Estilo

80 años de historia a blanco y negro

Una fotografía a la Luminton
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La historia de un estudio fotográfico que aún sobrevive en Managua a pesar de la dictadura de la tecnología

     

I

-La luz está prohibida- advierte el hombre que parece carnicero. El tic-tac apenas perceptible del reloj corroído guía su ejecución en la penumbra. Desmonta un carrete y toma a tres personas por la cabeza y las sumerge violentamente en un ácido que emana un olor agrio. Una y otra vez. No hay gritos, solo se escucha su voz narrando lo que hace.

-Ya tengo todo medido. Sé cómo cortar, sé por dónde moverme; el reloj me indica cuándo debo cambiar del ácido al agua. No necesito la luz del todo. Veinte años en el negocio y cualquiera lo hace sin ver–

Se escuchan leves chapaleos en el agua.

II

La voz del hombre corresponde a Francisco José Ruíz. Su parecido con un carnicero no es en balde, usa un delantal y es alto y fornido como un campesino norteño. Asegura que jamás se le ocurrió terminar en este oficio, pero ahora es uno de los poquísimos expertos que existen en Nicaragua.

José trabaja en un edificio de la vieja Managua, en el barrio Monseñor Lezcano, que aún conserva ciertos aires (deteriorados) de décadas pasadas: casas de los setenta, llenas de grafitis, algunas clausuradas y otras ocupadas como ventas de ropa usada y chatarra de televisores.

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El interior del inmueble donde trabaja José esconde otra época. Vitrinas vacías, una alfombra roja roída, cámaras fotográficas de rollo, varios retratos ampliados de señoras con copetes estilizados, un recorte de periódico autografiado por Alexis Arguello, flashes de pedestal, juegos de ropa de vestir, paredes descascaradas y un olor húmedo de bodega.

III

-Cuando Graciela Morales abrió este negocio ¡sí que era la mamacita de Tarzán en Managua!, –recuerda José–. Aquí venían pobres y ricos. Se cobraba barato y se le garantizaba calidad al cliente. Era el estudio del pueblo; se hacían y se hacen trabajos impecables, por eso muchas personalidades todavía vienen, como el polémico Roberto Rivas.

Han pasado cuatro minutos. El reloj se detuvo como un corazón enfermo y José vuelve a retroceder las agujas. Enjuaga al trío de personas en agua dulce y las zambulle nuevamente en otro ácido. No hay gritos. El tic-tac vuelve a descontar segundos.

-La dueña y señora de todo lo que se ve ahora era mi tía, Graciela. Ella trabajó duro para formar su imperio y hasta logró comprar un Mercedes Benz de catálogo- presume José. Literalmente, lo que se ve ahora son salas repletas de objetos antiguos que parecen seguir en su mismo lugar desde hace años.

-La historia nace de una separación – vuelve a hablar José, mientras se queja del ácido que le amarillenta las manos. – Mi tía vivía con un señor, de quien aprendió el oficio, y luego instaló la empresa que se volvió referente de la vieja Managua.

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-Yo llegué aquí hace 20 años. Vine de Honduras y al ser el sobrino de doña Graciela era el privilegiado. Me metía en todos lados hasta que logré memorizarme todo el proceso–.

Un pequeño aire acondicionado trabaja a máxima potencia mientras José, al oír el nuevo clac del reloj, levanta el toque de queda: -ya se puede encender la luz.

IV

-Nos mantenemos gracias a las universidades, pues para los títulos prefieren revelado tradicional–. La bujía al encenderse devela un pequeño cuarto. En una mesa están los ácidos, y a la izquierda, otra mesa carga un aparato que parece submarino.

José esboza una sonrisa maliciosa. -Listo, ya tienen el color adecuado estos graduandos. Dejaré que se sequen y luego los pondré al ampliador – a la vez señala el aparato que parece submarino.

El proceso se pausa. Los negativos fotográficos, al exponerlos contra la luz, revelan a tres personas con birretes, que 15 minutos atrás, habían posado para la cámara en el estudio fotográfico Foto Luminton.

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La Luminton, como comúnmente se le conoce, es uno de los pocos estudios en Nicaragua donde se trabaja artesanalmente el arte de la fotografía. Allí, el programa Photoshop se conoce pero no se usa. Ahí, las restauraciones que ofrecen, se aplican con pinceles y colores manualmente.

V

En 1996 la tía de José falleció. Ella, en honor a la primera productora de cine creada en Argentina en 1931 llamada Luminton, bautizó su estudio con el nombre. Desde entonces, nada ha cambiado. El retrato de Graciela con boina sigue colgado, cuidando su estudio y las veteranas cámaras de placas siguen capturando imágenes.

A pesar que las nuevas tecnologías han introducido avances notables a la fotografía, la Luminton prevalece, porque el revelado artesanal imprime tonalidades en blanco y negro que ninguna impresora puede superar, explica José.
Parece magia cuando de los ácidos brotan rostros. En la segunda etapa del proceso, hay luces tenues.

-Ahora colocamos el negativo en el ampliador. Un flashazo impregna la imagen al papel fotográfico. Se sumerge el papel en ácido revelador y después en el fijador y aparece la imagen. Es el mismo proceso que con el negativo– explica José desde dentro del cuarto oscuro.

Con las fotos reveladas, José se quita el delantal que le infunde el aspecto de carnicero. Reconoce que es un negocio bonito, pero no muy rentable económicamente. El juego de cuatro fotos de títulos valen 150 y una sola bolsa de ácido vale un poco más de eso. De ajuste, no se consiguen fácilmente en Nicaragua.

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