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Una historia detrás de los 23 mil
Ilustración: Gabriel Benavente.
Ilustración: Gabriel Benavente.

En lugares como Jinotepe cada vez es más difícil encontrar jóvenes, todos han escapado de la ciudad para proteger sus vidas. El país se está quedando sin futuro.

     

El pasado 6 de mayo, en uno de los pocos fines de semana “tranquilos” que hemos tenido en Nicaragua, viajé de San Marcos a Managua con mis dos mejores amigas. Recuerdo que cuando pasamos el poblado de La Concepción, vimos que varios pobladores pintaban los postes del tendido eléctrico en azul y blanco: era como una fiesta cívica.

Entre la decena de personas que cargaban botes de pintura con las manos llenas de los colores patrios, vimos a la Vero. Ella fue una mis amigas más cercanas, estudió conmigo desde primer grado y tengo en mi memoria que su sueño siempre fue ser doctora, igual que su papá y mamá.

Ahí estaba ella, llena de pintura y con una gran sonrisa, orgullosa de manifestarse. Bajamos las ventanas y le gritamos emocionada “¡Verooo!”. Se volteó y dio unos pequeños saltos de emoción al reconocernos. Esa fue la última vez que la vi. Jamás imaginé que en un mes, nuestras vidas cambiarían tanto.

Vero y su familia

Siempre admiré a la familia de la Vero: ella y sus dos hermanos mayores tuvieron el cariño de toda persona que los conocía. Llevaban su alegría y humildad como bandera por cada lugar que pasaban. Su papá y mamá, ambos doctores y líderes comunitarios, emanaban esa misma energía positiva que los hizo ganarse el respeto del pueblo concheño.

Por su compromiso con la comunidad, no fue de extrañarse verlos involucrados en las protestas a partir del 18 de abril; primero solo fue Vero, que con sus compañeros de Medicina viajaba a Managua a participar en plantones y marchas. Luego, cuando las protestas iniciaron en cada ciudad, su hermano mayor decidió unirse a la organización logística de un tranque.

Cuando empezaron los ataques de paramilitares y antimotines, los heridos se comenzaron a contar por decenas. Vero y sus hermanos no se quedaron de manos cruzadas, así que con el apoyo de sus padres, convirtieron su hogar en un centro de atención para heridos. Decenas de jóvenes fueron atendidos ahí.

Poco a poco se involucraron más en el Movimiento 19 de Abril (M19A) de la ciudad, hasta que llegaron a ser parte de su dirigencia. Sabían que corrían un riesgo, pero su motivación y empatía por los demás era más grande que ese miedo.

“Éramos de las familias más amenazadas”

En junio empezaron las amenazas, los intimidaron diciendo que les quemarían su casa y que anduvieran con cuidado si no querían ser lastimados. Vecinos y pobladores decidieron organizarse para apoyarlos. Tomaron turnos por las noches para merodear y vigilar los alrededores de la casa y nunca los dejaron solos.

Sin embargo, el fin de semana de la masacre en Carazo, sabían que se acercaba lo inevitable: huir. La familia decidió que Vero y su hermano mayor debían ser los primeros en dejar la ciudad. Estuvieron en Managua una semana, pero luego recibieron la noticia que su pueblo también estaba bajo ataque.

“El domingo 14 de julio los paramilitares llegaron a La Concha. Dos horas antes que llegaran a mi casa, mis padres lograron salir. Dejaron cerradas todas las puertas y no se llevaron nada más que dinero en efectivo y papeles importantes”, me cuenta Vero. Ese día se despidieron de fotografías colgadas en las paredes, el árbol de mango que vieron crecer, la sala donde sus hijos dieron los primeros pasos, la cocina por la que pasaron generaciones. Le decían adiós a la caja de recuerdos que llamamos hogar.

La huida

“Cuando llegaron los paramilitares miraron que no había nadie, así que quebraron el portón a la fuerza y se quedaron ahí viviendo, mientras nos buscaban en diferentes casas”, continuó Vero. Para ese momento, sus padres estaban escondidos en el último cuarto de una casa, con las luces y celulares apagados, rezando por no ser descubiertos.

Un paramilitar entró a la casa donde se encontraban, pero por suerte nunca llegó hasta esa habitación. A partir de ese día los paramilitares saquearon su hogar, se llevaron hasta los zapatos y se tomaron el lugar para instalar un “cuartel” por casi dos semanas, mientras cazaban a las personas que quedaban.

Dos días después, los padres de Vero lograron contactarse con una persona que los ayudaría a cruzar la frontera con Costa Rica. Juntando lo poco que tenían, pagaron el transporte hasta llegar a Peñas Blancas, donde alguien los esperaba para indicarles los puntos ciegos por donde debían pasar.

Junto a ellos, iban sus dos hijos mayores, mientras Vero se encontraba aún refugiada en una casa de seguridad en Managua. “Mis hermanos me cuentan que lo que más les dolió, fue ver a mis padres con casi 65 años tener que cruzarse un muro”, expresó Vero con la voz entrecortada.

Un promedio de 200 nicas solicitan asilo cada día en el país del Sur, todos huyendo de la inseguridad generada a raíz de la represión gubernamental desde el pasado abril. Ese día, la familia de Vero se sumó a esa cifra.

“No nos arrepentimos de nada”

“Está esa sensación de que uno hizo todas estas cosas simplemente por ayudar y que nos hayan hecho eso por pensar diferente, duele”, reprochó Vero.

Además, los escasos recursos económicos no permitieron que Vero sacara a toda su familia del país “Tuvimos que dejar a mi abuelito porque no tenemos tanto dinero para sacarlo de forma legal y él no puede cruzarse un muro, tiene 80 años. Él me llama diario y me dice que nos extraña y eso duele mucho.

En la casa también quedó su perro de 10 años, el cual tuvo que convivir con los paramilitares durante diez días y que ahora se rehúsa a dejar su hogar. Sus vecinos lo visitan para jugar con él y darle comida, pero cada noche lo escuchan llorar por la ausencia de sus dueños.

Al igual que la familia de Vero, miles están siendo separadas y obligadas a dejar Nicaragua. En lugares como Jinotepe cada vez es más difícil encontrar jóvenes, todos han escapado de la ciudad para proteger sus vidas. El país se está quedando sin futuro.

“Yo no me arrepiento de ningún paciente que atendí, porque mi conciencia está tranquila y sé que aporté aunque sea un poquito a la historia de Nicaragua y lo volvería hacer, a pesar de todo”, concluyó Vero.


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