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El aislamiento social en Bilbao, ciudad donde reside Glenda García "se parece al de un reo con salidas temporales justificadas".
Glenda García es una ingeniera agropecuaria que llegó desde Nicaragua a España hace 14 años. Es una mujer inquieta, entregada, y con la palabra solidaridad escrita en su frente. Colabora con un despacho de abogados en Donostia, al norte de España, donde pone en práctica los conocimientos de Derecho que adquirió en su país natal. Y está en aislamiento social obligatorio.
Administra la página en Facebook Asociación Nicaraguita, un espacio muy interactivo, con información y consejos de gran utilidad para migrantes, quienes hacen consultas constantemente, que han aumentado con la actual crisis sanitaria que azota a España, por el coronavirus.
En sus transmisiones en vivo, y su canal en Youtube Gente de Bien, Glenda suele dar información importante e interesante para regularizarse y mejorar la estancia en España. “Son consejos con un fundamento jurídico que, cuando son temas sensibles los traslado al despacho para buscar asistencia jurídica. Ya sabés que cuando se despide a quienes trabajan en el sector doméstico, no se les liquida y por falta de dinero para pagar a un abogado, no reclaman, no saben a dónde acudir y, de esa forma se caducan los plazos y pierden la liquidación que les correspondiese”, explica.
Éste es su testimonio:
El aislamiento social en Bilbao, ciudad donde resido, se parece al de un reo con salidas temporales justificadas. Hace un par de semanas, después de iniciado el confinamiento ya limpié todo, lavé todo lo que se podía y lo que no. He aprovechado este tiempo para remendar cosas, planchar ropa, cocinar para dos personas, porque he tenido que separarme de mi familia.
Una se encuentra en Sevilla, otra en Mallorca y mi hijo y yo, atrapados en Bilbao. Pudimos habernos movido antes del confinamiento, pero nos dio miedo al no saber si éramos portadores del virus. Mi suegra y mi madre son gente mayor y no queríamos correr el riesgo, preferimos aislarnos e intentamos llevar la vida como podemos.
Comparto la casa con un estudiante de habla inglesa, y eso supone un reto porque mi nivel de inglés se compara con el del presidente Maduro de Venezuela y debo de andar con cuidado para que no me suceda lo del otro día que le dije que lo invitaba a una playa, en virtud de te invito a una cerveza. El pobre hombre, asustado, me decía gracias, pero yo tampoco debería salir porque me multarían. Una visita por el traductor para aclarar el asunto… anécdotas del encerramiento.
Salgo poco o nada al supermercado, primero por mi salud y la de los que estamos en casa; segundo porque en los supermercados se encuentra poco o nada para comprar según qué productos. Por poner un ejemplo, la segunda vez que salí en estos días, no había alcohol, agua oxigenada, lejía (cloro) o carne. Para poder comprar determinados productos hay que hacer colas por la mañana y me parece terrible, porque siempre hay quien no cumple lo de llevar mascarillas o dejar los dos metros de distancia.
El personal de los supermercados, dependiendo de la hora, muestra cansancio y a veces te dan repuestas poco agradables a las preguntas que para una son necesarias, y para ellas una molestia o estupidez de nuestra parte. El otro día vi a una cajera sin mascarilla que regañaba a una señora mayor porque no respetó la distancia para esperar su turno. Al reclamo de otra clienta, por las maneras desagradables de la cajera de llamarle la atención a la señora, nos enteramos que veía poco.
Mi trabajo está totalmente cerrado. Las instituciones públicas no están abiertas por lo que la empresa me mandó a casa con una suspensión de contrato por fuerza mayor, y eso significa que estoy en casa sin trabajar y sin salario.
Las mujeres trabajadoras del hogar en la crisis del coronavirus
Las medidas para las y los migrantes son precarias e inexistentes como desde hace años, pero ésta vez agravadas por la pandemia. La situación en general es de desamparo, falta de ayudas, medidas de protección, etc. Y aún peor para quienes no tienen regularizada su estancia en España.
Por ponerles un ejemplo, una de las preocupaciones que me expresan es ¿qué hacer si les detiene la policía? El gobierno estableció que para poder desplazarse al trabajo sin ser multadas se debe presentar un justificante de desplazamiento por cuestiones laborales; en éste se debe detallar el nombre y dirección del empleador o empresa, por lo que quienes tienen trabajadoras en situación “irregular” han preferido despedirlas para no tener que darles el permiso.
Yo he registrado que quienes tienen jornadas como trabajadoras externas y con casi tres años laborando para un empleador, se han tenido que quedar a las puertas de una regularización. Todo apunta a que el empleador aprovechó la situación, se sacudió a la empleadora, se ahorró regularizarla y para ellas es volver a empezar. A todo esto hay que sumarle que se van a casa con los días trabajados y sin ningún tipo de liquidación o esperanzas de volver a recuperar el trabajo.
Para las internas “irregulares”, también la situación cambió. Muchas de ellas no han sido despedidas, pero sí se les ha suspendido el día libre o el par de horas libres diarias a las que tienen derecho y sin opción de poder solicitar un aumento salarial. Otro grupo de mujeres migrantes son las que tienen su situación migratoria regular en España.
Entre ellas están las trabajadoras externas y han sido, en su mayoría, enviadas a casa con un cese temporal de sus contratos, es decir, sin cobrar más que los días trabajados. Hay quienes han visto de la noche a la mañana que su contrato pasó de ser externo a interno, con el mismo salario y, en el peor de los casos, asumen gastos de comida, agua o electricidad para no perder el trabajo. Varias de estas mujeres son las que recién han obtenido una tarjeta temporal con la figura legal de “asilo político”; de su salario depende la supervivencia de su familia, hijos y maridos.
En general, de momento no conocemos ningún tipo de ayuda y, de salir adelante la propuesta gubernamental para este sector, habrá que leer la letra pequeña para saber efectivamente a quién le darán y en qué condiciones. No creo que se tome en cuenta a las que tienen estancia irregular en España, por desgracia.
Compatriotas contagiadas
Conozco varias personas contagiadas, principalmente en Madrid, País Vasco y La Rioja. La mayoría de las afectadas son mujeres. En vigilancia hay siete personas hasta hoy, algunas trabajadoras del hogar y los varones laboran en diferentes áreas. Sabemos por terceros que hay más gente infectada pero nadie quiere decirlo, impera una especie de miedo y necesidad no comprensible de esconder la enfermedad. La mayoría están con asistencia médica telefónica, de momento no se ha hecho público que alguien más esté ingresado en situación grave o que se hubiesen hecho pruebas por Covid 19. Son sospechosos únicamente aislados por tener síntomas parecidos a los producidos por el virus o por estar haber estado en contacto con personas contagiadas.
Mis miedos supongo que se comparten con el de muchas personas, que son no infectarme, saber cómo pagaremos los compromisos de casa, insumos, la incertidumbre de si seré o no admitida al regreso a mi trabajo, es una situación estresante y durísima. Una de las tantas enseñanzas de esta pandemia es la unidad. Muchas de las compatriotas afectadas por los despidos comparten casas y a falta de dinero ha sido necesario tirar del ingenio para compartir lo poco que se podía comprar, arroz, pasta.
Y si una lograba comprar algo de carne se compartía. Muchas de ellas, pese a que llevaban meses viviendo juntas, se veían poco o no se conocían; hoy se sientan a hablar de sus miedos, sus hazañas de supervivencia en España y se rememora el tiempo que llevan viviendo en España, mientras se dicen “ jamás imaginé ver una situación así de cerca”. Muchas viven en edificios donde han fallecido personas por el Covd 19. Impera la armonía y el aliento de unas a otras, que esto pasará y podremos empezar porque hemos sobrevivido.
Las redes nos han puesto al extremo, leyendo bulos, pasando sustos por cómo se maneja en Nicaragua todo lo del Covid 19, viendo en España que las noticias son duras. Entre todas intentamos darnos aliento, abrazos digitales. Estamos tomándonos el tiempo para mandar mensajes a las amistades que antes no nos era posible porque el trabajo nos consumía. Hemos parado físicamente para dedicarnos a ver pasar el tiempo en compañía de quienes les ha tocado estar encerradas junto a nosotras, de ciudades tan lejanas o de otros países, incluso.
En la casa de una amiga vive gente de Quílali, Ocotal, Jalapa y El Salvador. “Ya somos más que amigas”, dicen. Mientras nos vemos por el Whatsapp, nos contamos qué tal otro día en el sofá, por dónde llevamos el libro que nos dio por leer y que tal está la familia en el pueblito.
Este texto fue publicado originalmente en Ciudadlatina.