En pantalla

Una película de Gabriel Serra sobre “los otros” de Costa Rica
El cineasta Gabriel Serra
El cineasta nicaragüense Gabriel Serra durante la filmación de El Mito Blanco en Costa Rica. // Foto: Melisa Valarino

Migrantes nicaragüenses, afrocostarricenses e indígenas en El Mito Blanco: una producción del cineasta Gabriel Serra muestra a las comunidades dejadas “al margen”

     

Han pasado siete años desde que Gabriel Serra grabó su primera película, La Parka, que le valió ser el primer nicaragüense nominado al Óscar por Mejor Documental Corto en 2015. De esa historia sobre la muerte contada desde un matadero en México, hoy el cineasta presenta una sobre las comunidades que han sido invisibilizadas en Costa Rica con base en su color de piel: entre ellos, la nicaragüense, constituida por casi 400 000 personas según las cifras oficiales, el 7.4% del total de la población tica. 

Se llama El Mito Blanco, en referencia a esa creencia arraigada en el imaginario social tico de que toda o casi toda su población es de piel blanca, la cual también ha implicado el olvido de «los otros”, los migrantes y pobres: nicas, costarricenses indígenas y afrodescendientes. 

En representación de la comunidad nicaragüense, el filme de Gabriel Serra se adentra en la vida de Milagros, una de decenas de miles de exiliados, que salieron del país a raíz de la crisis sociopolítica producto de la represión estatal en 2018.  

A ambos documentales ha llegado guiado por su intuición. La Parka nació tras observar la gran cantidad de carne de res que consumían los mexicanos en las taquerías; el nuevo documental nació al leer un artículo periodístico que abordaba ese mito entre la sociedad de la que ahora forma parte. Serra migró a Costa Rica desde hace dos años y medio, y planea permanecer aquí por un buen rato. 

“Me encontré con un artículo en BBC Mundo de un colega de nosotros, que fue docente allá en la UCA, Arturo Wallace, él escribió sobre este mito y cuando yo leí sobre eso y que en el tiempo todavía se sostenía ese pensamiento, yo dije ‘¡Wow! Hay que hacer algo sobre esto’. Me parece impresionante que la gente piense de esa manera”. 

En su apartamento en la capital San José, Gabriel Serra comenta sobre su evolución como profesional y revela reflexiones personales que llegaron a raíz de su nuevo documental que se estrenó el pasado 22 de octubre en el cine josefino Magaly, donde se continúa proyectando. Además, este fin de semana la película fue seleccionada para participar en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara, México, donde competirá en la categoría Largometraje Documental Iberoamericano. 

Escogiste tres historias para representar la de centenares de miles de personas en el país, ¿cómo seleccionas a estos personajes? 

Comencé esta película y este proyecto de manera sensorial, viendo el tren que circulaba por la ciudad. Con mi pareja nos fuimos, Melisa Valarino, y con Maya Izquierdo, varios investigadores, entre ellos Lucía Vázquez. Básicamente, en una hora se podía hacer una radiografía visual de la zona urbana de San José. Me dije que era una imagen fuertísima dar a conocer un país a través de un tren. Comencé a identificar cuáles han sido las zonas más marginadas de este país. 

Por supuesto, soy nicaragüense, ya sabía la situación de los nicaragüenses, (pero) no quería caer en un retrato de la pobreza, ni de la lástima por los coterráneos. Tenía una línea ética bien marcada y un objetivo de por dónde andaba buscando la historia.

Nos encontramos con Milagros y su familia en La Carpio. Me gustó mucho el carácter de arraigo que tiene hacia nuestra cultura, nuestra gastronomía, hacia Nicaragua en un espacio de tierra que se llama La Carpio, que es como una isla donde ella, a pesar de ser una migración forzada, vivía en un contexto de mucho amor, de familia, donde educa a sus hijos, donde les hablaba mucho de su tierra. 

Por otro lado, estaba la historia de los afro costarricenses, que conocí a través de Google Maps. Me había imaginado un pueblo donde yo llegaba, había una vía del tren, unas casitas de tambo, como las caribeñas típicas, un lugar abandonado con gente adulta. Y justo eso me encontré, un lugar en el Caribe que se llama Madre de Dios. 

La tercera historia es la de los Ngäbe, que circulan en un espacio que les ha pertenecido por mucho tiempo. Hubo una división territorial entre Panamá y Costa Rica en la zona Ngäbe, que es en Bocas del Toro, San Vito y Sabalito, me fui a investigar y me enamoré mucho de esta imagen, de estas personas que trabajan el café de manera comunitaria y que quieren transmitir la cultura a sus hijos, pero los blancos los están exterminando y están quitándoles las tierras.

Gabriel Serra con parte de los protagonistas de El Mito Blanco, personas indígenas de la comunidad Ngäbe-Buglé. // Foto: Melisa Valarino

Tomaste la decisión de hacer especial énfasis en la vivencia de Milagros, la refugiada nicaragüense, durante la represión estatal en Masaya en 2018. ¿Por qué? 

Cada uno de los migrantes traemos nuestras propias vivencias, nos mueven distintas cosas. En este caso, me interesaba mucho la vivencia de Milagros por su característica como madre, como luchadora. 

Ella, de alguna manera, representa lo que hemos vivido los nicaragüenses en la actualidad (con) un contexto en que hemos sido marcados con una herida para toda nuestra vida, hemos vividos muchas situaciones críticas, de violencia también. 

Me interesaba retratar de una manera sutil y elegante, con espacios vacíos, estos espacios donde ella vivió, todo lo que vivió. Son espacios en la memoria de ella y parecían como espacios fantasmagóricos que ya no existen, pero están ahí. 

Vos también sos migrante nicaragüense, pero ciertamente no sos el migrante que comúnmente viene a Costa Rica. Y es ese migrante el que mayoritariamente sufre xenofobia y discriminación, porque se le ve como “el otro”, como el que no es blanco. ¿De qué manera tu vivencia personal marcó esta película?

Efectivamente nuestra piel o esta cara que tengo yo, marca mucho el trato, sea aquí, en Japón, en donde sea. Hay una manera en que los seres humanos tenemos al tratarnos que es primero nuestra piel y nuestro rostro. 

He sido una persona privilegiada en el sentido que no he tenido que recurrir a lugares de desesperanza, a lugares de angustias, por no tener plata, por no tener cómo moverme de lugar, por no tener trabajo… 

Las personas que han venido y he conocido en muchos espacios de exiliados, en muchas casas de refugio, que realmente lo que están viviendo acá los nicaragüenses es muy fuerte. 

Son unas situaciones deplorables, que a todos los que llegamos a ver esos espacios, realmente nos entristece, porque es mucha gente que no tenía la necesidad de estar en esta situación, pero se vio forzada. Como Gabriel no puedo hablar de que yo viví esa situación, pero sí soy una persona sensible con eso.

Un documental de Gabriel Serra en blanco y negro

¿Decidiste por alguna razón hacer esta película en blanco y negro?

El blanco y negro nace como una propuesta que el fotógrafo Odei Zabaleta me hizo… le parecía muy interesante lo que pasaba al homogeneizar las pieles, que no sintiéramos que hay blancos, negros ni mestizos o indígenas… y también porque estamos hablando de algo del pasado que se sigue hablando en el presente. 

Note que omitiste nombres y que, a diferencia de otros documentales, no hay tampoco textos de contextos. ¿Por qué? 

La película realmente ha sido mucho trabajo para mí. Una cosa es hacer un corto, otra cosa es un largometraje, ser ambicioso como lo que yo quería, cuatro historias. 

Me costó mucho llegar a este corte en donde pudiéramos conectarnos con las historias y que el tren fuera el que nos llevara en este viaje. 

Me gustan mucho en las películas la contundencia y la elegancia, ser muy sutil y elegante. No quería llegar a lo panfletario informativo, no quería sobrellenar de información. 

Me interesa que el espectador se quede con las historias, que se puedan conectar con ellas.

Cuando vos pones texto irrumpe de alguna manera ese proceso y los textos yo los probé, probamos muchas cosas, probamos archivos. La película ya estaba terminada desde enero, pasado la pandemia y yo dije: ‘algo está pasando, algo no está funcionando’, y la re edité.

¿Cómo esperas que sea recibida la película aquí en Costa Rica? Y ¿Qué te gustaría que lograse el filme? 

Me gustan las películas en las que la gente siente muchas cosas. 

Deseo que como costarricenses se puedan ver a sí mismos, se puedan ver no solo como la Costa Rica que se vende hacia afuera, una Costa Rica turística, con lugares bellos, exuberantes, de mucha naturaleza, sino como una Costa Rica donde hay un barrio, hay distintas culturas, donde hay unas familias que se adoran, que se aman y que desean preservar su cultura.

Quisiera  también que los costarricenses puedan ver a las poblaciones, al que ven en su trabajo, al que ven el día a día en la calle, como alguien más que pertenece, que tienen sus derechos y que los respeten.  

Y entre los nicaragüenses, en Costa Rica y en Nicaragua, ¿cómo te gustaría que se vea el filme? 

Creo que los nicaragüenses también tenemos un reto, o sea, la xenofobia no solo está de un lado, hay del otro lado. Tenemos que entender que no todos los costarricenses son racistas. 

Este países nos ha apoyado toda la vida, desde los años 70 aquí se albergaron un montón de familias y lo siguen haciendo, es un país que nos sigue albergando y compartimos territorio… desmitificar en Nicaragua esas relaciones que tenemos con este país. 

Con todo y todo, sí hay discriminación, hay espacios de xenofobia (en Costa Rica), pero también hay muchas personas muy abiertas que entienden lo que está pasando y que nos están recibiendo.

Que los nicaragüenses sepan dónde emigran y dónde llegan los nicaragüenses, cómo es La Carpio, que no es un espacio vandálico, puede ser como cualquier barrio de Managua, donde venden vigorón, tajadas, chancho con yuca, donde los nicaragüenses se sienten como en casa. 

¿Cómo sentís que has evolucionado como cineasta desde La Parka hasta El Mito Blanco? 

¡Wow! Es un viaje larguísimo. Podríamos poner en primer lugar que esta película ha nacido de una intuición, lo segundo es que he podido afinar la manera de filmar… elegir los lentes, elegir el color. Desde los 28 años que filmé (La Parka) he pasado trabajando, siendo fotógrafo de distintos directores y he aprendido de ello. 

Y lo tercero, ha sido esta capacidad ética y política para la edición. Elegir y cuidar a los personajes, cuidar las historias y también ser consecuente con mi idea inicial, decir: ‘Esta película trata sobre los marginados, no trata sobre otra cosa’, y en un contexto mundial donde hay tanto racismo en el mundo, donde tenemos un presidente (de Estados Unidos) como (Donald) Trump que es tan racista y  varios otros presidentes en tantas partes del mundo, es muy importante hablar de esto y hablarlo en nuestra región.