Por haber hecho al mundo la palabra
Podemos comunicarnos con el mundo
Somos palabra
En un mundo nacido de la palabra…
Y así uno no es, sino es diálogo
Toda persona es otra persona
Sino, sus palabras no tocaría nada
Del Cántico Cósmico de Ernesto Cardenal
HAVANA TIMES – El escritor chileno Roberto Bolaño consideraba que el exilio es un “acto voluntario”, pero, paradójicamente, podría ser también un acto no deseado. De cualquier manera, una vez que estamos puestos en el “nuevo mundo”, los códigos que portamos en la maleta se desembalan como un lenguaje extraño para los nativos que nos acogen.
En Montevideo, capital de Uruguay, los grupos de inmigrantes más importantes hablan español. La mayoría provienen de Venezuela, Cuba y República Dominicana, más otras pequeñas diásporas de latinoamericanos.
El español es el segundo idioma más hablado del mundo, después del mandarín y encima del inglés, hindi y árabe, y es hablado en más de veinte países de América. Su proceso histórico continúa siendo dinámico, pues como dice el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, el español:“Sabe entrar en mezclas nuevas, porque se sabe el fruto de una permanente hibridación a través de la historia”.
Ese lenguaje que se mezcla y se hibrida, impulsado por el motor de la historia y el presente, sigue migrando debido a las convulsiones políticas que azotan a América Latina. Los expertos estiman que hay un país completo de venezolanos en el exilio, casi o más de cinco millones de personas. De igual manera, también hay cientos de miles de cubanos moviéndose por todas las latitudes, y a partir de 2018 casi 100 mil nicaragüenses se han desplazado huyendo de un violento estallido social y la consecuente represión de una dictadura.
Con esos desplazamientos, millones de personas están reconfigurando la geografía lingüística de nuestro continente, lo cual no significa que sea un proceso dulce y amable, sino que remueve un amplio crisol de prejuicios y estereotipos que exacerban la discriminación.
Consecuencias de la migración
En un país como Uruguay, que no recibía olas migratorias importantes desde que culminó la II Guerra Mundial y cuya cultura se asentó en una idiosincrasia de tradiciones europeas, el español que emigra se contrapone con la hegemonía del español rioplatense, lo cual genera choques culturales que allanan una suerte de discriminación basada en una “supremacía lingüística rioplatense” que consideran que los “otros” no “hablan correctamente la lengua”.
El concepto de estado nación, como un espacio político y cultural de identidad, tiende a la homogenización, basada en una narrativa cargada de imaginarios y mitos que configuran la llamada identidad nacional. En el mundo actual, globalizado, convulso y migrante, esos conceptos se vuelven relatos peligrosos, puesto que hacen imperativo el rechazo a lo diferente, ya que suelen representar una “amenaza” a la identidad nacional y, en este caso, lingüística.
En Uruguay, el relato de país sin indios, de descendientes directos de españoles e italianos, y su larga tradición democrática e institucional, ha servido para que su sociedad no se sienta identificada con Latinoamérica y sí más cercana a Europa. Eso ha creado estereotipos sobre lo latinoamericano. Sin embargo, en la actualidad, en las calles de Montevideo la polifonía de acentos se escucha y se vive cada vez más.
Los cánticos diferentes y las palabras raras son cuestionadas. El rechazo aún es tácito; está bastante disimulado, pero el olor que expele la concentración de muchos extranjeros empieza a incomodar a los locales. Ellos parecen ignorar que el español está copado de préstamos lingüísticos, de neologismos, de hibridaciones, del espanglish que toca a la puerta y se sienta a la mesa en México, Centroamérica y demás países de este subcontinente.
Discursos de odio en las redes sociales
En las redes sociales hay algunos discursos de odio que piden el retorno a sus países a venezolanos y cubanos. Los dominicanos son discriminados más abiertamente, por ser los más pobres y oscuros de piel, quienes, además, traen consigo una alegría incomprendida por la ciudad de Benedetti y de Galeano. El merengue retumba en las calles de algunos barrios que se han vuelto guetos de dominicanos y muchos montevideanos no logran asimilar esas expresiones y diferencias y deciden mudarse a jurisdicciones más al sur.
La Ciudad Vieja, una barriada apostada a la orilla del puerto de Montevideo, es la que recibe a los migrantes recién llegados. Dentro de sus fronteras se oyen sones tropicales y acentos raros. Se escuchan construcciones gramaticales que no coinciden con las estructuras rioplatenses. Para los uruguayos, ese lenguaje es ininteligible y los montevideanos asumen que hablan un mal español. Es difícil concebir desde una sociedad tan marcadamente europea, que ese español antillano mezclado con las voces negras de los esclavos y el taino, ese español isleño, de una sonoridad inquietante y molesta, tenga legitimidad
En el mundo laboral ese fenómeno aterriza con más rudeza. Muchos de esos inmigrantes han ido ocupando puestos. Es menester repasar que Uruguay es un país de un poco más de tres millones de habitantes, con una de las tasas de natalidad más bajas del continente, es decir, es una nación envejecida, con pocos jóvenes y con una elevada tasa de inmigración juvenil hacia Europa o Estados Unidos. Este fenómeno abre oportunidades a la masa de juventudes inmigrantes que arriban, muchísimos de ellos con títulos profesionales.
Uruguay es lento y conservador
Sin embargo, el estado suramericano se niega a cambios radicales, sus procesos son lentos y conservadores. Eso mismo pasa con el habla. Mientras el resto de América Latina incorpora palabras del inglés, principalmente, o modismos del español ibérico u otras culturas, en Uruguay, hasta los sinónimos que pueden ser usados en sustitución legítima por las palabras y estructuras gramaticales acostumbradas e incólumes de esa región austral, no son vistas con buen ojo.
Por ejemplo, la palabra espléndida, utilizada por un amigo venezolano en una comunicación digital en Facebook para describir “una librería donde se realizó la presentación de un libro X”, fue censurada. Eso tiene que ver con construcciones culturales muy arraigadas en esta sociedad, ya que el uso de adjetivos “grandilocuentes”, como es el caso de espléndido, no son de uso común en la parca manera de hablar del uruguayo; ellos ahorran adjetivos, ya que en su cultura no se permite el elogio, se ve de mal gusto y como innecesaria adulación.
Desde mi experiencia personal, en una ocasión, cuando mandé un correo, me indicaron que “me ahorrara esa melosidad centroamericana”; sin embargo, gramaticalmente era correcto, la sintaxis era aceptable y se entendía y lo convertía en una comunicación más amable sin desvirtuar el mensaje que pretendía transmitir.
El exilio trae consigo la necesidad de la autocensura a la propia personalidad. Tanto las expresiones corporales, como las palabras que se profieren de la boca nos delatan como extraños y nos convierten en blanco para la discriminación.
Fuente de unidad pero también oposición
El idioma es unidad, pero a la vez oposición, aun dentro de nuestra misma lengua, pues se ve enfrentada por sus diferencias regionales. Migrar dentro de América Latina no significa por antonomasia que hablamos igual, o que por hablar español somos vistos con la misma mirada. Las variantes lingüísticas reclaman su propia supremacía que se convierten en una desventaja contra la que luchan los que no pertenecen.
Sin embargo, los que más pierden son aquellos quienes reciben en su casa a huéspedes con otras cosmovisiones y no saben aprovecharlas para enriquecer su cultura. Me pregunto si cuando vinieron los italianos y los españoles a estas tierras no habrán sido recibidos con mejor beneplácito e incorporadas sus costumbres con mayor celeridad, respecto a esto nuevos migrantes de raza y español mestizo.
Un país sin indios, sin pasado milenario, necesitaba construirse una identidad y se ciñó a la de los blancos mediterráneos que por la tragedia de las guerras tuvieron que migrar al sur de América.
Ahora, otra guerra, la de las dictaduras populistas de las repúblicas bananeras, está desplazando al no prototipo europeo mediterráneo de estas tierras charrúas que aún no comprenden que su territorio está anclado en Latinoamérica, a pesar de que sus mentes se arraigan a un pasado migratorio que no volverá.
Quizás, esta atrevida afirmación me sea respaldada por la xenofóbica y racista canción
No somos latinos, del grupo uruguayo de rock El Cuarteto de Nos que dice en algunas estrofas: “Quieren hacerme creer estos cretinos, que los uruguayos somos latinos… No me jodan más, no somos latinos. Yo me crie acá en la Suiza del sur”.
*Víctor Rodríguez Oquel: nicaragüense, comunicador social y gestor cultural. Este texto fue publicado originalmente en Havana Times