Primero vaya mi felicitación al equipo de Niú por la magnífica labor realizada con el especial Asesinadas en Nicaragua. En esos ocho trabajos vemos no solo las diferentes caras de este problema, sino las maneras en que nos afecta a todos. El cuido de las fuentes, textos, fotografías, datos y animaciones también nos dan un panorama amplio y detallado de lo que ocurre, pero de modo especial destacaría un aspecto sumamente necesario: generan cercanía. Que un hombre mate a una mujer no es algo que ocurre allá en una comunidad perdida del Caribe, o aquí en un barrio céntrico de Managua, sino que es algo que está pasando dentro de nuestros círculos más íntimos. O que nos puede pasar a nosotras mismas.
Mientras revisaba el especial de Niú no podía evitar pensar en una mujer cercana a mi familia. Todavía no tiene 40 años, es madre de dos adolescentes y un niño pequeño y desde hace años es maltratada psicológica y físicamente por su marido. Su familia mira con cautela. No ha faltado quien le aconseje que lo denuncie. Familiares y amigos le han ofrecido ayudarla a salir del país, pero ha rechazado las ofertas porque no cuenta con las condiciones económicas para llevarse a sus hijos. Entonces los días pasan y ella sigue sus actividades cotidianas, trabaja fuerte, cuida a sus hijos mayores, juega con el pequeño, participa activamente en la iglesia que visita. Es morena, bonita, sonriente, conversadora y aparenta mucha menos edad de la que tiene. Sin embargo, siente miedo. Le dan dolores de cabeza y se enferma con frecuencia. Es lo que tiene vivir bajo el mismo techo con su verdugo. Es lo que tiene vivir la vida como si fuera una ruleta rusa. Todavía mientras lo escribo me niego a aceptarlo, me digo que no puede ser. Pero así es. Y sé que no soy la única testigo (cercana o lejana) de una situación como esta.
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Según ONU Mujeres es una de cada tres. Una de cada tres mujeres sufre violencia física o sexual a manos de un compañero sentimental. Eso significa que, si no somos nosotras mismas, puede ser nuestra madre quien sufre violencia, o nuestra tía, o nuestra mejor amiga, o nuestra compañera de trabajo. Pensemos en una mujer con quien compartimos diariamente. Puede ser ella y no lo sabemos. O lo sabemos y pensamos que son “peleas de pareja”, “etapas de la relación”, “cosas que nos pasan a todos”. Pero no. Detrás de la puerta hay una mujer maltratada, un maltratador y un entorno (familiares, vecinos, amigos, conocidos) que miran para otro lado porque “entre marido y mujer nadie se debe meter”.
No obstante, sería ingenuo creer que un femicidio lo comete solamente el marido o exmarido de una mujer. Ocurre en la mayoría de los casos, pero no es exclusivo. Un femicida puede ser cualquier hombre con quien tengamos cierta unión afectiva que, por diversas razones, muta en una relación de abuso de poder. Pensemos en nuestro novio o exnovio, en ese amigo con quien salimos algunas veces, en esa aventura extramarital. Y no solo pensemos en el “yo”, abramos los ojos hacia esa mujer con quien convivimos en la cuadra, en la oficina, en el gimnasio. Si no soy yo, puede que la próxima víctima sea ella. No podemos obviar esa realidad, ni debemos creerla cierta hasta que ya se hizo palpable. Eduquémonos, apoyémonos, estemos alertas. Decir una de cada tres no es reforzar la idea de que solo somos estadísticas. Tanta sangre a nuestro alrededor, tan cerca de nosotras, no es casualidad.