En pantalla
A Nolan siempre ha gustado de alterar el tiempo lineal. En "Dunkirk" el desconcierto es un arma más en su arsenal.
Christopher Nolan cultiva sus ambiciones artísticas con este espartano filme bélico escenificado durante el asedio de las tropas aliadas en la bahía de Dunkerque en Francia, uno de los episodios más desconcertantes de la II Guerra Mundial. Tras una malograda ofensiva en la Francia ocupada, 400 mil ingleses y franceses se replegaron a la playa, esperando ser evacuados por una marina británica diezmada, mientras las tropas fascistas los cercan por la retaguardia.
“Dunkirk” inicia in media res. Tommy (Fionn Whitehead) es un soldado raso que recorre con un puñado de compañeros las calles del fantasmagórico pueblo abandonado. Las balas alemanas vuelan y solo él llega a la playa. Ahí, miles de soldados observan el horizonte. Pocos botes llegan. Un silencioso entendimiento con otro recluta (Anaeurin Bonnard) los convierte en cómplices en la difícil misión de sobrevivir. Asumen la posición de camilleros de un herido inconsciente para colarse en un navío a punto de zarpar, pero son expulsados sin mucha ceremonia. Se ocultan en las bases del muelle, pero las bombas hunden el barco. Salvan de una muerte segura a Alex (Harry Styles), quien se les une en sus desesperados intentos por huir. Sobre el muelle, el Comandante Bolton (Kenneth Branagh), oficial de mayor rango en el lugar, espera como cualquier otro soldado. No puede hacer más.
La playa es el escenario de “The mole”, uno de tres capítulos que corren paralelos, repartiéndose el breve y eficiente metraje de menos de dos horas. Los otros son “The sea”, protagonizado por los tripulantes de uno de cientos de botes civiles, requisados por el ejército para colaborar en la evacuación. “The Air” sigue a tres aviadores encomendados con la tarea de proteger a los hombres en tierra. La voz de Michael Caine (el mayordomo Alfred en su trilogía de “El Caballero de la Noche”) los guía. Tom Hardy pilotea uno de los Spitfire, pero su cara permanece cubierta durante la mayor parte del tiempo con una máscara que recuerda a su Bane, el archivillano de “The Dark Night Rises” (Nolan, 2012).
Los efectos de la violencia se mantienen fuera de cámara. No verá la morbosa fetichización de la carne mancillada de “Hasta el Último Hombre” (Mel Gibson, 2016). El estoicismo de los personajes contagia la puesta en escena. Estos británicos flemáticos quieren acelerar tu pulso como si estuviéramos bajo fuego, a la par de ellos, pero no la quieren convertir el filme en un espectáculo vulgar. Tampoco verá a los antagonistas. En cada escena, el punto de vista se concentra insistentemente en los ingleses. En espíritu y forma, “Dunkirk” tiene una deuda con “Overlord” (Stuart Cooper, 1975), película que seguía a un soldado en su rutina normal, en los días previos a su desembarco en Normandía. Comparte su foco insistente en las acciones individuales. La diferencia está en que Nolan no introduce material de archivo, y concluye en una nota celebratoria que lo acerca a los despliegues emotivos de Spielberg en la conclusión de su “Saving Private Ryan” (1998).
A pesar de su compromiso con el momento histórico, Nolan logra insertar en este retrato coral sus preocupaciones personales. Cuando los soldados atrapados en un barco que debe liberar peso muerto debaten a quien tirar por la borda, escuchamos ecos del desafío que el Guasón (Heath Ledger) impone a los pasajeros de un ferry en “The Dark Knight” (Nolan, 2008).
Nolan siempre ha gustado de alterar el tiempo lineal. El desconcierto es un arma más en su arsenal. El truco que activa en “Dunkirk” es modesto en comparación a la disrupción onírica de “Inception” (2010), la prestidigitación dramática de “The Prestige” (2006), y las narrativas invertidas de “Memento” (2000). Cuando un personaje se materializa en diferente estado físico y emocional en dos cauces narrativos diferentes, entendemos que las tres historias no se desarrollan simultáneamente. El truco puede justificarse como un intento por duplicar en el espectador el estado de desconcierto de los soldados traumatizados. En términos utilitarios, Nolan alinea el momentum de las historias y sus puntos de clímax. Pero también tiene un efecto negativo: pone en evidencia el artificio detrás de una película que se precia por su realismo e inmediatez.
“Dunkerque” funciona mejor en sus momentos íntimos, como un rompecabezas armado con pequeños episodios de suspenso. La anacrónica música electrónica, original de Hans Zimmer, contribuye a incrementar la tensión. Los valores de producción son impecables. No deje de verla en el cine.
“Dunkerque”
(Dunkirk)
Dirección: Christopher Nolan
Duración: 1 hora, 42 minutos aprox.
Clasificación: * * * * (Muy Buena)