer amnistía a los genocidas? ¿Alguien cree que la ciudadanía estaría dispuesta a convivir con tan grotesca impunidad? Es más, ¿alguien cree que Nicaragua sea gobernable si Ortega-Murillo y su claque rabiosa quedan en libertad y mantienen sus riquezas?

El espejismo terrible de un “golpe de Estado democrático”

Uno puede imaginar (y quizás esa sea la verdadera ilusión, tanto de la UNIDAD como del COSEP) un escenario en el cual el Ejército, presionado por Estados Unidos, decide minimizar sus pérdidas, golpear la mesa a Ortega, y desarmar a los irregulares. Evidentemente, neutralizar a Ortega y desarmar a los irregulares es un componente esencial de cualquier transición democrática. Nadie con una onza de decencia en su alma y con dos dedos de frente puede oponerse a que ocurra.

El problema es, como siempre, el después. Un “golpe de estado democrático” llevaría, en el mejor de los casos, a una democracia mediatizada, en la cual el poder tras el trono seguiría siendo el militarismo de origen FSLN: una nueva versión del “gobernar desde abajo” que podría ser la siguiente plaga de nuestra funesta historia.

No obstante, tal “solución” podría parecer atractiva a las élites nicaragüenses, cuyo anhelo de estabilidad compite dolorosamente (y casi siempre, favorablemente) con su amor a la democracia. Quizás se convenzan ellas mismas de que es la única alternativa razonable, la madura, la posible. Pero yo dudo que el escenario de “golpe democrático” baste a las grandes mayorías, hartas ya del autoritarismo, del militarismo, de pactos y de impunidad.

Peor aún, por lo que se sabe del accionar del Ejército de Nicaragua, y de la historia de otras naciones de América Latina, el escenario de golpe—disfrácese como se quiera—podría ser una amenaza contra la seguridad de los ciudadanos, especialmente la de los activistas democráticos, cuyas vidas correrían peligro en cuanto cuestionen el nuevo modelo de poder. Y esta vez los enemigos de la libertad tendría más amigos, en más lugares–y una mejor presencia escénica.

Conclusión

Desde mi punto de vista, para los ciudadanos democráticos el llamado a la marcha y la retórica de diálogo tienen sentido únicamente si el propósito es aprovechar la creciente debilidad diplomática del régimen y arrancarle espacios que permitan al pueblo retomar la iniciativa en la lucha. Porque lo que asoma en el horizonte es la sombra de posibles escenarios mucho más traumáticos, costosos y dolorosos que el acuerdo “civilizado” de “elecciones libres”, y “elecciones adelantadas” que oficialmente persiguen tanto el COSEP como la Unidad.

No hay espacio, ni historia, ni disposición, para tal acuerdo, más que en las elucubraciones de ciertos académicos estadounidenses, quienes pueden darse el lujo de enriquecer sus curriculums y sus consultorías con nuestras tragedias.

La dictadura no caerá por las armas, pero tampoco caerá por las buenas. El pueblo nicaragüense tendrá que hacerlos abandonar el poder, ya sea derrocándolos, ya sea sacudiendo la tierra hasta que caiga la última alianza vital de Ortega-Murillo, la que mantiene con la cúpula militar.

Cualquiera que sea la escena final de este acto, marcará apenas el comienzo de la lucha por construir la democracia, por completar el largo y sangriento parto de la nación nicaragüense.

La esperanza es que esa lucha pueda continuar sin que sicarios, francotiradores, matones y pandilleros siembren el terror entre los nuestros.