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Crónica | El alto precio de ser opositor
La Policía Nacional ha sido el primer órgano represor de la dictadura Ortega Murillo. Carlos Herrera | Niú
La Policía Nacional ha sido el primer órgano represor de la dictadura Ortega Murillo. Carlos Herrera | Niú

Viven vigilados, amenazados y acechados por la autoridad que debería protegerlos: la Policía Nacional. ¿La razón? No comulgar con la pareja presidencial.

     

A las nueve con treinta minutos de la noche es casi imposible que encontremos a alguien en la calle principal, donde se ubica la Iglesia San Isidro Labrador, en León. Como si hubiera ocurrido hace más de un año, cuando lo más relevante que pasaba en esa cuadra era la celebración de la Virgen en casa de los Estrada, que ocupaba la calle completa.

Sin embargo, ahora, para quienes viven allí. La noche pasó de ser calma, a tenebrosa. Pues, después de las diez de la noche, en el silencio de la noche se escuchan el ruido de unas motos que aceleran, anunciando que la tercera ola de asedio del día se aproxima.

Jennifer Estrada, hermana del expreso político y líder estudiantil de León, Byron Estrada, nos cuenta en primera persona cómo cambió sus vidas por la persecución que policías, paramilitares y civiles ejercen a diario.


Desde que liberaron a Byron el asedio incrementó. Antes había personas de civil vigilando, pero fue hasta después del once de junio de este año que comenzaron a llegar 24/7. Nosotros ya nos acostumbramos a estar siempre vigilados. Sabemos que desde las siete de la mañana hay gente vestida de civil en la cuadra viendo quién entra, quién sale y qué hacemos. Después llega la Policía y en la noche, antes de medianoche, los paramilitares.

En la cuadra ya nada es como antes. A las nueve de la noche ya no hay un alma en la calle. Todos cierran sus puertas y se preparan para que lleguen los paramilitares. Esos son los peligrosos. La Policía todavía tiene más prudencia. Ellos llegan, y aunque ya en varias ocasiones me han retado a medir fuerzas con ellos, no pasan de la acera. Los paramilitares no. Ellos son los que a la fecha han quebrado todas las bujías de mi casa y los que en tres ocasiones rayaron las paredes. A ellos podemos oírlos que vienen a varias cuadras de la casa porque siempre vienen en grupos de hasta 20 motos, quizás, aceleran las motos y gritan: “golpistas”, “asesinos”, “van a pagar”. Ellos, además, andan pistolas de balín.

Hasta ahora solo hubo dos veces en las que yo me salí a enfrentarlos. La primera, fue hasta chistosa, porque cuando les pregunté que qué querían me dijeron que les regalara gaseosa. Pero en la segunda me dijeron que me iban a desaparecer y nunca nadie me iba a encontrar. Después de eso ya no volví a salirme.

Ellos casi siempre vienen entre las diez y treinta y la medianoche. Se detienen en frente de la casa y comienzan hacer círculos con las motos. Nosotras, mi mamá, mi abuela y yo, desde adentro solo escuchamos y esperamos que no nos hagan nada. Varias veces han apuntado con las motos a la casa, encienden las luces y prenden una gran luz que llevan en dirección donde nosotras. Es tan fuerte que la visibilidad se pierde y por eso no hemos podido tomarle fotos.

La Policía tiene otra dinámica. Ellos llegan en silencio. Cuando nos damos cuenta ya hay hasta tres patrullas estacionadas en la casa. Yo he notado, por ejemplo, que la 793 y la 661 son las que más nos frecuentan. A simple vista calculo que llegan entre 15 y 20 oficiales de las operaciones especiales, los antimotines, pero también a veces llegan unos de tránsito que hacen retenes en la cuadra. En ese momento si pasas con tu vehículo conduciendo es casi seguro que te van a parar y si te estacionas cerca de la casa te hacen mover el carro, porque al final lo que quieren es poder vernos, pero sobre todo que nosotros los veamos.

Los horarios ya los conocemos. Son tres. El primero es a las 10:30 a.m., sino entre las 12 y las 12:40 p.m. y si en ninguno de esos momentos llegaron es fijo que entre las 3:00 p.m. y las 3:30 p.m. los verás rondando. Cualquiera puede comprobarlo. Pero eso sí, solo llegan durante media hora. A excepción del miércoles pasado.

Asedio consecutivo

Ese día yo no estaba en la casa. Solo mi mamá y mi abuela, que es de la tercera edad, estaban. Cuando ellas se percataron ya estaban afuera. Pero, a diferencia de otras veces encendieron la sirena y la dejaron sonar durante dos horas. ¿Podés imaginarte qué puede ser estar oyendo una sirena durante tanto tiempo y tan cerca de tu casa? Eso, en ningún sentido es normal. Pero nos tocó vivirlo.

De todos los momentos difíciles que hemos pasado a causa del asedio, porque han sido muchos, ese fue uno de los más traumantes. Por esta situación vivimos estresadas, ansiosas y con insomnio. Y no solo nosotras, Byron también, aunque él por seguridad no vive con nosotras.

Las cosas más rutinarias y comunes para otras familias, para nosotras son distintas. Por ejemplo, salimos a barrer la acera en los horarios en que sabemos que no están los policías. Hace dos domingos me acuerdo que me desperté antojada de comerme un nacatamal y cuando me disponía hacerlo llegó la Policía. Eso en ningún sentido es sano. Es entonces, que me pongo a pensar ¿hasta qué punto puede llegar la maldad? Porque a diferencia de otros lugares, siento que en León están bien organizados para acosar.

Ni siquiera cuando llueve se van. Los días que ha llovido lo que hacen es que sacan su capote y continúan asediándonos. Y no solo es con nosotros. El asedio es con todas las personas que “somos opositores”.

La más fuerte de todas es mi abuelita. Ella es la dueña de la casa. Y hasta ahora el asedio, a pesar que si la ha afectado, como a todos los que pasan por esto, no ha pensado en dejar la casa. Y mi mamá tampoco. Yo creo que debemos seguir luchando y resistir porque al final, si llegamos hasta aquí es porque queremos una Nicaragua justa, una Nicaragua inclusiva, una Nicaragua que cambie verdaderamente de manera estructural.