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Un grito en mi habitación

Coronavirus

EFE/Comunidad de Madrid | Niú

Eran las seis de la mañana y el sonido de una ambulancia lloraba en mi sueño. No podía despertar. Cuando logré abrir mis ojos, sentí un escalofrío por todo mi cuerpo, luego un fuego que quemaba mis huesos.

Había amanecido con fiebre y dolores fuertes en los músculos de mis hombros y la espalda. Intenté levantarme de mi cama, pero no pude, entonces decidí quedarme otro rato más. Necesitaba comer algo para enfrentar el día con más energía. Al cabo de un par de horas lo hice.

Al pasar de los días, los síntomas se disparaban como chispas y mi estado de ánimo se bajaba cada vez más, hasta el punto que estaba perdiendo el apetito. Al tercer día un dolor de garganta apareció acompañado con una tos seca que casi no me dejaba respirar.

El anhelo por respirar

El pecho comprimido como una estopa de naranja. Vomité. Esto no es normal, -me dije-. Fue cuando entonces decidí ir a urgencias del Hospital General de Alicante, España. Esperé como media hora para que fuera atendido. Después que me tomaron la presión y la fiebre, me enviaron a una habitación donde estaban los demás pacientes con sospecha de coronavirus (covid-19).

La tensión, la ansiedad y el anhelo por respirar, se apresuraba más que la simple mirada de tristeza que desprendía de aquellos rostros en la sala de espera, que esperaban les realizaran pruebas y radiografías pulmonares.

Habían pasado cuatro días del Estado de alarma en España. Esperé casi tres horas para que me hicieran una radiografía. Todo salió bien. Aún no se había complicado, ya que no soy una persona con problemas crónicos ni con ninguna patología. Se podía notar que había prioridad para los ancianos y por las personas con síntomas más graves, quienes quedaban internados hasta que su recuperación completa o depender de algún ventilador o aparato respiratorio, como en muchos otros hospitales del país.

El miedo a morir

Sentí que el miedo estaba sentado a la par conmigo. Nunca había sentido tanto miedo a morir. Es horrible que se te detenga la respiración un par de segundos por tres o cinco veces seguidas. El coronavirus todavía estaba en mi garganta. Nunca había pasado por esto tan solo por una simple fiebre o una tos.

Hoy ya son catorce días. Los síntomas van disminuyendo de poco a poco. Mis libros, mi celular, una botella de agua, los test, un plato, una cuchara y una taza con el dibujo grabado de Bob Esponja son mi compañía hasta ahora, con la esperanza de que algún día toda esta pesadilla termine en todo el mundo. Y tú que estás leyendo esto, ¡quédate en casa!, por ti, por los tuyos, y por aquellos que luchan por su vida en los hospitales. Solo así salvaremos vidas.

*Este texto es parte de la serie CróNicas, publicada en la Revista Niú, a partir de este 16 de marzo, sobre las experiencias y reflexiones de cómo los nicaragüenses en España y Estados Unidos viven las medidas de confinamiento. Te invitamos leer más testimonios en este enlace.