El mapa electoral de Estados Unidos, con su bipolaridad casi igualitaria en lo rojo y azul de la votación popular (más o menos 51%:48%), refleja “la herida aguda, la negra llaga” (Carlos Martínez Rivas) en el costado de esa gran nación.
Mapa electoral de Estados Unidos 7-11-2020. En Antena 3
Después de haberse tragado por ocho años, el primer presidente negro (quien en todo su mandato se esforzó en parecerse a un blanco), este país, pendularmente, en 2016 se orilló al extremo opuesto: desde ese presidente negro con un extraño nombre musulmán, Barack Hussein Obama II, hasta ese supremacista blanco, Donald John Trump Macleod, el de la cabellera y mentalidad extrañas.
Trump, advenedizo, que nunca fue ni republicano ni demócrata, entró a la presidencia de Estados Unidos desde un programa de televisión y dedicó su tiempo presidencial de cuatro años, a socavar las supuestas columnas inamovibles de no solo de la democracia y de la república estadounidense, sino de la decencia mínima de una figura de poder, provocando una seria herida en la unidad de su nación.
Misógino, burlesco, manipulador mediático, oportunista frente a los poderosos (Putin, Kim Jong-un), soberbio y petulante frente a los débiles (“hoyos de m”…llamó a los países africanos y latinos), alentó desvergonzadamente al racismo y a los grupos paramilitares que habían estado en dormitancia durante décadas, desde el Ku Klux Klan.
Estigmatizó y reprimió a la población inmigrante; se retiró del acuerdo de París, de la Organización Mundial de la Salud, bombardeó al multilateralismo, fue incapaz de ofrecer una alternativa ante el “Obama-Care” al que tanto atacó, carga la responsabilidad de más de 200 000 muertes (un tercio de los muertos del mundo por COVID19, con el 10% de la población mundial), como efecto probable de su política irresponsable e ignorante sobre el coronavirus, etc.
Como malvado castor, Trump se dio a roer todo cimento de humanidad, decencia, apego a las leyes y costumbres, a la justicia y la verdad, valores que supuestamente, como románticamente lo profetizaba Walt Whitman, eran la esencia del pueblo “americano”. Como esos niños malvados batiendo las aguas de un charco, Trump ha enturbiado esa alma “americana”, sacando a flote todos los resabios, resentimientos, frustraciones, alucinaciones de la cara oculta de Estados Unidos, que había estado latente, a la espera de mejores tiempos, como esos sapos invernando bajo las piedras secas, esperando el primer aguacero.
Sin embargo, como las mareas rojas en los océanos, esas fuerzas agitadas difícilmente aceptarán volver a su modo de espera, a sus cauces de pausa. Trump, como perverso Merlín, llegó desde el mismo vientre del monstruo capitalista, a convocarlas y no les tocará retirada. Lo hace explícito al estar jugando golf mientras se anunciaba este 7-11-2020, aun no oficialmente, el triunfo de Joe Biden y al declarar que el próximo lunes 9-11-2020, intensificará su batalla legal.
Obama en un comunicado de prensa, ha señalado los ejes de acción que deberían enfrentar Harris-Biden (para mí, en ese orden de fórmula) por los próximos cuatro años a partir de enero 2021: “Una pandemia furiosa, una economía y un sistema de justicia desiguales, una democracia en riesgo y un clima en peligro“. No mencionó directamente al problema racial, ni migratorio.
Aunque parapetado desde el próximo 21 de enero 2021, en sus hoteles, casinos, empresas en quiebra saqueando al fisco, concursos de belleza, reality shows, Trump difícilmente, como individuo, aun siendo magnate, podrá encauzar y dirigir esas fuerzas desatadas. Otros le sustituirán.
Pero dejará su “legado”, toda esa emocionalidad irresponsable como marca indeleble en el alma de Estados Unidos. Dejará esa “negra llaga”, esa marca divisionista llena de odio social y humano a lo diferente, el trumpismo, que late y respira agitado, pero con sed de revanchismo. Y ese es el reto que se le quedó en el tintero a Obama: cómo restaurar la autoconfianza del pueblo, su unidad en base a metas nacionales, como cerrar la profunda herida divisionista provocada por el aprendiz de dictador y lo principal, cómo debilitar y hacer desaparecer, democráticamente, esa amenaza antidemocrática, antirrepublicana (no en su sentido partidario estadounidense), antiderechos humanos, como derrotar, ahora, al trumpismo.
El mundo aprenderá también, de cómo lo hagan Harris y Biden (sí, en mi opinión y deseo, en ese orden)
La fórmula real: Harris-Biden, a escribir la historia de su país y en parte, la del mundo.
Este texto fue también publicado en el blog del autor.