Presos políticos
Su sueño frustrado era ser doctor, pero lo poco que aprendió de primeros auxilios le sirvió para curar heridas cuando estuvo atrincherado en la UNAN-Managua.
El 13 de julio fue un día de angustia para Alma González. Recuerda, que sintió un enorme dolor en el pecho, cuando por fin escuchó la voz de su hijo, al otro lado del teléfono, confirmándole que estaba vivo pero refugiado en la Iglesia Divina Misericordia, mientras decenas de policías y paramilitares disparaban sin parar. Minutos antes se había enterado, por la televisión, que tenían acorralados a muchos jóvenes que habían huido del brutal ataque a la UNAN-Managua, universidad donde permanecieron por más de dos meses atrincherados protestando contra el régimen de Daniel Ortega.
Su hijo, Jonathan López, se despojó de las comodidades de su hogar, para convertirse en un líder y vocero estudiantil en el que «sus compañeros confiaban». Ella dice que él estaba seguro de estar luchando por algo justo. Prueba de ello es que nunca se tapó el rostro y siempre estuvo al frente como voz de los chavalos atrincherados.
Ella lo llegaba a visitar cuando podía. «Siempre estaba con muchachos a los lados, como si fueran sus guardaespaldas», explica.
Cuando el régimen ordenó ese brutal ataque contra la universidad como parte de la denominada «Operación Limpieza», Jonathan sabía que tenían que resistir. A como pudieron se lograron defender con morteros y piedras, pero tras varias horas comenzaron a caer varios heridos. La capilla de la Divina Misericordia se quedó sin luz por los disparos y todos los refugiados permanecieron a oscuras. Hasta que, de pronto, se escuchó el grito: «le dieron al chino».
No pudo salvar a su amigo
Jonathan siempre había soñado con ser doctor. Por eso, había aprendido primero auxilios y durante los meses atrincherado pudo atender a varios heridos. Esa noche del ataque quiso ayudar a su amigo. Cargó en su ancha espalda a Gerald «El Chino» Vázquez y bajo la oscuridad intentó socorrerlo. Pero fue en vano.
Ahora lo único que tiene de recuerdo, son unos audífonos que “El Chino” le había regalado. «Le dejó ese regalo, espero que no se lo hayan quitado en la cárcel porque los guardaba con mucho cariño», indica su madre.
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Alma recuerda que no durmió toda esa noche. Fueron más de doce horas largas de sufrimiento. Se sintió feliz, cuando se enteró que gracias a la mediación de la Conferencia Episcopal de Nicaragua se logró la liberación de más de 200 personas en la Catedral de Managua. Junto a centenares de familiares corrió y esperó con ansías abrazar a su hijo. «Nunca imaginé que me iba a separar de él después de eso», asegura.
El día de su captura
Jonathan fue capturado el 23 de septiembre mientras se encontraba reunido con un grupo de compañeros antes de iniciar una marcha; en las afueras de un supermercado. Horas después comenzaron a circular imágenes de que estaba desaparecido. Un mensaje alertó a su madre que desesperada acudió a «El Chipote» a buscarlo.
Un par de horas antes de su captura, Alma ya estaba preocupada porque había enviado un mensaje a su hijo que no tuvo respuesta. «¿Estás bien?», le preguntaba a Jonathan. Una pregunta que le hacía todos los días. «Sí», era siempre su respuesta.
Alma preguntó insistentemente a unos policías sobre su hijo, pero fue hasta varias horas después que le confirmaron que estaba detenido en ese lugar.
Desde el día de su captura, va todos los días a “El Chipote” aunque no pueda verlo. Junto a otras madres de presos políticos se apostan afuera de la cárcel para saber cómo están sus hijos.
“Tenemos que estar aquí, porque no sabemos qué día los van a llevar a los juzgados”, afirma.
Antes de la rebelión cívica de abril, Jonathan estudiaba economía en la UNAN-Managua. Llevaba una vida normal para un joven de 20 años, aunque no le gustaba salir a fiestas porque prefería pasar horas con los videojuegos.
En su mochila siempre cargaba sus cuadernos, su biblia, unos audífonos y un tablero de ajedrez.
Su pasión por el ajedrez
A Jonathan, de pequeño no le gustaba salir a jugar a la calle. Lo único con lo que se entretenía era con el ajedrez. «Él aprendió de repente, sólo llegó un día a la casa y me dijo que quería un tablero», cuenta Alma.
A los doce años ganó un reconocimiento al mejor ajedrecista de la ciudad de Granada y el último año de secundaria quedó en cuarto lugar a nivel nacional. Era su pasión. «Se encerraba horas a practicar en su cuarto», recuerda su madre.
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Jonathan siempre fue apegado a su mamá. Mayela, una joven que permaneció atrincherada junto a él, asegura que siempre hablaba de ella. «Él adora a su mamá, porque ha luchado por todo lo que tiene. La admira».
Siempre estaban hablando por teléfono, hablaban incluso horas, recuerda su amiga. También viajó algunas veces a Granada para poder verla.
Todas nuestras conversaciones concluían con un «te quiero», asegura su madre. «Me llamaba en la mañana y en la noche, aunque estuviera muy ocupado siempre buscaba la manera de hablar conmigo», explica.
Mientras era parte de la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ) viajó a Ginebra, para reunirse con el entonces Alto Comisionado de las Naciones Unidas. Su madre le insistió que se quedara en Suiza, que no volviera para que no corriera más peligro. “Yo le dije que se quedara allá, que era lo mejor para él, pero él se molestó conmigo”, cuenta.
Jonathan estaba dispuesto a volver, aunque sabía que su libertad corría peligro. «Siempre estuvo consciente de que en algún momento lo podían agarrar», comenta Eduardo, uno de sus compañeros de clase.
Ambos se mantuvieron en comunicación mientras Jonathan permaneció atrincherado. A pesar de que él, corría más peligro siempre estaba pendiente de sus amigos.
«Siempre me escribía, yo esperaba que él me escribiera porque yo no sabía en qué momento podíamos hablar», afirma Eduardo. Asegura que su amigo siempre ayudaba desinteresadamente a los demás.
Jonathan no era de muchos amigos, según su madre, pero para los pocos que tiene «siempre es incondicional».
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En su alma siempre hubo un líder
Para su madre y sus amigos, Jonathan a pesar de su aparente timidez siempre fue un líder. «Era capaz de perderlo todo, con tal de ayudar», afirma su mejor amigo Octman Briceño.
Dice que su amigo más de una vez se sacrificó por él desde que se conocieron en secundaria. Recuerda que una vez que no pudo asistir al colegio, Jonathan lo trató de ayudar con los maestros e incluso estaba dispuesto a perder su calificación abogando por él. «Fuimos donde un profesor, y él le dijo que si no me dejaba entregar el trabajo, los dos nos íbamos a quedar en su clase», cuenta Octman.
Ese fue un gran sacrificio porque Jonathan siempre fue el mejor alumno y el presidente de la clase. Todos lo buscaban para solucionar problemas y siempre era el vocero de sus compañeros.
“Él siempre asumía responsabilidades como vocero de todos los estudiantes del aula y siempre luchaba por hacer lo correcto», agrega Briceño.
«Tiene un pacto con Dios»
Enrieth Martínez fue compañera de López en la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ), y afirma que siempre se preocupaba mucho por los demás.
«Siempre estaba atento por el bienestar de las demás personas, yo notaba muchas veces que su liderazgo consistía en poder representar los intereses de todos y tomar en cuenta a cada uno de los que lo rodeaban», explica.
Asegura que nunca se molestaba cuando lo cuestionaban. «Al principio era cerrado con algunos temas, pero poco a poco él mismo iba diciendo que iba cambiando su forma de pensar, por ejemplo al reunirse con chavalas feministas lo hizo cuestionarse mucho todo el tema de las masculinidades, en cómo él se expresaba», revela Martínez.
También es terco. A pesar de estar detenido le asegura a su madre que tiene ganas de seguir luchando. Ella solo ha podido verlo dos veces, pero todos los días le pregunta a los policías por él. «Siempre me dicen que está bien, que es muy callado y respetuoso», afirma.
No tiene signos de golpe, ni de tortura y le ha pedido a su madre que tenga fe. «Él hizo un pacto con Dios, y está seguro que va a salir porque no ha hecho nada malo», insiste ella.