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El vigorón del mercado de Granada: Tradición y sabor

Vigorón del Mercado de Granada

Francisca junto a sus hijos que trabajan todos los días de ocho de la mañana a siete de la noche en el mercado de Granada. | Carlos Herrera | Niú

Desde hace 60 años, Francisca Sevilla se levanta todos los días a las cuatro de la mañana a preparar los ingredientes que necesita para el vigorón. Ella ya tiene 80 y no debe “agitarse” mucho, pero no le importa, dice que si no se pone a ayudar, se comienza a enfermar.

Su negocio abre a las ocho en punto. Son ahora sus hijas y nietas las que gritan: “¿Qué vas a querer, amor? ¡Tenemos el mejor vigorón de Nicaragua!”. Francisca es la que agarra el dinero de la venta. Es usual verla platicar con los clientes sobre cuál vigorón es el mejor de Granada. “El de nosotras es el original”, dice con una sonrisa. Sus familiares la secundan.

Francisca Sevilla de 80 años, es la segunda generación a cargo del «Vigorón del Mercado» en Granada | Carlos Herrera | Niú

Sin embargo, la idea no fue de ella sino de su madre, María Jacinta Sevilla. Era la década de los 50 y su hogar pasaba por una crisis económica. “Mi papá y mi marido habían sido despedidos de sus trabajos y ellos eran los que mantenían la casa. Una se la tiene que rebuscar por sus hijos y mi mamá me propuso abrir un negocio chiquito de comida. No había otra opción”, comenta Francisca.

En ese momento ella tenía solo un hijo. La familia luego creció a 14 miembros que se reparten entre todos las tareas del negocio.

¿Cuántos años tiene el vigorón?

En “Biografía del sabor nica”, se explica que el vigorón fue inventado en Granada en 1914 por María Luisa Cisneros, un pintoresco personaje de la zona conocido como “La Loca”.

María Luisa vendía su extraña combinación de sabores en hojas de chagüite al estilo del vaho. Su punto de comercialización eran los partidos de béisbol, muy populares en ese entonces.

Elaborando uno de los platos que venden en la esquina del mercado de Granada | Carlos Herrera | Niú

El nombre se adjudica a una pastilla de la época. “La Loca” no sabía cómo nombrar a su creación y como se dice que “Los Vigorón” eran efectivos, ella relacionó la fuerza del remedio con la potencia de su alimento.

Así empezó a prepararlo María Jacinta Sevilla. “Era lo que nos salía y nos sale mejor”, expresa Francisca, su hija. Acordaron hacer vigorón e irlo a vender en una de las esquinas del mercado que en ese momento, recuerda, se encontraba mal estructurado. Al principio lo ofrecían sobre una pequeña mesa de madera, ahora se han adueñado de todo el sector.

La tradición por generaciones

Además del plato principal que costaba un chelín, ofrecían cacao y grama. Al día podían elaborar alrededor de 300 platillos. “Era increíble la cantidad que nos compraban. Pero nosotras felices, entre más riales mejor”, ríe.

“La esquina de la abuelita”, como es conocido el lugar se popularizó rápidamente. Ganaron clientes fijos y los medios de comunicación hablaron sobre ellos. “Muchos que vienen dicen que somos el mejor vigorón, ideay, yo me la creo. Pues si los tratamos bien y les damos bastante comida y a precio más barato”, expresa.

Una de las hijas de Francisca Sevilla mientras sirve vigorón a un cliente | Carlos Herrera | Niú

Desde el día que iniciaron no han parado de vender, excepto cuando murió María Jacinta. Abren sábados y domingos, en días feriados y hasta cuando hay desastres naturales. “Trabajo es trabajo”, dicen casi al unisono las hijas de Francisca.

“Doña María”, como la recuerdan sus nietas, falleció hace más de una década. Francisca no recuerda bien la fecha exacta, pero el compromiso sigue vivo. Cuenta que este negocio no morirá cuando ella lo haga, es una herencia de generaciones y espera que sus tataranietos sigan vendiendo todos los días “el mejor vigorón de Nicaragua”.

Cada hijo tiene una función. Tres varones son los que hacen las compras dentro del mercado. Cuatro hijas cocinan junto a Francisca, tres de ellas también venden. Una de sus nueras le ayuda en la venta y cocina.

Explica: “A veces no están todos, ellos se reparten el trabajo por turnos. Yo soy la que no me muevo de aquí, en la casa me siento inútil. Me enfermo”.

| Carlos Herrera | Niú

“La Abuelita” se retira a las cinco de la tarde pero el negocio cierra a las siete o hasta que se acabe. Siempre recibiendo a sus clientes con una sonrisa de mejilla a mejilla, porque para ellas “ningún cliente está de más”.