En pantalla

“El diablo a todas horas” trabaja extra para hacer entretenimiento de la maldad

Con la participación de Tom Holland y Robert Pattinson, El Diablo a todas horas, se mantiene posicionada entre lo más popular de Nicaragua, en Netflix.

     

La voz ronca y campechana del escritor Donald Ray Pollock narra “El Diablo a Todas Horas”, adaptación de su propia novela, dirigida por Antonio Campos. Su voz, grave y campechana, brinda la interpretación más ponderada de la película.

La casualidad y la fatalidad son invocadas desde el principio, delimitando la acción a un grupo de personajes que se cruzan entre dos pueblos en el sur de los Estados Unidos, a través de dos generaciones: Willard Russell (Bill Skarsgård) es un veterano de la II Guerra Mundial. Su madre quiere que se case con Helen (Mia Wasikowska), joven huérfana que ha perdido a su familia en un incendio, pero él se enamora de Charlotte (Haley Bennet), una compasiva mesera. Su compañera de trabajo, Sandy (Riley Keough) tiene otra suerte, capturando la atención de Carl (Jason Clarke), un fotógrafo con una terrible afición. Arvin (Tom Holland), el hijo de Will y Charlotte, hereda el instinto violento del padre y la bondad de la madre. Ambas le servirán para proteger a Lenora (Eliza Scanlen), su hermana de crianza. Añada a Lee Bodecker (Sebastian Stan), un policía corrupto, y no uno, sino dos predicadores malvados porque en un filme de excesos, no bastaría con uno: Roy Laferty (Harry Melling), con fanatismo de extremos homicidas; y el reverendo Preston Teagardin (Robert Pattinson), lascivo y despiadado.

La trama se inscribe en la tradición de la literatura gótica norteamericana, con su atmósfera de calor sofocante, preñada de secretos destructivos y deseos malsanos. La expresiva música original de Danny Bensi y Saunder Juriaans, y la hermosa fotografía de Lol Crawley, contribuyen a crear la ilusión de que estamos viendo una incursión sustancial en el género – la cinta se filmó en película de 35 mm, en franco desafío a la tiranía digital–. Pero esta reverencia por el pasado – técnico y literario– no basta para darle suficiente sustancia a un guion que favorece el sensacionalismo sobre la humanidad de los personajes. El director Antonio Campos parece empeñado en crear una idea adolescente de lo que es una película para adultos: sangre, sexo y violencia, invocados por su valor de shock.

Irónicamente, entre tantos sujetos que toman decisiones brutales y las ejecutan a pesar de las consecuencias, el personaje más pasivo resulta ser el más interesante. Sandy es el accesorio de un criminal despiadado. Su complicidad depende de presentarse como objeto de deseo, y dejar que Carl haga lo suyo. Keough (American Honey) tiene una presencia magnética, y cuando la cámara tiene la paciencia de quedarse con ella, registra en su mirada y lenguaje corporal todo lo que debemos saber de ella. Holland hace su mejor esfuerzo por funcionar como el centro moral del filme, pero no puede escapar de las expectativas implícitas en ver a la estrella de “El Hombre Araña” despojándose del disfraz de héroe para actuar en una película “para mayores”. Sebastian Stan, otro veterano de Marvel, tiene aún menos suerte, con una presencia genérica y olvidable.

Desde la advertencia implícita en el título, la película tiene una fijación con el efecto que la religión tiene sobre las personas. Will encuentra una brutal crucifixión en el campo de guerra, y la replica en el traspatio de su casa en un arranque de desesperación. El poder que la devoción confiere a los supuestos representantes de Dios en la tierra es utilizado para el mal por Teagardin y Laferty. Los actores ofrecen un estudio de contrastes en sus interpretaciones. Melling es estudioso y disciplinado, ofreciendo una actuación sobria dentro de los parámetros que permite el personaje -el actor es una especie de “jugador más valioso” en los originales de Netflix, después de aparecer en “The Ballad of Buster Scruggs” (Joel & Ethan Coen, 2018) y “The Old Guard” (2020) -. Pattinson abraza la exageración, asumiendo un acento de voluptuoso artificio, que no tiene que ver con replicar la manera en que los norteamericanos del sur hablan, sino con la estilización interpretativa. Pattinson ofrece su idea de cómo debería sonar la voz de un pastor maligno. La burla del público es un riesgo asumido. Es el tipo de “mala actuación” que solo puede ser provista por un buen actor, y que puede disfrutarse en sus propios términos. Keough nos sorprende al contrastar con la histeria, mientras que Pattinson armoniza con el exceso que le rodea.

“El Diablo a Todas Horas”
(The Devil All the Time)
Dirección: Antonio Campos
Duración: 2 horas, 18 minutos
Clasificación: ⭐⭐ (Regular)
Disponible en Netflix