Quién iba a pensar
Que esa mañana era el último adiós
Un trino de Twitter lo anuncia,
así como un voceador anunció lo de Darío:
¡Un príncipe ha muerto!
El mundo conmocionado alcanza a decir:
Se nos ha ido el que cantaba lo mejor de nuestro pasado.
Quien nos enseñó en sus manos a beber agua.
El tristísimo y monumental Triste de 1970.
José José ha apagado la luz.
Un irrepetible nos deja.
Cantor de nuestros —¡ay, amor, amor!—
frustrados desbordes juveniles.
Porque heredamos a José José,
al Gavilán y la Paloma,
en aquellas tertulias del abuelo y el tío,
ambientadas con el Payaso que no tiene valor
ni para pegarse un balazo.
¡Cuánto recuerdo remueve una partida!
Saber que uno no es lo que quiere,
sino lo que puede ser…
Que las roconolas de las cantinas bramen.
Destapemos una botella y brindemos
—quizá con Bacardí blanco—
¡que el príncipe se va ya con Agustín y José Alfredo!
El trago que tanto afectó y abrigó a José José
es la mejor manera de inmortalizarlo,
(aunque la inmortalidad el mismo príncipe
la consiguió hace mucho: Dios entre nosotros).
Memoria y canto sentimental de México,
América, Iberoamérica… queda imperecedera su influencia.
Que sus canciones calientes nos queden sobre la Almohada.
Un príncipe ha muerto.
Que los honores estén a la altura.
Dos veces José, infinitamente José José.