Este ciudadano cree que el movimiento democrático de Nicaragua, a la cabeza del cual con gran pompa dijo ponerse la Unidad Azul y Blanco, está atascado no solo porque hay un acoso represivo del régimen, sino porque hay una parálisis política a lo interno, causada por la sumisión del liderazgo ante los intereses y dictados de los grandes empresarios.
Estos han tenido oportunidad de acelerar y reforzar la lucha, pero han hecho lo contrario. Sus nuevos aliados en la Unidad se han dedicado a defenderlos a capa y espada, y han caído en la trampa de la estrategia de desgaste de los grandes capitales, que solo a estos sirve.
De estar en lo cierto, no podría yo menos que llamar a lo que ocurre “traición”, como mucha gente hace ya, con nombres y apellidos que los ciudadanos murmuran con creciente desprecio.
Pero aún no me atrevo a hacerlo: no tengo evidencia directa y concluyente; sin embargo, mentiría si dijera que no comparto las sospechas, y mentiría si negara que las circunstancias parecen confirmarlas.
De lo que sí creo poder (deber) hablar sin tapujo es del rol nefasto del COSEP para la democracia y los derechos humanos en Nicaragua, rol que aunque perverso se me hace difícil llamar traición, ya que ellos están donde siempre han estado, al servicio mezquino de sus intereses, en contubernio con quien sea, se llame Ortega o se llame como se llaman quienes le sirven.
Y me atrevo a afirmar que la “Unidad” parece más un escudo de protección para los integrantes del COSEP que un instrumento de la lucha democrática.
Sobra decir que puedo estar, y quiero estar, equivocado, y que además esta historia es tan volátil y el régimen es tan cruel y desmesurado, que no puede descartarse que a los mismos colaboracionistas les haga imposible recorrer todo el camino hasta el nuevo “pacto”.
Ojalá que esta vez la historia no sea escrita mañosamente, que haya suficiente coraje entre nosotros para desmentir a los falsificadores, que se sepa quién hizo qué cuándo y cómo, y que no tengan éxito los zorros que a gritos se disfrazan de héroes y patriotas, mientras acusan a quienes buscan la verdad y se atreven a expresar su versión “no oficial” de los eventos, de ser parte de la “desviación” ideológica de moda, desde cualquier variación de “el que no brinca es Contra”, hasta “machista”, “paternalista” u otra joya del lenguaje “radical” con el que los grupos e ideologías del poder se “blindan” ante la crítica.
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