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Hay una diferencia en cómo tratamos a las mujeres cuando se atreven a irrumpir en el espacio público, ese que históricamente ha sido dominado por los hombres
Partiendo que Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, abusó sexualmente de su hijastra Zoilamerica Narváez, y que su esposa y madre de la víctima es cómplice de este delito no debería sorprendernos la violencia, que en Nicaragua, se ejerce contra las mujeres cuando de política se trata.
A nivel mundial hay muchos ejemplos; Donald Trump, presidente de EE.UU, es quizás uno de los mayores exponentes de este tipo de violencia, aunque en Nicaragua también podemos recordar al camaleónico diputado, Wilfredo Navarro despotricando contra su antigua ‘amiguis’ y correligionaria, María Fernanda Flores de Alemán.
Ninguno es santo de mi devoción, pero eso no niega que Navarro ataca de forma visceral a la esposa de su antiguo líder, el otrora diputado, Arnoldo Alemán, quien hace caso omiso a los improperios de Navarro contra su esposa. Esto como un simple ejemplo de lo que ocurre en las ‘más altas’ esferas del poder donde los machos ‘escupen en rueda’ y las mujeres son blancos fáciles de violencia.
Por eso, aunque Rosario Murillo, vicepresidenta de Nicaragua, se deleite pregonando que somos el país más igualitario de Latinoamérica, según aparatos mediáticos y económicos del imperio, como NatGeo y el Fondo Económico Mundial, la verdad es que estamos muy lejos de tal distinción.
Y esta afirmación pasa por encima incluso de la Ley 50/50 aprobada en 2012 por la Asamblea Nacional, Poder Legislativo al servicio de Ortega-Murillo, que reafirma que en el imaginario de Ortega y Murillo, las mujeres solo figuramos como muñequitas de sala a disposición de ser penetradas.
Por ello, casos como el de Reyna Rueda y Daysi Torres, que no pasan (pasaron) de bailarle a Santo Domingo en agosto, pero que nunca figuran como alcaldesas de Managua para los temas importantes, son representativos de esta ‘igualdad de género’ que Rosario proclama en sus canales de propaganda.
La política no es cosa de mujeres
Tomando en cuenta que en Nicaragua las mujeres pudieron votar solo 63 años después que los hombres (3 de febrero de 1957) y que solo una mujer, Violeta Barrios de Chamorro, ha logrado lucir la banda presidencial, no es de extrañarnos que muchos consideren en el siglo XXI que la política no es cosa de mujeres.
En la actual crisis sociopolítica en Nicaragua las mujeres han tomado un relevante protagonismo en la insurrección pacífica donde también han surgido nuevos liderazgos: Irlanda Jerez, en el Mercado Oriental; Nelly Marily Roque en Matagalpa; Amaya Copens en León; Madeleine Caracas en Managua; Francisca Ramírez en el movimiento campesino; entre otras.
Mujeres fuertes con convicción, principios y valores que se han convertido en blanco de campañas de descrédito. También son víctimas de acoso constante e injurias y calumnia en redes sociales mediante el aparato estatal, pero también de parte de ciudadanos seguidores del partido de Gobierno que solo ponen en evidencia su machismo enraizado.
Ataques de ambos bandos
Y no es que solo los orteguistas sean machistas. Los azules y blanco, también lo son. Ambos atacan con escarnio a las mujeres de bandos contrarios. Lo sé porque también las periodistas lo hemos vivido. Incluso, en algunos casos las han expuesto desnuda en redes en espera de convertirlas en blancos de ataque.
Hasta hoy no veo en las redes el pack de algún funcionario público o líder del sexo masculino. Tampoco que se destape su vida privada, se le critique su apariencia física o su vida sexual llamándolo prostituto, zorro o playo. No es que quiera verlo, pero eso demuestra la diferencia en cómo tratamos a las mujeres cuando se atreven a irrumpir en el espacio público, ese que históricamente ha sido dominado por los hombres.
No es que se trate de practicar la sororidad a ciegas, además porque Rosario nos da mucho material, aporta mucho más la crítica, el cuestionar y evidenciar con hechos puntuales a quienes ostentan el poder. A quienes administran nuestros impuestos. A quienes utilizan el aparato estatal para reprimir al pueblo. Y eso vale para ambos lados porque si no estaremos desgastándonos para terminar con un ‘quítate tú pa’ ponerme yo’.