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Así cubrí el deslave del volcán Casita

De izquierda a derecha: Benjamín Chávez, María Gabriela Vega, Fausto Fletes y Oscar Navarrete. Cortesía | Niú

De izquierda a derecha: Benjamín Chávez, María Gabriela Vega, Fausto Fletes y Oscar Navarrete. Cortesía | Niú

El 30 de octubre de 1998, la muerte cayó literalmente desde el Volcán Casita y cobró la vida de más de 2, 500 personas que vivían en las comunidades Rolando Rodríguez y El Porvenir. Todas murieron soterradas por la corriente de lodo, rocas y árboles que bajó desde la cima y arrastró todo lo que encontró a su paso, tras las intensas lluvias provocadas por el Huracán Mitch.

En la historia de Nicaragua, el Huracán Mitch ha sido el ciclón que más daño ha provocado y en el que más negligencias cometió el gobierno de turno de Arnoldo Alemán. Según la investigación de la revista Envío, Apuntes para una tragedia inesperada, Alemán tardó en aceptar públicamente la magnitud del desastre por intereses económicos, rechazó ayuda médica proveniente de Cuba y se resistió en decretar «estado de emergencia para aparentar normalidad». Por eso, cuando días después visitó las zonas afectadas, principalmente el área que quedó destruida por el alud, fue abucheado.

A veinte años de esa tragedia, dos periodistas y dos reporteros gráficos, de esa época, cuentan lo que vivieron durante la cobertura en la que uno de ellos casi muere y otro pasó una semana sin poder conciliar el sueño.

El primer periodista

Benjamín Chávez, fu el primer periodista en reportar a un medio nacional el deslave del volcán Casita. Cortesía | Niú

Benjamín Chávez. Chinandegano. Periodista.
Fue corresponsal de El Nuevo Diario y Radio Ya.

Recuerdo que llovía fuerte. Amainaba, pero volvía a llover. En ese entonces yo vivía en Chinandega, pero mi familia estaba en San José del Tololar 1, una comunidad ubicada en las faldas del volcán Casita, cerca de donde pasó la corriente que se llevó todo a su paso.

Ese día, el viernes 30 de octubre de 1998, oí a mucha gente decir que el volcán había hecho erupción, pero como seguía lloviendo no pude ir a ver. Estaba desesperado porque no sabía nada de mi familia, por eso el sábado en la mañana agarré mi moto y me fui, aún bajo lluvia, con el teniente Luis González. Solo lleve mi libreta y un lápiz. Nada más.

Recuerdo que cruzamos por huertas y corrientes. Y cuando estábamos cerca del volcán comenzamos a ver la catástrofe. El primer cuerpo que vi fue el de un niño que estaba en el vivero de café de don Eduardo Callejas. Estaba desnudito, golpeado y no era de esa zona. Seguí manejando y más adelante, en medio de la carretera, encontré un rancho que había sido arrastrado por la corriente de lodo. Estaba intacto, era de madera y tenía el techo de paja. Desde entonces, los cadáveres siguieron apareciendo.

Vi cuerpos diseminados, manos que salían del lodo como pidiendo auxilio, niños destrozados, vi una familia entera que estaba a la orilla de una vaca que tenía el vientre destrozado. Y también mire árboles gigantescos que tenían la copa enterrada en el lodo y la raíz hacia afuera, grandes cauces que se abrieron en medio de huertas y una roca del tamaño de una casa gigante que quedó cerca de donde era la comunidad Rolando Rodríguez.

Comencé a reportar en cuanto pude a la Radio Ya. Presté un celular porque yo no tenía y comencé a llamar. En ese momento, yo era el único periodista que había llegado hasta a esa zona porque en el resto del país, las lluvias que provocó el Huracán Mitch inundaron ciudades, desbordaron ríos y prácticamente esa zona del volcán Casita quedó incomunicada.

Del primer cadáver que hablé fue el del niño que me encontré en la carretera, después fui sumando los cadáveres que miraba. Entrevisté a la alcaldesa de Posoltega, Felicita Zeledón, y fue allí donde ella le hizo el llamado al presidente de ese entonces, Arnoldo Alemán, y él no le creyó, le dijo que estaba loca.

Años después supe que mucha gente que oía la Radio Ya decía “nosotros nunca creíamos en la Radio Ya, pero cuando vos empezaste a hablar nunca más nos despegamos”. Y es que llegó un momento en que yo gritaba en la radio. Gritaba: “¡Rigo Neyra se nos muere y está ofreciendo un cordón de oro y una yunta de bueyes a quien lo saque!” Imagínense el impacto que causaba que alguien que estaba allí, en el lugar, viendo todo, dijera eso.

Foto aérea del deslave del volcán Casita. Oscar Navarrete | Archivo Personal

A mi familia que vivía en el Tololar 1, la encontré al final de ese sábado en un colegio del Tololar 2. Después me regresé a la zona del deslave y seguí reportando lo que veía. Hasta que llegó un momento en que ver la tragedia no fue suficiente y junto a uno de mis hijos improvisamos una brigada de sepultureros. Hacíamos tumbas de medio metro, rezábamos un rosario, un Padre Nuestro y enterrábamos los cuerpos. Y es que estando tan cerca de la muerte y la desgracia uno sin querer hace un posgrado en Humanidades.

Yo casi muero. Estaba buscando cadáveres, cuando me fui a una ciénaga y si no es por un muchacho de la Alcaldía de Posoltega que me sacó me muero porque era como arena movediza.

El deslave del volcán Casita fue devastador. Han pasado 20 años y todavía me emociono. Yo estuve en esa zona durante años. Eso fue algo que conmocionó hasta las mismas piedras que cayeron del cerro. Al final yo escribí un libro que se llama Viacrucis en el Casita.

Aquel octubre de 1998

Fausto Fletes ha cubierto tres huracanes. El huracán Berta, Félix y el Mitch. Cortesía | Niú

Fausto Fletes. Camarógrafo.
Era camarógrafo de TVNoticias, Canal 2.

El día después del deslave del Volcán Casita, llegué al Canal 2 a eso de las siete de la mañana. Agarré mi cámara y me fui con el periodista Jorge Katín hacia el aeropuerto a ver si conseguíamos raid para hacer algunas tomas. Ya teníamos varios días en que esa era nuestra rutina, porque como los puentes se habían desbordado por la lluvia no había otra forma de salir. Íbamos a esperar si alguien quería llevarnos para hacer tomas. Ese día no había ningún helicóptero, pero mientras esperábamos llegó Joaquín Cuadra, jefe del Ejército de Nicaragua de ese momento, y nos dieron raid.

Nosotros no sabíamos para dónde íbamos, pero cuando comenzamos a sobrevolar vimos que nos dirigíamos hacia occidente. Entonces yo comencé a filmar los ríos desbordados, los puentes destruidos y en una de esas vi una gran mancha negra que se extendía kilómetros y kilómetros en el volcán Casita. Allí supimos que era verdad lo que un día antes había dicho la alcaldesa de Posoltega.

Nos bajamos en un matorral y cada persona que se iba bajando del helicóptero lo primero que hacía era hundirse hasta la rodilla de lodo. A pesar de eso, seguimos caminando y allí fue cuando comenzamos a ver reses muertas, extremidades de personas encima de la maleza, cadáveres sobre los árboles. Vimos personas que habían sobrevivido cubiertas de lodo. Todavía llovía y estaba nublado.

Éramos el primer grupo de periodistas que llegamos hasta el Casita. Nuestra cobertura no tardó. Estuvimos lo más una hora, pero eso fue suficiente para que horas después las imágenes impactantes que captamos allí se transmitieran en televisión nacional.

La corriente de lodo soterró las comunidades El Porvenir y Rolando Rodríguez. Oscar Navarrete | Archivo Personal

No voy a decir que ver cómo quedó todo no fue difícil, porque sí lo fue. Pero uno en el momento no puede dejarse llevar por las emociones porque sino, no hace el trabajo. Son momentos en los que uno llora por dentro. En ese momento, lo importante era que todos vieran lo que había pasado.

Un año después del desastre fui otra vez al lugar del deslave. Todavía uno llegaba a la carretera de Posoltega y se miraban grandes piedras en el camino. Esas piedras recorrieron casi diez kilómetros. Todavía se sentía todavía el olor a la muerte. Un silencio sepulcral.

Sin duda, de todas las coberturas que he hecho esa ha sido la que más me ha impresionado. Porque ante la naturaleza uno se siente impotente.

El grito de la esperanza

María Gabriela Vega durante la cobertura del deslave del Volcán Casita, en Chinandega. Cortesía | Niú

María Gabriela Vega. Periodista.
Era reportera de TVNoticias, Canal 2. Recién egresada.

Es imposible no recordar la tragedia cuando veo llover en octubre. Saber que las personas que vivían en las faldas del volcán Casita nunca imaginaron que estaban en los últimos minutos de su vida. Que más bien, pensaron que el sonido de la avalancha que venía sobre de ellos eran helicópteros que llegaban a ayudarlos. Pero de todos, lo que más me siguen sorprendiendo son las historias de los que sobrevivieron.

Yo estaba recién egresada de la universidad y ya estaba trabajando para TVNoticias. Recuerdo que el tres de noviembre de 1998, fui junto a otros colegas al volcán en un helicóptero mexicano que llevaba ayuda. Y desde que aterrizó nos bajamos a hacer entrevistas a las familias, tomar fotografías, videos, y de repente nos percatamos que el helicóptero se fue. De todos los periodistas yo era la única mujer y era la novata.

Los lugareños nos ayudaron a llegar al punto exacto donde quedó soterrado todo. Nosotros no íbamos preparados. No llevábamos nada. Caminamos mucho, bebimos agua de la que encontramos en las laderas. Hasta que llegamos al lugar donde había pasado la corriente. No encontré palabras en aquel momento, ni ahora mismo, para describir las imágenes que teníamos de frente.

Era un espacio inmenso cubierto por completo de lodo, donde el deslave había traído piedras gigantes, árboles, y lo más triste fue ver los cuerpos de aquellos que hacía solo unos días eran habitantes de las comunidades Rolando Rodríguez y El Porvenir, en Posoltega.

Parte de las rocas que el deslave arrastró. Cortesía | Niú

El material salió al aire hasta el día siguiente cuando llegamos a Managua. Estuvimos un día y una noche en la zona. Y veinte años después puedo asegurar que fue una osadía, porque en aquel momento no medí, al menos yo, el peligro que representaba caminar sobre el lodo que cubría todo un poblado, porque por cada paso que dabas te hundías hasta las rodillas.

Yo te puedo asegurar que nunca imaginé que ese día, al salir a cubrir la noticia, me iba a tocar vivir lo que en mi memoria se quedó para siempre. Y estoy segura que, si el helicóptero no nos hubiera dejado olvidados, nunca habría cubierto eso que hasta hoy, para mí, es uno de los hechos más impactantes que he vivido en toda mi carrera.

El valle de la muerte

Oscar Navarrete en la cima del Volcán Casita, 20 años después del alud de 1998. Cortesía | Niú

Oscar Navarrete. Fotoperiodista.
Era corresponsal de Tiempos del Mundo y Agencia Reuters.

Allí todo estaba devastado. Había niños atrapados en los árboles, cuerpos destrozados enredados en la maleza, en troncos. Se sentía el olor a la muerte. Incluso yo, que había vivido la guerra, nunca antes me había impresionado tanto como el día que llegué al Casita y vi el valle de la muerte. Así fue como lo bauticé.

Llegué cuatro días después que ocurrió el deslave. Recuerdo que, junto a periodistas de otros medios, fui al aeropuerto a buscar raid a los helicópteros que estaban llevando ayuda. No había otra forma de salir de Managua. Llegué como a las siete de la mañana y fue hasta las cuatro de la tarde que nos dijeron que nos llevarían al volcán Casita. Éramos el tercer grupo de periodistas que viajaríamos a esa zona.

Cuando sobrevolamos esa área lo primero que vi fue el daño en los cultivos, parecía como que si la tierra se había partido. Desde lejos no se veían cuerpos, más bien parecía un río. Hice mis primeras fotos. Después aterrizamos en una unidad militar que estaba cerca de la carretera que va a Chinandega. Nos dijeron que esperáramos allí porque ellos irían a hacer unos rescates, pero pasaron las horas y no volvieron.

El Huracán Mitch provocó inundaciones y derrumbes en varias partes del país. Oscar Navarrete | Archivo Personal

A eso de las siete de la noche todos los periodistas decidimos irnos. Salimos a la carretera a buscar raid y al rato logramos llegar a Chinandega. Ese día nos quedamos todos – éramos como 15 periodistas- en una habitación de un hotel porque no había más espacio donde quedarnos. Al día siguiente nos despertamos temprano y nos fuimos con la misma ropa del día anterior, dispuestos a entrar a la zona del deslave.

Llegamos a la base militar donde nos habían dejado el día anterior y nos fuimos con unos brigadistas franceses que iban a entrar. Nosotros no llevábamos nada más que nuestros equipos. No llevábamos botas. Ni capotes. Estábamos con la misma ropa con la que llegamos. Fue hasta más adelante que nos regalaron ponchos y botas.

Comenzamos a caminar junto a los franceses y a cada paso que dábamos nos hundíamos tal como si estuviéramos caminando sobre nieve. Ellos eran expertos, caminaban rápido y, de hecho, antes de salir de la base nos dijeron que íbamos bajo nuestro propio riesgo porque no era recomendable entrar.

Llegamos a lo que quedó de la comunidad Rolando Rodríguez y vimos aquella escena terrible. Había cadáveres por todos lados. Algunos estaban a punto de explotar. Se sentía el olor a la muerte. La tristeza estaba impregnada por todo el lugar. Nadie decía nada. Solo tomábamos fotos y videos. Estuvimos allí hasta que decidimos irnos porque vimos que las escenas se repetían y más bien veíamos cosas que serían impublicables.

Al hotel donde nos habíamos quedado el día anterior, llegamos al anochecer. Fue hasta el día siguiente que llegaron unos helicópteros a dejar comida y a llevarse heridos que aprovechamos para irnos. Ya desde lo alto tomé las ultimas fotos y miré asombrado cómo quedó esa zona, era como si en occidente hubieran detonado una bomba atómica.

En el viaje nadie del grupo de periodistas se quebró. Más bien, nos quedábamos meditando en silencio. Guardábamos silencio por las víctimas, como una especie de rito, pero sin que nadie lo dijera. Cada uno se llevó su tristeza en el corazón y ese impresionante escenario, que para mí fue peor que el vi cuando fui corresponsal de guerra en los años ochenta.

Una niña recoge leña en la zona donde pasó el alud del volcán Casita Oscar Navarrete | Archivo Personal

Veinte años después del paso del huracán Mitch hay dos cosas que aún recuerdo. La primera fue que después que regresé de cubrir el deslave del Casita, pasé una semana sin poder dormir bien. Me daban pesadillas al recordar los cadáveres de los niños y todo lo que vi en ese valle de la muerte. La segunda, fue que un día antes de ir al volcán, anduve tomando fotos en los barrios costeros que se inundaron y como, obviamente, allí había agua contaminada, se me pegó un hongo que pasé como mes y medio para que se me curara.

Al volcán Casita regresé como a los dos meses. Ya el lodo estaba más duro, pero aún se miraba aquella cicatriz. Hace un mes volví para preparar un reportaje por el aniversario. Fui hasta la zona donde ahora está en un arboreto. Allí sembraron un árbol por cada persona que murió ese 30 de octubre. Me adentré en el bosque y llegó un momento en que sentí como si las hojas me hablaran, sentí temor, pero no temor de espanto, si no temor a la muerte al recordar todo lo que pasó allí.