Dos noches atrás me decía a mí mismo: “¿Emprender una idea y presentarla hecha en tres días? ¡Estos majes están locos!” Ese domingo por la tarde, mi equipo y yo estábamos frente a un prestigioso jurado y un multitudinario público mientras los flashes de las cámaras y celulares nos hacían fotografías. Habíamos ganado el segundo lugar en el Startup Weekend Managua, pero sobre todo, habíamos desarrollado un emprendimiento con alta viabilidad y desde cero en solo ¡tres días! No lo podía creer.
Déjenme contarles cómo lo hicimos.
Día 1
Es viernes y son las una de la tarde. En el Centro de Innovación Zamora Terán, la casa del Startup Weekend Managua, se respira creatividad.
Hasta este momento, solo han llegado personas mayores: adultos emprendedores, y otros que están en el desempleo a raíz de la crisis política que atraviesa el país. He logrado conversar con algunos y me dicen que llegaron al evento para aprender y obtener las herramientas necesarias para iniciar un modelo de negocio. Algunos no tienen la menor idea de cómo iniciar, al igual que yo.
Semanas atrás, el equipo de la Revista Niú, donde actualmente trabajo, me propuso infiltrarme en el Startup Weekend para escribir este relato. Lo acepté con reservas. Creo que fui el “indicado” —más bien el conejo de indias perfecto— porque le he dado cobertura a temas de emprendimiento e innovación desde que inicié a trabajar acá, hace casi dos años. Y claro, no hay nada más apasionante que escuchar y escribir sobre los éxitos y los fracasos de un emprendedor. Es divertido escucharlos. Pero vivirlo en carne propia es otra cosa y en estos tres días me di cuenta que no es nada fácil.
Antes de irme a la actividad, me habían alertado que mordería el leño, que habría mucha exigencia, que el tiempo pasaba volando y solo tendríamos un poco más de cincuenta horas para llevar a cabo un emprendimiento desde cero.
—¿Emprender una idea y presentarla en tres días? ¡Estos majes están locos! —me dije el viernes, llegando al Startup Weekend. Yo llevaba preparada una idea para presentarla al público. No era exigido, pero quería retarme a mí mismo y saber hasta dónde podría llegar.
Un día, mientras estaba en el baño —el mejor lugar para incubar ideas—, se me prendió el bombillo.
—Hola, mi nombre es Franklin. En estos días vivimos en medio de noticias falsas. Están en todos lados, en las redes, hasta en los medios. El Chequeador es una plataforma digital que tendrá el fin de combatir esto a través de un equipo de colaboradores que se encargarán de desmentir toda esa información. Para esto, necesito a diseñadores, programadores y personas interesadas en mi proyecto —expuse muy nervioso y no tan seguro de mí mismo frente a las ochenta personas que llegaron ese primer día al Startup Weekend.
Ese día, una treintena pasaron al frente e hicieron su primer «pitch». Casi todas eran ideas geniales, interesantes y, hasta cierto punto, alcanzables. Después de haber expuesto mi proyecto, ni siquiera recordaba muy bien lo que dije. Solo sé que hablé unos cuarenta segundos. El tiempo máximo era de un minuto.
Al llegar a mi asiento, le pregunté a la persona que tenía al lado cómo había estado mi exposición. Sonrío y me dijo “muy bien, me gustó tu idea”. Sentí que solo fue una cortesía. “Abortemos esta misión. Emprender no es lo mío”, pensé.
Al final, cada uno de los participantes debía votar su idea favorita. Yo decidí darle mi voto a Francisco, un mucho muy delgado, de dientes muy blancos y de hablar relajado. Me cayó bien y su proyecto me gustó mucho: era un negocio de helados veganos cuyo fin era potenciar los mercados locales. Él era uno de los becados de Niú que ganó el evento.
Quedaron once ideas, entre ellas una app de educación financiera, los helados veganos, un sitio web para ordenar productos del supermercado —al final me uní a esta—, entre muchas otras. Esto apenas iniciaba.
Mi súper idea para combatir las noticias falsas no había quedado. Solo obtuve un voto. Me sentí mal al respecto. Entonces, tuve que unirme a uno de los proyectos que sí habían ganado en la votación. No fue fácil. Había mucho para escoger. No obstante, quería estar en uno donde aportada desde lo que mejor sé hacer: periodismo y comunicación.
Primero me fui donde Francisco, el muchacho de los helados veganos. Era uno de los grupos más numerosos. Pero después de estar media hora de pie, escuchando a los demás hablar de modelos de negocios, consultas, presentación del producto y muchos otros términos de los cuales no tenía la menor idea y me hacían sentir abrumado, decidí alejarme. “Estos tipos tienen todo bien claro, aquí no aportaré mucho”, me dije.
En realidad, sentí que aquel grupo ya había alcanzado su sinergia y no me necesitaban. Estaría de más. Así que decidí buscar otro, donde pudiera destacarme por mis habilidades. Hice un pequeño recorrido visual por todo el salón. Todos hablaban animadamente. En verdad había mucho entusiasmo.
Después de pensarlo, me uní a la idea de Mercado en Casa. En síntesis, Erika Avendaño, una joven recién egresada de arquitectura había realizado una hora atrás un buen «pitch» en el que explicaba en menos de un minuto que la plataforma consistía en eliminar el tedio de ir al supermercado. Lo cierto es que soy de las pocas personas que ama ir al súper. Pero, aún así me pareció una idea retadora.
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Día 2
El arranque es lo más complicado. El sábado, llegué a las seis de la mañana al Centro de Innovación para ponerme a trabajar. La noche anterior, Benjamín Hernández, uno de los facilitadores del evento, nos había dicho que debíamos redactar la problemática que nuestra idea resolvería, no sin antes advertirnos que él y los mentores esperaban mucho de nuestros emprendimientos.
Primero definimos nuestra problemática, luego nuestro mercado y al hacerlo nos dimos cuenta que tendrían que ser jóvenes y adultos como nosotros, con un estilo de vida rápido y un ritmo de vida algo ajetreado.
En realidad, sentí todo ese proceso muy fácil. Como no había un liderazgo marcado en el grupo, todas las ideas se comentaban entre todos, se consideraban y luego se aprobaban. Nuestro equipo estaba formado por seis personas, a diferencia de otros donde había más de diez y las discrepancias podrían ser mayores.
El tiempo pasaba volando. Era fácil que las horas no se sintieran, porque los procesos eran largos y basados en una metodología. Una vez que completamos esa parte teórica, Andrés, un miembro del equipo que era programador, planteó las bases del desarrollo de la plataforma. Todo ese tema de la programación nos sonaba a chino, así que Andrés tenía luz verde para hacer lo que mejor creyera posible de ejecutar en 54 horas.
Una de nuestras características como equipo era la confianza que, sin conocernos, nos teníamos. Ellos confiaban en mí y dejaban que desarrollara mis ideas y era algo mutuo. Pude observar que en el resto de los equipos siempre había un jefe, que solía ser el “dueño” de la idea. Por él debían pasar todas las decisiones y ser aprobadas sin unanimidad. Nuestro caso era distinto, todo era discutido y votado.
Mientras Andrés desarrollaba la plataforma, yo dije que me encargaría de toda la línea gráfica. Me puse a ello de inmediato y disfruté hacerlo. Abrí un sitio web para crear diseños muy básicos sin tener grandes nociones al respecto. La idea tuvo varias evoluciones hasta que entre todos discutimos la mejor.
Luego, después de la comida llegamos al taller de validación, que sería impartido por Benjamín Hernández, un emprendedor algo áspero al criticar tus ideas, pero con un acento mexicano gracioso. Lo que más me agradaba de Benjamín es que siempre llega al grano. No habla con rodeos. Si algo no le gusta, lo dice.
Después del taller de cinco minutos sobre la validación, le dije a mi equipo que me encargaría de esa parte. Erika, la arquitecta, me ayudó con los contactos. Yo me encargué de redactar las entrevistas y las preguntas. Esta parte me recordó a lo que suelo hacer todos los días en mi trabajo: entrevistar a la gente para recabar información. La entrevista es la esencia del periodismo.
Una vez que tenía toda la información, debía procesarla. Realicé con Google Forms una encuesta en línea para validar aún más los datos. No la hicimos pública. Decidimos mandarla clientes potenciales que cumplían con las características de nuestro público.
Al final de la tarde, prácticamente teníamos el prototipo. Andrés permanecía todo el tiempo callado, con la mirada fija en su laptop, pero estaba trabajando, aunque no pareciera. Desarrolló el modelo —ochenta por ciento funcional— en una tarde. Kathia, la mercadóloga, ya había sondeado los productos y la lista de precios. Claudia y Eveling, se estaban encargando de las finanzas. A pesar que los procesos no siempre eran comentados y había mucha libertad individual, cada uno funcionaba como un engranaje.
Luego llegó el momento de ensayar el «pitch» que el día siguiente presentaríamos ante un jurado. Pero no teníamos nada listo. Nuevamente, siguiendo el fin de esta crónica, me propuse como voluntario para exponer en qué consiste nuestro proyecto en cinco minutos. Fue desastroso. Todos los mentores, y sobre todo el áspero de Benjamín, me miraban fijamente mientras hablaba de manera torpe e insegura. Al final del minuto logramos presentar el prototipo y percibí que quedaron impresionados.
—No estuviste tan mal, lo hiciste muy bien —me dijo Eveling, quien hablaba siempre como una mamá comprensiva y cariñosa. Es la mayor de grupo, tiene una librería y se lleva muy bien con los números.
Benjamín, nos dijo: “¡Cuenten una historia! Les hablaré duro, pero sé que ustedes podían dar más que esto que acaban de hacer aquí en frente”. Auch, pensé.
Salí cabizbajo del cuarto.
—Lo siento muchachos, la cagué. Hablo muy enredado —le dije a mi equipo apenado. Sabía que el trabajo que habíamos hecho durante una tarde entera no servía de nada si no lográbamos explicarlo bien.
El día llegaba a su fin y nos sentíamos cansados. Cada quien se fue a su casa a eso de las siete de la noche. Si habían pendientes, cada uno avanzaría a distancia. Mañana nos volveríamos a ver a las seis y media de la mañana.
Día 3
Suceden muchos problemas. Las cuentas no nos dan. El modelo de negocio parece no ser rentable y solo tenemos tres horas para solucionarlo. El equipo de finanzas, conformado por Claudia y Eveling, llevan horas con las manos en la cabeza, desesperadas. El tiempo se nos acaba. Me digo a mí mismo que debo alejarme un poco de este proceso. Son muchos números, muchas cifras, muchos datos que pueden confundirme y lo que necesito es tener las ideas claras para presentarlas al jurado.
Mi mente debía estar en modo zen en las próximas horas. Pero me es inevitable alterarme. Mis conocidos dicen que «soy un viejito cascarrabias». Yo quería irme pronto. Ya estaba harto y estresado. “Bueno, hemos llegado hasta el tercer día”, me dije al analizar que uno de los grupos se había desintegrado la tarde pasada.
Todo estaba listo para exponer nuestra idea al jurado. Pero no habíamos ensayado nada y faltaba una hora para que iniciara la actividad principal. En el equipo todos acordamos que expondríamos Kathia y yo. De inmediato nos pusimos a ensayar.
Éramos el último grupo en exponer. Sentía nervios y las manos me sudaban. Pero todo estaba calculado y cronometrado. Andrés, el desarrollador tendría en su mano una tablet que al minuto cuatro se la pasaría al jurado, conformado por Xiomara Díaz, William Pilarte, Hilaria Salinas y Juan Ignacio Martínez; todos emprendedores de reconocida trayectoria.
Al llegar nuestro turno, las palabras simplemente fluían. Incluso lo hicimos mejor que las decenas de veces que lo practicamos. Unos quince minutos después el jurado ya estaba listo con los ganadores. Este año fue especial a diferencia de las ediciones anteriores, pues hubo tres menciones especiales y cuatro lugares. ¡El segundo lo ganamos nosotros!
Nuestro trabajo había rendido sus frutos a pesar de las dificultades financieras que fue lo que más nos costó superar.
Luego del reconocimiento vinieron las fotos, las selfies y los abrazos. Ahora, queda la ilusión de llevar adelante el proyecto, aunque las estadísticas apuntan que solo el doce por ciento de las ideas que llegan al Startup Weekend se materializan. El resto quedan en nada. Mi equipo cree que Mercado en Casa será parte de ese doce por ciento. Pero para ser honesto, solo el tiempo lo dirá. Quién sabe, tal vez deje el periodismo y me dedique ahora a emprender.