Perfiles
El arte de Guitarras Zepeda en Masaya y Jarbor en Granada
En pequeños talleres, con herramientas básicas y de forma artesanal, fabrican o reparan con pericia los instrumentos de cuerda.
En este cuarto –donde la luz y el aserrín se escurren por las rendijas– las guitarras se multiplican: enteras, en partes, a la mitad, remendadas, polvosas, desahuciadas, pulidas…
Hay una que parece estar sufriendo. No está completa, es un cascarón moreno, sujeto por dientes y varillas de madera. Cerca, hay otra más oscura, con decenas de pinzas sosteniéndole la barriga, para que no se le aflojen, ni se le descuelguen las curvas recién pegadas.
En el piso, en las paredes, colgando del techo. Guitarras. Lo que empieza o lo que queda de ellas.
El taller de los Zepeda, en Masaya, es como un quirófano de instrumentos musicales. Aquí nacen o vuelven a la vida.
Los artesanos trabajan en medio de clavijeros, reglas, virutas, herramientas, pegamento y retazos de madera. Hacen o restauran hasta seis instrumentos a la vez. Veinte al mes. Cuando se seca o se hornea uno, pulen otro, o cortan las partes de uno nuevo.
Para ellos existe un término: lutier. El lutier es una persona que “construye o repara instrumentos musicales de cuerda”. Su oficio se conoce como lutería.
Guitarras Zepeda, es un negocio familiar fundado en 1934 y hoy dirigido por Sergio Zepeda. Su nombre y firma son las que van en las etiquetas, garantizando la calidad de los productos.
Desde los siete años lijaba guitarras. A los once construyó una de juguete y a los trece una profesional. Luego se convirtió en músico por más de dos décadas. Le sirvió “para llegar lo más próximo a la perfección de la afinación del instrumento (…) Mi papá y mi abuelo no lo tenían”, afirma.
Sus productos son hechos a la medida de los clientes –si tiene dedos largos, brazos cortos– y con el sonido que este quiere de su instrumento –robusto, brillante–.
Para conseguirlo usan herramientas básicas. Así fabrican guitarras clásicas, eléctricas, flamencas, country, guitarrillas, mandolinas, ukuleles, y cualquier otro instrumento de cuerda. En este taller se trabaja con madera importada (ébano africano, cedro rojo canadiense, palo rosa de la India, pino alemán) y especies nicaragüenses (caoba, cedro, granadillo). Los materiales son escogidos por los músicos, quienes además intervienen en el diseño y a veces hasta en la manufactura de las mismas.
“¿Qué es lo que te gustaría? Le pregunto yo al cliente y entonces nos ponemos de acuerdo para ver qué es lo que puedo hacer para que se sienta cómodo y hacerle algo que no esté en las tiendas, sino que sea algo exclusivo, algo propio”, explica Zepeda.
En Masaya puede verlo pescando madera antigua. Cuando una casa se cae, él compra las vigas. Son más fuertes. Ideales para uno de sus instrumentos.
De músico a artesano
Danny Jarquín es espigado. Moreno. De brazos largos como ramas. Tiene 34 años y desde niño se interesó en la música. En el colegio era fácil encontrarlo en los actos cantando con voz aguda. Luego aprendería a tocar la batería, la guitarra y el bajo.
Estudió en la Escuela Nacional de Música de Nicaragua y en la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica. Luego viajó a Cuba a un curso de composición y arreglos del bajo. Anduvo en conciertos y en orquestas.
Cuando regresó al país, sintió la “necesidad” de crear un instrumento a su gusto y medidas. Sabía de maderas y de muebles, pero no de guitarras. Al menos no cómo fabricarlas.
“Hablé con mi papá y como él trabajaba en carpintería fina, haciendo réplicas de muebles antiguos, yo le pedí que si podía apoyarme. Necesitaba un taller, pero no de carpintería, sino un lutier”, cuenta.
La idea surgió en 2006. Hoy, Danny tiene su taller instalado en el porche de su casa en Granada. Ahí atiende de lunes a sábados.
En una mesa Francisco Jarquín, su papá, picotea con un cincel y un mazo el cuerpo de un bajo. Cerca de la puerta su hijo, Julio Jarquín, le pasa una lija a los trastes de una guitarra electroacústica que están restaurando. Ellos son dos de los cinco trabajadores de Guitarras Jarbor. Danny es el tercero.
Fabrican sobre todo bajos y guitarras eléctricas. Ahí mismo arman las pastillas y los micrófonos, para lograrlo Danny estudió electrónica.
Habla de técnicas de slapping, de Single Coil, o Humbucker. Habla el idioma de los músicos.
“Le pregunto a él (al cliente) cómo quiere el sonido, que si es para una técnica de slapping, que si él va a ocupar un sonido más pastoso, que si es para música tropical, que si el músico se dedica a tocar rock, o salsa, de acuerdo a las especificaciones que él me da yo trabajo tanto el sistema de pastillas como el sistema de pre amplificación”, explica.
En Jarbor se satisfacen caprichos inusuales: cejillas de huesos de vaca, brazos de una sola pieza, clavijas, controles y puentes de madera.
“El sonido es diferente, lo sólido, lo compacto que tiene el hueso es diferente al plástico, es más durable y el sonido sale mejor”, asegura Julio Jarquín.
Los compran en un pequeño matadero. Escogen, por su dureza, los de las patas del animal. Los ponen a hervir y a secar para poder procesarlos.
“Acá son cosas únicas y realmente la gente de fuera ve el trabajo que uno hace y lo aprecia y entonces dice, oye eso es algo diferente, me gusta porque realmente trabajan a mi gusto”, agrega.
“No somos competencia”
Danny Jarquín y Sergio Zepeda, comparten oficio y amistad. Uno en Granada. El otro en Masaya. Cuando Danny empezó a experimentar con las maderas, pidió consejo a Sergio quien le abrió las puertas de su taller.
“Eso me ayudó bastante porque él me regaló medidas, plantillas, entonces yo empecé a experimentar solo, a hacer mi guitarra. Las tres primeras fueron un desastre, todas de lado y con un montón de defectos, pero poco a poco fui investigando, me puse a estudiar, a ver ángulos, trazos…”, a la cuarta guitarra, Zepeda, le dijo: “mirá Danny aquí viene mucha gente de Granada, poné tu taller”, recuerda Jarquín.
Ambos artesanos están en constante comunicación. “Danny es muy amigo mío, excelente músico, excelentes guitarras, aprendió y lo sigue superando y eso es lo que a mí me fascina cuando alguien quiere venir a aprender y lo hace de corazón y él es uno de ellos, él es prueba viviente de todo eso”, asegura Zepeda.
Sergio Zepeda teme ser el último lutier de su familia. “Estoy formando gente para que esto no muera”, confiesa.
Lo hizo con Danny. También con Michael Torres, uno de los cinco hombres que trabajan en su taller. Torres empezó barriendo virutas, hoy arma, recorta, fabrica instrumentos.
“Le dije que si me daba el permiso, el lugar para aprender, y me dijo que con mucho gusto aprendí viendo primero”, recuerda. Él no sabe tocar guitarra, pero le gustaría aprender. También sueña con hacerse una para él.
“Espero que las nuevas generaciones tengan algún tipo de interés por aprender este arte, pero ahora no les gusta estarse llenando de aserrín”, lamenta Zepeda.
¿De nicas para nicas?
La mayor parte de las piezas que estos artesanos crean las compran extranjeros. Las encargan a través de las redes sociales, o de las páginas web donde cuelgan un catálogo de sus productos.
En ambos talleres los precios pueden rozar desde 250 hasta mil dólares. Todo depende de la madera y los detalles que el cliente pida.
Omar Ríos, guitarrista de bandas como Revuelta Sonora y Leche Burra, se enteró de Guitarras Jarbor a través de un amigo. Desde hace tres años lleva a calibrar, cada tres o seis meses, cualquiera de sus diez guitarras.
“Danny me parece una persona muy responsable en su trabajo, muy honesta, no es alguien que te va a cobrar lo que no es, es un precio bien justo, él es bien transparente, si yo vengo y le digo quiero estar viendo qué estás haciendo con mi instrumento, no hay ningún problema”, subraya Ríos.
Al taller de Sergio Zepeda han llegado instrumentos moribundos.
Las hermanas, Ana Gabriela y Alejandra Rodríguez, vocalistas de las bandas Manifiesto Urbano y ECOS, confían a este lutier sus guitarras. Y lo recomiendan a otros artistas.
“Los nicaragüenses tienen una mano de obra súper buena entonces hay que saber aprovechar los dones que tenemos en nuestro país, más si es algo tan importante para vos”, asevera Ana Gabriela.
La relación músico/instrumento es intensa. Para Alejandra, “la guitarra ha sido mi refugio en momentos donde me he sentido terrible, es mi mejor amiga, cuando comienzo a tocar acordes, solo fluyen ideas, palabras, y así es como hago una canción, comienzo a buscar acordes y los acordes me dicen qué poner”, confiesa.
Carlos Luis Mejía, músico de la Cuneta Son Machín, los considera su machete “con el que nos vamos abriendo camino por el montarascal. Nuestro instrumento es como nuestra compañera de vida, quien nos saca adelante, es nuestra manera de expresarnos”. Carlos Luis, tiene dos guitarras y una guitarrilla del taller Zepeda. Fueron hechas a su medida, y ya grabó un disco con ellas.
“Cuando grabamos nos dimos cuenta que estas guitarras compiten con cualquier tipo de guitarras o marcas de guitarras de concierto. No les hace falta nada”, subraya.
Estos cuatro músicos coinciden en que faltan instrumentos como los de estos lutiers en las tiendas de música.
“El país está siendo inundado por guitarras extranjeras”, sostiene Silvio Pastora, artesano de Guitarras Zepeda. “Algunas por supuesto son de buena calidad, pero la mayoría no lo son y aquí las traen todos los días a repararlas porque se dañan con facilidad. En cambio, las nuestras son muy fuertes, resisten las inclemencias de la temperatura, la humedad, y es importante que el pueblo se dé cuenta que aquí hacemos cosas buenas”, insiste.
Sergio Zepeda sabe que es difícil competir contra las grandes fábricas, “tenemos que competir con instrumentos que vienen de China, Corea y un instrumento cuesta 60, 70 dólares, y aquí lo vas a comprar en 150 dólares, entonces la gente se va más por el precio que por la calidad del instrumento”.
La mejor parte
Luego de días o semanas con la nariz metida entre el aserrín y la madera, de cortar, tallar, picotear y pegar piezas, llega la mejor parte: la reacción del músico al recibir su instrumento.
“Me gusta entregarlo para desenvolverlo y ver la cara del cliente, una vez yo se lo entregué a un cliente y él quedó asustado, hasta casi llora”, dice Luis Brizuela, de Guitarras Jarbor.
Más cuando lo creían desahuciado. Sergio Zepeda ha “hecho varias restauraciones de gente, tal vez de hijos, nietos, bisnietos, que tal vez me traen un instrumento que pensaron que estaba perdido y que le tienen mucho cariño y al verla ya restaurada la gente se pone muy emotiva y eso me encanta, es una satisfacción para mí”, confiesa.