Gwyneth Paltrow, que tiene 5,3 millones de seguidores en Instagram, tuvo en 2019 una pequeña bronca con su hija, Apple Martin, después de que la joven de 14 años llamara la atención a su madre por subir a las redes sociales una foto en la que salía ella. Lo importante, más allá de quién de las dos tenga razón, es que el asunto generó una discusión acerca de dónde se deberían situar los límites sobre la información que los padres comparten de sus hijos en las redes.
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A menudo pensamos de manera errónea que a los jóvenes no les importa su privacidad, creencia alimentada por campañas publicitarias que dan por hecho que comparten su vida personal en exceso o que no entienden a qué se exponen. Sin embargo, tal y como he escrito en alguna ocasión sobre el tema, quizá los padres tengan que preocuparse menos de lo que creen, dado que los jóvenes tienden a manejar la privacidad de manera responsable. De hecho, deberían ser los padres, y no sus hijos, quienes tuvieran más cuidado con su actividad en línea.
Las redes sociales están diseñadas para promover la participación de los usuarios. Resulta casi imposible escapar de ellas, ya que la desconexión puede conducir a la exclusión social, por lo que nuestras vidas están cada vez más expuestas.
Hemos llegado a un punto en el que incluso los colegios cuelgan datos de los niños. La idea del uso del reconocimiento facial es ampliamente aceptada para proteger a los jóvenes, así como para llevar a cabo un seguimiento de sus progresos o mejorar su experiencia como estudiantes, pero lo cierto es que, cada vez más, se almacena la información disponible en línea sin un consentimiento previo.
Tal y como señala el informe del UK Children’s Commissioner (Comisionado de la Infancia de Reino Unido), no es justo señalar a niños y jóvenes por compartir su vida en exceso. El rol de los padres tiene mucho peso en la ingente cantidad de datos recopilados durante la infancia de los individuos, y la sociedad digital al completo está diseñada para obtener el consentimiento y fomentar la participación. En estos términos, los jóvenes (y otros grupos marginales) no suelen tener otra opción que entrar en la rueda.
Ciudadanos particulares
En un contexto en el que las instituciones se hacen con los datos sobre los jóvenes que los propios padres comparten, no debería sorprender a nadie que los niños estén realmente preocupados por su privacidad. Eso sí, sus inquietudes son diferentes. Mientras que los adultos tratan de que su información no sea robada por empresas, gobiernos, hackers o acosadores, las prevenciones de niños y adolescentes van en una dirección diferente.
En especial, los jóvenes intentan mantener sus publicaciones fuera del alcance de sus profesores y de los miembros de su familia. Los más pequeños, además, están innovando para conseguir acceder a los tipos de privacidad específicos que quieren.
En general, tienen habilidad para la gestión de múltiples identidades y para camuflar sus comunicaciones. Todos tenemos diferentes versiones de nosotros mismos que mostramos a los demás. No actuamos de la misma manera en el trabajo, en casa o con los amigos. Sin embargo, la tecnología va más allá y permite a los usuarios opacar sus actividades con cuentas falsas y con significados ocultos. Muchos jóvenes tienen perfiles paralelos en las redes: alimentan Finstagram (una cuenta en la que nada es lo que parece), donde suben contenido “adecuado” para su familia, mientras reservan el de verdad para el perfil en el que están sus amigos. La juventud demuestra con estas prácticas su capacidad de adaptación e innovación en el uso de las tecnologías.
Las empresas intentan hacer ver que los datos son el nuevo petróleo, es decir, un producto que puede ser comercializado. Sin embargo, este modelo pierde su razón de ser cuando entran en escena los grupos con menos poder en la sociedad, formados por jóvenes, pero también por otros colectivos marginados por motivos étnicos, de edad o de sexualidad. En su lugar, deberíamos valorar la información personal como sinónimo de identidad. El consentimiento para recabarla debería ser fundamental, así como las violaciones de datos deberían ser consideradas un tipo de robo de identidad. Si hablamos de la privacidad en estos términos, Apple Martin tendría todo el derecho a criticar la publicación hecha por su madre.
Aunque lentamente, la legislación está empezando a apoyar esta línea de pensamiento. El Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea, por ejemplo, apunta en una dirección en la que el usuario tendría el control sobre cómo y cuándo son recopilados y utilizados sus datos personales. Es decir, el consentimiento volvería a estar en sus manos.
Pero, ¿qué ocurre cuando son los padres quienes arrasan con la privacidad de los niños? Nada más fácil, ya que mucha gente tiene predilección por compartir fotos de sus hijos con la familia y los amigos. Sea como fuere, es importante ilustrar a los más pequeños sobre las actividades en línea, los datos y la privacidad. Para reforzar estas enseñanzas, los padres deberían predicar con el ejemplo.
Al querer presumir de nuestros hijos no deberíamos contribuir a un sistema que normaliza la vigilancia y la ausencia de privacidad. Bastante tendrán de eso cuando crezcan. Los padres no deberían dar la impresión de que incluso los más cercanos podrían explotar los datos o la identidad de los niños, ya que lo único que se consigue es que los jóvenes se vean a sí mismos como mera mercancía que puede ser comprada y vendida en línea como parte de una inmensa serie de datos. Al contrario: los progenitores deberían proporcionarles las herramientas necesarias para protegerse a sí mismos.
Qué medidas se pueden tomar
Nunca es pronto para empezar. Los padres primerizos deberían pensar seriamente acerca de cuánto quieren compartir sobre sus hijos en las redes. Esto no quiere decir que deban mantener todo dentro de la esfera privada, sino que deberían sentarse a discutirlo y llegar a acuerdos sobre lo que está bien y lo que no, cuándo y con quién compartir lo que deseen y comunicar estas decisiones a los miembros de su familia y a cualquiera que pueda, sin darse cuenta, “filtrar” imágenes a un público más amplio.
Tampoco es pronto para educar en ningún caso. Últimamente he empezado a preguntarle a mi hijo de tres años si podía compartir imágenes en las que salía él con mi familia o mis amigos. Y sí, también le he preguntado si le parecía bien que le mencionara en este artículo. Cada granito de arena cuenta.
El Children’s Commissioner de Reino Unido ha publicado 10 consejos para minimizar la huella digital de los niños, entre los que se incluyen evitar las publicaciones que desvelen de alguna manera su fecha de nacimiento o su ubicación y dirigirse a organizaciones dedicadas al estudio de la recopilación de datos para conocer cómo y por qué las empresas llevan a cabo esta práctica. Existen muy buenas organizaciones, como Doteveryone, Carnegie UK Trust y la Electronic Frontier Foundation (Fundación Frontera Electrónica). Todas ellas proporcionan información útil y ofrecen consejos a cualquier persona interesada en mejorar sus hábitos en línea.
Es importante hablar a nuestros hijos del consentimiento en todos los ámbitos de la vida, por lo que la privacidad en las redes no debería ser una excepción.
*Este artículo fue republicado de The Conversation bajo licencia Creative Commons. Lea el artículo original. Garfield Benjamin, Postdoctoral Researcher, School of Media Arts and Technology, Solent University