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Los daños a la salud de la pandemia actual no se limitan a los contagiados y fallecidos por COVID-19. Atenderlos supone desatender otras necesidades sanitarias, como las de los pacientes con cáncer.
Cuando el pasado 11 de marzo del 2020 la OMS declaró la pandemia mundial de COVID-19, nuestro mundo dio un vuelco. A partir de ese momento, el coronavirus SARS-CoV-2 dictó casi todas nuestras actividades, marcándonos la agenda y nuestra rutina. La posterior escalada en el número de contagios, unida a la rapidez y velocidad de la expansión de la infección, desbordó nuestro precario sistema sanitario. La situación se volvió especialmente crítica en los hospitales, incapaces de atender semejante avalancha de personas necesitadas de atención sanitaria urgente. Lamentablemente, esta situación ha continuado, con altos y bajos, hasta hoy, en que asistimos a un repunte explosivo de nuevos contagios.
Las cifras de contagios y muertes por la pandemia de COVID-19 de las que se hacen eco a diario los informativos son escalofriantes, sin duda. Pero esas víctimas directas del coronavirus constituyen solo una parte de los daños a la salud. Fundamentalmente porque la atención inmediata que demandan miles de pacientes con sospechas de padecer COVID-19, unido a las medidas especiales impuestas en centros de atención primaria y hospitales, implican desatender muchas otras necesidades sanitarias. Entre ellas, las de pacientes con cáncer.
La detección temprana del cáncer se redujo en la primera ola
Así lo han puesto de manifiesto y cuantificado recientemente científicos del Dana-Farber/Brigham and Women’s Cancer Center de Boston (EE UU). Los investigadores analizaron el número de pruebas diagnósticas de cáncer realizadas durante la primera ola pandémica entre marzo y junio del 2020. Es decir, de mamografías, colonoscopias, pruebas de Papanicolau para cáncer cervical, de PSA para cáncer de próstata y tomografías computerizadas.
Las cifras no dejaban lugar a dudas: el número de pruebas de diagnóstico temprano de cáncer disminuyó pronunciadamente en los tres meses de la primera ola pandémica comparado con los tres meses anteriores y posteriores, o con el mismo periodo de tiempo del año anterior.
Concretamente, las 60 000 pruebas diagnósticas tempranas de cáncer que realizaban en 2019 los hospitales y centros de salud de Massachusetts descendieron a apenas 15 500 en los tres primeros meses de pandemia. Esa disminución provocó una reducción drástica en el número de diagnósticos de lesiones precancerosas y de tumores detectados.
La buena noticia es que, en el trimestre inmediatamente posterior, el número de ensayos diagnósticos se recuperó sensiblemente, aunque no del todo. Otra observación positiva es que la reducción en el número de pacientes diagnosticados positivamente fue inferior al que cabía esperar por la reducción de ensayos diagnósticos. ¿Por qué? Probablemente porque los médicos fueron mucho más selectivos a la hora de enviar a sus pacientes a realizarse pruebas diagnósticas.
Peor pronóstico para los enfermos de cáncer
Las conclusiones del estudio son bastante preocupantes. Aunque se obtuvieron a partir de datos locales, es fácil hacerlas extensibles al resto de sociedades. Pensemos que, ante una emergencia de las proporciones que estamos experimentando, todos los médicos tienden a solicitar muchas menos pruebas diagnósticas por considerarlas menos urgentes. Además, los recursos hospitalarios se han visto reducidos enormemente al destinarse fundamentalmente a atender la emergencia pandémica. A lo que se suma que muchas personas evitan acudir a centros médicos para no saturar aún más el sistema o por miedo a poner su salud en riesgo.
El precio a pagar por todo ello es alto en el ámbito de la oncología. No hay que olvidar que, aplicadas correctamente, y a pesar de sus limitaciones, las pruebas diagnósticas ayudan en la identificación temprana de lesiones precancerosas o tumores localizados que, al encontrarse en sus primeras fases de desarrollo, pueden ser tratados con mayores tasas de éxito.
No cabe duda tampoco de que otras áreas diagnósticas y de seguimiento de pacientes crónicos también se resentirán como consecuencia de la pandemia. Y si al impacto sobre pruebas diagnósticas sumamos procedimientos terapéuticos e intervenciones quirúrgicas retrasadas, el número de pacientes cuya salud se está viendo comprometida indirectamente por la COVID-19 alcanza unas cifras considerables.
Libertad individual vs responsabilidad social
Aquellos que, insensata e irresponsablemente, aducen una cuestión de “libertad individual” para oponerse a las medidas de contención del virus deberían ser conscientes de que, viviendo en grupo, la enfermedad individual puede causar un problema social. Saltarse las medidas de prevención del contagio no solo puede promover la expansión del virus convirtiéndonos en un eslabón más en la cadena de infección. También puede contribuir al colapso sanitario con todas las consecuencias negativas que ello supone para la salud de todos.
Este artículo fue republicado de The Conversation bajo licencia Creative Commons. Lea el artículo original. Manuel Collado Rodríguez, Investigador, director del laboratorio de investigación en Células Madre en Cáncer y Envejecimiento