Perfiles
Alejandro Miranda: anticuario y numismático desde hace quince años
En Nicaragua existe un lugar que tiene encapsulado el pasado en cuatro paredes. Este es el anticuario de Alejandro Miranda
Con su brazo apoyado en una radio de 1930, Alejandro Miranda, de 40 años, habla como un historiador versado. Como estudiante del Colegio Salesiano de Masaya, sus notas distaban mucho de la excelencia académica, pero hoy vive entre objetos que han quedado íntegros en el tiempo y que Alejandro vende en su anticuario.
—Esta misma marca de radio salió en la película Pearl Harbor, donde los norteamericanos se dieron cuenta del ataque realizado por los japoneses en 1941—. Mientras cita referencias históricas, su mano continua apoyada en la radio de superficie curva, hecha de madera y con cuatro únicos diales en la parte frontal.
—Funciona, ¿querés ver? —dice.
De la parte trasera de la caja desenrolla un cable y lo conecta a un tomacorriente. Una luz amarillenta se enciende, el triángulo de tres centímetros de anchura ubicado en la parte frontal se ilumina y revela los números de las frecuencias. El hombre juega con las diales hasta encontrar una emisora. La caja rechina, una estación local se escucha:
Zapatos rotos, zapatos rotos, con esa facha a dónde vas… Se oye la canción de 1969 del grupo Los Náufragos.
Así suena el pasado, con la estática y el hormigueo en las voces. No son efectos digitales, es el sonido real de una época.
Este artilugio de la era del jazz cuesta 300 dólares y se exhibe como trofeo en el anticuario de Alejandro Miranda, ubicado en la carretera que conecta a Masaya con Granada.
Lo obtuvo por 100 dólares en una de sus tantas búsquedas, lo reparó por 80 y ahora puede pedir hasta 300, suma que cualquier amante nostálgico es capaz de dar.
El pequeño numismático
En la Masaya de 1990, Alejandro, de 11 años, se iniciaba en el oficio de la orfebrería junto a su tío. El niño solía quedarse absorto viendo las monedas que llevaban a la joyería para venderlas como plata. En más de una ocasión se filtraron verdaderos tesoros históricos, como monedas de oro de 1912.
Una mañana, en medio del ajetreo del mercado de Masaya, Alejandro se topó con una moneda prensada en un adoquín recién reparado. Sin éxito se agachó e intentó tomarla. Por la noche, volvió al sitio con un grupo de amigos, esta vez con la convicción de apropiarse del tesoro. Con pico y pala en mano logró extraerla.
—Todavía la guardo —recuerda mientras sonríe—, es una moneda de 1943 que guardo siempre. Desde ahí empecé a coleccionarlas, fue una pasión que sentí.
Esto desencadenó su entusiasmo por un un arte llamado numismática, es decir, el estudio y coleccionismo de monedas. Comenzó a explicarle a su tío los orígenes de sus hallazgos y hasta él se fue involucrando en el aprendizaje. Desde ese momento, ambos se fijaban con aplomo en cada metal que llegaba a la joyería.
Su colección empieza con piezas de 1808, acuñadas bajo el reinado de Fernando VII de España y termina hasta nuestros días. Ni las vajillas de plata, botellas encontradas en altamar o roperos antiquísimos le llaman tanto la atención como las historias detrás del dinero.
Sus primeros años como corredor
Luego de dejar el oficio de orfebre, decidió dedicarse a la recolección de tesoros que luego vendía a tiendas de antigüedades. No contaba con su propio espacio. Recorría los mercados de Masaya y Granada, hacía trueques y luego se las ingeniaba para ofrecer los objetos conseguidos a los dueños de los anticuarios.
Después de esto, se fue a vivir a Costa Rica por un tiempo. Pasó un mes y comenzó a coleccionar todo lo que podía. Sus proveedores eran borrachitos y viejitos de la calle.
—Mi esposa me corría a la gente que me llegaba a vender. “Vos andás gastando los riales”, me decía—
El regreso a Managua
En 2010, Alejandro volvió a Managua después de acumular sus primeras ganancias en un sinnúmero de negocios. A su regreso conoció a los hermanos Duarte, quienes según él, fueron los primeros en adentrarse al arte de los anticuarios en Nicaragua.
De dedicarse solo a la numismática, comenzó a adquirir antigüedades “por accidente”. En cada casa que él visitaba, fijaba su mirada en colecciones de vajillas, muebles, relojes y todo artilugio que podría ser considerado antiguo.
Adentrarse al negocio no fue fácil, con el tiempo tuvo que aprender los ardides del trueque.
—Yo veo muchos programas como Los reyes del trueque y ninguno de esos me llega de plano a mí—, afirma con orgullo.
Después de estos episodios, su hermano, Alí Miranda, le comentó un día: “Alejandro, deberíamos de poner un negocio”.
La tienda de recuerdos
Quien ha recorrido la carretera Masaya – Granada, con seguridad ha pasado por esta tienda. En medio del asfalto liso, una serie de objetos se exhiben a la orilla bajo una caseta. El toldo es tan solo la punta del iceberg de los tesoros que guarda en su interior. Dentro de las paredes blancas de la casa, es otro mundo.
En una esquina de la estancia se aprecia un reloj inglés que todavía requiere reparación. La fecha de fabricación es inexacta, pero la máquina deja entrever su vejez. En el otro extremo, se exhiben unas botellas peculiares, parecidas a las que usaba el capitán Jack Sparrow para guardar su alcohol en la película Piratas del Caribe. El experto explica que eran unas botellas de un bucanero que un día pasó por tierras nicas.
Pero estas paredes empezaron a resguardar la historia desde hace dos años. Con el impulso que le dio su hermano, Alejandro Miranda terminó de convencerse que debía abrir su propio anticuario.
Cuando abrió “Antigüedades y Numismática Alejandro”, la tienda estaba abastecida solo por algunos cántaros y un ropero. Los anticuarios de la zona se empezaban a ir y el futuro de su proyecto era incierto.
De la última tienda cercana llegaron un día a tocar la puerta de los hermanos Miranda. Para ese tiempo, sus únicas adquisiciones eran cinco cántaros, unas cuantas ollas y una pichinga de leche vieja. Le ofrecieron 100 dólares por todo. Él contestó que le vendía solo la mitad por ese precio. El comprador fue tajante “todo o nada”. Al final liquidó todo por cien dólares. Fue la primera venta que hizo después de quince días de haber abierto.
“Sos loco, ¿por qué no mejor te vas?”, le había dicho la competencia.
Esos 100 dólares los reprodujo, comprando en los mercados. Su experiencia en el trueque le fue más útil que nunca. En quince días, volvió a llenar la tienda de artefactos y sacó algunos productos para exhibirlos.
La gente que pasaba por la carretera, paraba su trayecto y entraba al local por curiosidad. Dueños de hoteles, embajadores e hijos de diplomáticos empezaron a frecuentar el lugar. Con el capital que llegaba a sus manos, él y su hermano compraron más piezas antiguas: roperos, estantes, vajillas, tazas, relojes, juguetes…
Un negocio que se mueve por el “recuerdo”
No hay objeto que no sea capaz de guardar múltiples historias a su alrededor. Reconocer los secretos que guardan no es tarea sencilla.
—Y, ¿cómo identifica el grado de antigüedad de estos objetos?
—Bueno, hay muchas diferencias —se separa de la radio en la cual ha permanecido apoyado y camina hasta el otro extremo de la tienda, donde está un nicho de madera—, por ejemplo este —toca la superficie de madera—, es estilo colonial, por su interior. En cambio este de allá —señala otro ubicado en una esquina—, pertenece a la época del art decó, sin embargo, el copete y el tronco es del estilo de la época de Luis XV. Si te fijás en los bordes, estos son redondeados, es el estilo que se utilizaba en el art decó.
Las bases de su conocimiento provienen de libros de historia. Cada época la ha estudiado de manera meticulosa, a tal punto que puede identificar falsos históricos y restauraciones desligadas al material original.
A diferencia de los reality shows que distribuyen canales de televisión como History, esta es la historia real de un hombre que se ha dedicado desde hace quince años a devolverle el brillo al pasado.
—Todo el mundo me dice cuando viene aquí que se sienten como en El precio de la historia, pero yo no me siento como Rick Harrison —narra entre risas—, porque él le da en la nuca a la gente. Yo no, aquí trato de dar siempre el precio justo.