Cultura
Leer Gabo es acercarse y conocer el alma, las arterías, los músculos, las facciones de un cuerpo convulso que es América Latina
El libro me intrigó desde la primera vez que leí el título: “Ojos de Perro Azul”. No lo pude coger de inmediato porque mi tía guardaba con recelo las obras que tenía. Ella tuvo un tiempo que leía sin descanso. A todas horas. Fue como una moda incitada yo no sé por qué. En ese tiempo tenía 12 años. No dejaba de pensar en un can con las órbitas azuladas. Jamás había visto uno. Quería saber qué escondían las páginas de aquel libro amarillento: ¿la historia de un fenómeno? La insistencia fue tanta que mi tía, ya un tanto desahuciada por la lectura, cedió el libro. Corrí al estante donde estaba, pasé las páginas, y encontré “la muerte viva”.
El primer cuento que contenía “Ojos de Perro Azul” era “La Tercera Resignación”. “Aquel ruido frío, cortante, vertical” se clavó en mi columna. No tuve miedo, sentí más intriga. Seguí leyendo, sin descanso como mi tía. Así fue mi primer encuentro con Gabriel García Márquez, el escritor colombiano al que millones, inclusive en varios idiomas, todavía lloran.
Estos primeros cuentos leídos me parecían fabulosos pero a la vez tan reales, tan cercanos de mi realidad. A medida que exploré la obra de Gabo, comprendí que estaba dentro de algo que llamaban el “Realismo Mágico”. Las hipérboles del Nobel colombiano nacían de los lugares comunes, de lo cotidiano, y sonaban increíbles pero en el fondo sentía que eran posibles en mí alrededor.
Quizás quien lea a Gabo desde otro continente que no sea Latinoamérica, no sienta esta misma sensación. Después que leí “La Hojarasca”, “Crónica de una Muerte Anunciada”, “El Coronel No Tiene Quien Le Escriba” y “Cien Años de Soledad”, comprendí que este escritor hablaba de lo que ya conocía, de las cosas que sucedían en mi pueblo.
En Nandaime era fácil correr por los caminos polvorientos hasta los ríos y masturbarse a la sombra de los bejucos. Existe la historia de dos amigos que un día se pelearon, uno lo amenazó de muerte y él otro jamás lo creyó, hizo como que no lo supo, y un día sentado en la acera de su casa recibió dos disparos en el pecho. Existe el chisme del gallero que gustaba de los jovencitos y las pistolas. Se habla de párrocos mujeriegos y borrachos. De notables criollos que apoyaban su reputación en apellidos rimbombantes para seguir en la cúpula social sin ostentar méritos. De amores contrariados. De los artilugios que vendedores traían en cada fiesta patronal… Decenas de similitudes con los libros de Gabo, con el universo de Macondo.
Pero las novelas de García Márquez no quedan en detalles anecdóticos únicamente, sino que describen íntimamente una Latinoamérica olvidada y explotada. Toda una región que conserva recuerdos de la United Fruit Company, de dictadores conservadores, liberales y, muchos años después de los pelotones de fusilamiento, de sátrapas revolucionarios. Leer Gabo es acercarse y conocer el alma, las arterías, los músculos, las facciones de un cuerpo convulso que es América Latina.
El Nobel Colombiano logró que todo sucediera en sus libros: amor, poder y sexo. Los pasajes de sus novelas están entretejidos por narraciones y descripciones poderosas que sobrepasan lo psicológico y conquistan lo corporal. ¿Quién no ha sentido el calor de Macondo, o la desolación de Simón Bolívar tumbado en una hamaca?
Tiempo después Gabo me enseñó el periodismo. El genio que creaba novelas también escribía crónicas y reportajes. El escritor conservó, por ejemplo, su manía por los detalles, algunas metáforas y guiños ingeniosos. Sin embargo, la acuciosidad y la corroboración de los hechos desnudaban a un periodista como cualquier otro, pero con la enorme diferencia que sabía escribir.
Leer la obra periodística de Gabo es experimentar un periodismo nuevo. Piezas deliciosas que saben a cuentos y novelas, pero que resultan ser verdaderas. Intente con “Relato de un Náufrago”. Es Gabo quien escribe, pero quien nos cuenta es Luis Alejandro Velasco. “Noticia de un secuestro”, es la muestra de periodismo de profundidad. “Cuando era Feliz e Indocumentado”, es creatividad periodística desbordada.
No dude en leer a García Márquez. Siempre se lee en una sola sentada. Sus cuentos son un buen inicio. Allí está “Doce cuentos peregrinos”; “El avión de la Bella Durmiente”, excita. Si algo aprendí después que leí “Ojos de Perro Azul”, es que la obra de Gabo es un fenómeno que raramente pasa en la literatura: un poeta de la prosa.