Perfiles
Una de las voces femeninas más reconocidas de la poesía nicaragüense: “A veces pienso que la escribe no soy yo sino la otra”, dice.
No soy ángel
que preside la vida
ni sabia
ni agorera.
Únicamente
soy una mujer
cálida
intensa
que en su más apartada
intimidad
cree tener voz
y canta.
Ana Ilce Gómez se mece suavemente en la silla de madera de la sala de su casa. Mira a veces de reojo a la ventana que da a la terraza donde su hijo, Marco Antonio, restaura afanadamente figuras de santos.
Más allá de la verja, la ajetreada calle del barrio Monimbó sigue su curso. Vendedores, bicicletas y mototaxis circulan rápido, produciendo sonidos que llegan hasta el salón donde se encuentra sentada la poeta, considerada como una de las voces más importantes de la literatura contemporánea en Nicaragua.
Ana Ilce retoma el hilo de la conversación y al hablar, sus gestos son tiernos, y su voz dulce y cálida. Cada palabra, cada idea, intenta meditarla antes de enunciarla. Esa característica de mesura y precisión, que en su momento grandes críticos literarios notaron en su poesía, es símbolo de su personalidad.
Es breve pero concisa en lo que dice, nunca hay algo de más o algo de menos. Al hacer un recuento de su historia, la escritora confiesa que los grandes acontecimientos se han dado en su interior. Recalca que por fuera, su vida ha sido totalmente ordinaria, pero que dentro de ella ha sucedido un grandioso evento, el Big Bang de las palabras.
En ella habita la poesía.
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Masaya, la naturaleza y el amor a la vida
Ana Ilce Gómez Ortega nació el 28 de octubre de 1945, en la misma casa que ahora habita junto a sus hijos. En ese mismo hogar creció rodeada de sus padres y tres hermanas mayores.
“Recuerdo siempre el gran patio que teníamos. En mi infancia yo siempre estaba rodeada de la naturaleza, escalaba árboles y mi padre nos llevaba al campo. Nos enseñó a apreciar las pequeñas cosas, las flores, los animales. Yo me crié en un mundo mágico que el tejió para mí, yo lo veía como un mago”, relata Gómez.
Su padre Sofonías Gómez y su abuelo, eran educadores populares y alfabetizaron en el barrio Monimbó de Masaya. Ahí, Ana Ilce aprendió a leer, y se mantenía ocupada leyendo las enciclopedias de la época, que la acercaron a los clásicos de la literatura: Shakespeare, Dickens, Balzac, Andersen, entre otros.
La necesidad de expresarse a través de la poesía, sin embargo, fue nata. Desde pequeña se considera alguien retraída y la escritura fue su escape para expresar lo que sentía.
“Yo escribía desde pequeña, y siempre leía La Prensa Literaria, que estaba en manos del poeta Pablo Antonio Cuadra. Ahí comencé a ver y vivir enamorada de la poesía y quería conocer a los poetas. Era algo con lo que siempre soñé”, dice la escritora.
Cursó la primaria en el colegio Santa Teresita de Masaya, una escuela en la que su padre la inscribió con muchas dificultades, pues se trataba de un colegio de niñas de la clase alta. Ana Ilce asegura que recuerda con desdeño la manera rigurosa en la que fue tratada en el colegio, pero agradece el sacrificio de su padre.
Managua, los poetas y las tertulias literarias
Para la secundaria, ingresó al Instituto Nacional de Masaya. Cuando le tocó elegir una carrera, se diferenció de sus hermanas, pues todas se decantaron por el Magisterio. Ella escogió Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua)
“Para mí Managua era como Nueva York. Recuerdo caminar por la Avenida Roosevelt y los edificios. La facultad quedaba en una casa de la vieja Managua, en el Colegio Maestro Gabriel, en una casa que parecía de fantasmas. Ahí conocí a los primeros poetas y me fui vinculando a ellos”, cuenta Gómez.
En sus años universitarios se unió a los grupos de escritores de la generación del 60, y compartía sus escritos con ellos, para oír sus comentarios. Se acercó a exponentes de la época como Juan Aburto, Edwin Illescas, Jorge Eduardo Arellano, Vidaluz Meneses y Michele Nájlis.
“Como Managua era tan pequeña, era difícil escaparse porque los poetas le salían a una, o nos salíamos en todas las esquinas, en todos los bares (…) y se armaban los grupos, las tertulias y las lecturas de poemas (…) Era la época de la Cafetería La India, el café que congregaba a la bohemia. Era la época de los Beatles y los hippies. Había días que íbamos a leer poemas a La Tortuga Morada”, relató Gómez en su testimonio publicado para “El Autor y su obra”, del Festival de Poesía de Granada.
Muchos artistas la alentaron a seguir escribiendo y en 1964 le presentaron a Pablo Antonio Cuadra, el editor de La Prensa Literaria, el suplemento cultural más influyente de la época.
“Yo me recuerdo a mí misma sentada en la antesala del poeta, llena de otros poetas jóvenes, todos con un ‘rollito’ de papel en las manos. Para mi sorpresa, mis poemas salieron publicados. En ese tiempo nos pagaban cien córdobas, era emocionante que además de que te publicaran tus poemas, recibir dinero. Ya cuando nos pagaban nos íbamos a celebrar”, recuerda la escritora.
Pablo Antonio Cuadra se convirtió en uno de sus más beligerantes promotores, y con su ayuda, Ana Ilce publicó en 1975 su primer libro, “Las ceremonias del silencio”. Un texto que compila más de 20 años de poemas.
“Ana Ilce no hace poesía.
Se hace poesía
Abajo -en tierra- la hilandera del amor. Arriba -en el taller nocturno- la tejedora del mito”
Pablo Antonio Cuadra.
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Ana Ilce Gómez solo ha publicado dos libros a lo largo de su carrera artística: «Las ceremonias del silencio», en 1975 y reeditado en 1989, y posteriormente «Poemas de lo Humano Cotidiano», en 2004. Este poemario fue ganador del premio único del Concurso Nacional de Poesía Escrita por Mujeres «Mariana Sansón».
Los poemas de Gómez tienden a ser cortos, con ideas precisas y oraciones pequeñas. Sus temáticas ahondan en la representación de la mujer en la sociedad y los diferentes roles que desempeña. También escribió sobre el amor, la muerte y la profundidad en las conexiones emocionales.
«Yo toda la vida he escrito muy poco, por allá escribo. En mi primer libro yo aún no tenía conciencia de género. A veces uno tiene sentimientos vagos y no sabés, pero es un sentimiento fuerte, más que razonarlo, lo escribís. Ya el segundo libro está escrito con plena conciencia ser mujer, de lo que significa en nuestra sociedad serlo», explica la escritora.
Para la crítica e investigadora literaria, Helena Ramos, el trabajo de Gómez es uno de los más importantes de la literatura contemporánea moderna, especialmente, la escrita por mujeres.
Durante las décadas de los 60 y 70, fue la primera vez que las voces femeninas eran visibles dentro de los círculos literarios. Se encontraban entre ellas Vidaluz Meneses, Michele Nájlis, Daisy Zamora, y por supuesto, Ana Ilce.
La obra de la escritora Gómez fue comentada por uno de los grandes exponentes de la época, Beltrán Morales, quien dedicó un ensayo para criticar el libro «Las ceremonias del Silencio», en 1975. Su escrito fue incluido en la segunda edición del texto publicado en 1989.
«La poesía que Ana Ilce escribe, sin dejar de ser ni por un momento la poesía de una mujer sumamente sensible, es como si hubiera sido escrita por un poeta del sexo masculino en este sentido: la técnica que domina es patrimonio exclusivo de algunos maestros, brujos y hechiceros de la tribu; y no de maestras, brujas y hechiceras. Ana Ilce se ha apropiado de ´un culto, un rito, un lenguaje´ que son ya suyos y que nos devuelve con la misma propiedad y sabiduría con que los varones de estirpe poética suelen dárnoslo», escribió Morales.
Gómez confiesa que en su momento no se sorprendió con las palabras de Morales, pero luego con el tiempo le pareció un «insulto».
«Cuando él escribió eso yo estaba en una etapa que no me asusté, no dije nada. Ya después vi y dije ¡Ay Dios santo! ¡¿qué es esto?! ¡¿qué es lo que dice Beltrán?! No me parece nada, eso casi como un insulto, como que solo los hombres son lo que saben pensar y que si viene una mujer y sabe escribir es terrible«, sentencia Gómez.
Por su parte, la investigadora Ramos asegura que la irrupción de las voces femeninas en la escena literaria, en particular la de Ana Ilce, causó revuelo, pues aunque tocaba temas comunes, su poesía no era confesional.
«A los hombres les asusta cuando una mujer revela cosas íntimas, pero Ana Ilce no contaba su vida directamente, expresaba sus sentimientos de manera abstracta«, indica la experta.
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Aunque la calidad de la obra de Ana Ilce es apreciada por conocedores en materia literaria, sus libros no se encuentran en las librerías del país, y su poesía no forma parte del pénsum de las escuelas.
La escritora confiesa que en gran medida escribe para sí misma y no hace esfuerzos para promocionarse. «Yo no sé si soy tímida, o quizá retraída, no me gusta aparecer en público, le huyo a los micrófonos», confiesa Gómez.
En el ámbito laboral, se desempeñó como divulgadora de prensa para el sistema bancario, primero en el Banco Nacional y luego en el Banco Central, donde trabajaba como directora de la biblioteca, hasta que a finales de los noventa fue despedida en el gobierno de Arnoldo Alemán.
«Yo le tenía aversión, horror a los bancos, pero Juan Aburto me convenció y después del terremoto del 72 comencé a trabajar. Uno vive bajo mucha presión pero aprendés disciplina», comenta la escritora
Después de 27 años de vida laboral, se retiró, siempre en la misma casa de Masaya.
Ahí se dedicó a leer y escribir, su pasatiempo favorito.
«Para mí la poesía es tantas cosas al mismo tiempo. La poesía es todo, es vida, es belleza, es canto, es llanto, es la manera de sacar lo más hondo, todo lo que uno tiene. Yo digo que muchos poemas no los he escrito yo sino la otra», asegura.
«Es como que si una voz me dictara, escribo bajo ese influjo, ¿cuántos poemas habré escrito realmente yo?», se pregunta.
Actualmente tiene varios poemas dispersos, pero aún no los ha terminado para su publicación. Relata que por primera vez ha incursionado en temas como la cultura indígena y la identidad nacional.
«La gente me reclamaba que yo habiendo nacido en este barrio nunca había hablado de las raíces indígenas pero es que los temas no se imponen, los temas vienen, hay que agarrarlos ahí nomás porque si no se te van. Tengo como 15 poemas relacionados con mis ancestros, con mis orígenes indígenas y con algo de lo negro que llevamos», dice Gómez.
La que escribe no soy yo, sino la otra.
Esa que viene del pasado
asediada y urdida
por sus fieles demonios
y sus lívidos ángeles.
No soy yo sino ella la que canta
la que elige al azar y la clarividencia
ella la que dicta las palabras y deshila
los símbolos
la que gira en la rueca y desmenuza el hilo
Ella contiene las palabras
yo cumplo su destino
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Ana Ilce y su hijo Marco Antonio Barreto, sonríen al ver las fotos familiares que comparten para la entrevista.
Van explicando el contexto de cada una de las imágenes y Ana Ilce se detiene en una en particular de cuando tenía 17 años.
– Mirá mi pelo, qué horror, en esos tiempos estaba de moda el peinado embombado–, critica
-Mirate hasta con los rabos en los ojos, como Cleopatra–, agrega su hijo.
Ambos ríen con complicidad.
Hoy la salud de Ana Ilce tiene pronóstico reservado a causa de un cáncer terminal. Descansa en su casa de Monimbó, la misma casa que la vio nacer, crecer y donde ha escrito su obra. La casa donde crió a sus dos hijos, Marco Antonio y Valeria.
La casa donde tejió los hilos finos de su poesía.
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Ana Ilce Gómez falleció la tarde de este primero de noviembre en Masaya, rodeada de su familiares más cercanos.
Intreresante artículo y, sobre todo, un merecido homenaje a Ana Ilce. Excelente el título.
Al final de la vida
hay un premio,
hurgar
entre las palabras
sueltas
y/o atadas
de tantos
poetas
que se
han
marchado.
Agur.