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Una cajita de chicles
Foto: Susan Meiselas

     

Mi recuerdo más vívido del triunfo de la revolución es una cajita de chicles. El 18 de julio de 1979 los camiones cargados de guerrilleros triunfales procedentes de la zona sur de Nicaragua entraban a Masaya en dirección a Managua. En su trayecto, atravesaban la calle que va del parque central hacia el punto de referencia de las siete esquinas. En ese trecho, vecinos eufóricos los saludaban, entre ellos, una maestra de 22 años que masticaba chicle afuera de su casa. Justo en ese momento, una combatiente de las que iba arriba de los camiones miró a la chavala, señaló la cajita de chicles que tenía en la mano y extendió su brazo. La maestra se acercó, ambas se miraron durante unos segundos, sonrieron felices y la cajita cambió de dueña. La caravana siguió avanzando. La guerra había terminado.

Los chicles habían llegado a la maestra en un saco de provisiones. Sus colegas de trabajo en una escuela del barrio San Judas de Managua la visitaron en su domicilio en Masaya, donde permanecía refugiada con su familia. Le llevaron alimentos, artículos de aseo personal y algunas golosinas. Los días eran de zozobra constante, sin embargo, la mañana del lunes 17 de julio el dictador Anastasio Somoza Debayle huye del país. Al día siguiente, los guerrilleros responsables de la derrota somocista empiezan a avanzar victoriosos hacia la capital. Los habitantes del barrio oyen bocinas de vehículos y salen de sus viviendas. Son los combatientes, vienen en camiones. Todos los vitorean y les aplauden. Una de ellas, sucia y sudada por tantos meses de batalla, recibe de manos de una chavala una cajita de chicles.

Mi recuerdo más vívido del triunfo de la revolución es esa cajita de chicles. De la combatiente nunca se supo nada, ni siquiera su nombre, solo era una más de las tantas que volvían de pelear por una patria libre. De la maestra, hoy retirada, lo que les puedo contar es que es mi madre. De mí, el único dato relevante a esta historia es que nací en 1993.


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