En Bocana, el agua se parte en dos colores. De un lado es verde y el río luce más profundo. Del otro, parece revuelta con barro. En el idioma Chontales, Paiwas significa «Dos Ríos» (país=dos y was=río). En Bocana se topan el Río Paiwas y el Río Grande de Matagalpa, que según los lugareños es “más cochino”, por eso el caudal tiene distintos tonos.
Antonia López los cruzó en 1984. Llegó en una panga a Bocana de Paiwas huyendo del grupo de armados que la secuestró en El Guayabo, la comarca donde nació. Tenía 17 años cuando los contrarrevolucionarios asaltaron su finca por la madrugada, la tiraron en el patio, la amarraron a unos palos, y a ella y a tres de sus hermanos, se los llevaron por cinco días “maltratándonos, apaleándonos, amenzándonos de muerte”.
Perdieron 85 manzanas de tierra, 35 reses, cultivos de arroz, frijoles, maíz, cacao, plátanos, quequisque, yuca… Cuando llegó a Bocana estaba grave. A ella y a su hermana las habían violado. “Me hicieron cuatro operaciones vaginales, por las violaciones que me habían hecho, dilaté nueve meses en ese hospital para recuperarme, lo que me decían los médicos es que no iba a poder tener un hijo”, lamenta.
Durante 10 años recibió tratamiento psicológico “para poder recuperar un poco mi identidad como mujer, olvidar lo pasado, yo me sentía destruida, que no valía, que mi vida se había terminado”.
En Bocana empezó de cero. En Bocana conoció a Santana Díaz, padre de su hija. En Bocana encontró a su agresor.
Antonia López relata su calvario, de espalda a las calles de Bocana de Paiwas, donde vive desde hace 34 años.
Creyó que él se iría, pero no se detuvo. La agarró, la arrastró por la casa, le rajó la cabeza con una pistola, la cortó con un machete y cuando terminó, agarró algunas pertenencias y se fue donde una de sus amantes. Fue la última vez que la golpeó. Antonia, de 24 años, se plantó ante un juez y le dijo: “mire –me quité la camisa– hasta hoy le aguanto a este hombre. Voy a romper el silencio. Cuántas cosas me ha hecho a mí, míreme mis espaldas, mis heridas, la cabeza ensangrentada. Si usted no hace justicia con él, yo más no me voy a seguir dejando”. Empezaba la década de los noventa y fue un escándalo, principalmente porque él era un militar. “Decían que iban a quemar la alcaldía, junto con mi persona y el juez, porque ninguna mujer los había tocado a ellos”.
“Yo soporté dos años, pero siempre le comunicaba a mis compañeras, a las de la iglesia, a las del trabajo. Ellas me decían ´vos un día tenés que tener valor y sacar eso, tenés que denunciarlo´. A veces uno se equivoca, él jaló conmigo tres años, nunca le pude conocer algo, jamás, ya cuando estábamos juntos me empezó a maltratar, me presentó muchas compañeras más que él tenía, le aguanté a él dos años”, asevera Antonia.
No volvió a agredirla, pero casi asesinó a otra mujer con la que luego compartió su vida. “La agarró a puñaladas, le desfiguró la cara, le dejó cicatrices, casi la mató. Esa mujer por milagro sobrevivió. Yo vi cuando una mujer iba bañada de sangre. Yo me asusto cuando veo que era mi papa el que iba detrás de la mujer, con un cuchillo en la mano. La vecina se metió, ´lo maletearon´ y a ella la encerraron en una casa para que no la matara y después él, fresco, con la camisa llena de sangre se fue a entregar a la Policía. Me agarró una desesperación, una lloradera”, recuerda Yesenia López, su hija. Su padre huyó a Siuna.
–Cuando pasó eso con la otra compañera, yo hablé con ella y le dije: “si yo hubiera sabido que él te iba a hacer eso, yo de una vez lo hubiera dejado preso para siempre”. En realidad me dolió ella, porque de esas cuchilladas ella nunca se recuperó. El hombre al que uno le perdona la cárcel, lo que hace es tener un lobo más abusado que agarra a otra más débil y termina con esa mujer– lamenta Antonia.
De acuerdo a una caracterización oficial del municipio, «un trabajador del campo devenga un salario mensual de C$4,500.00, una cocinera C$2500.00, un albañil C$7500.00, un vaquero C$4000.00”.
En Bocana de Paiwas no hay funerarias, hospedajes, ni gasolineras pero sobran las cantinas. Solo en el área rural hay 32 bares registrados.
–¿Hay mucha violencia en Bocana?– pregunto al panguero con el que cruzamos los ríos.–No, es sanito. Solo se bebe mucho guaro, eso es lo que le encanta a la gente.
“Para la violencia no se necesita ser borracho. Hay hombres que son violentos aunque no estén tomados”, subraya Esperanza Oporta, defensora de derechos humanos en la zona.
“La Toñita fue muy valiente”, asevera la activista Esperanza Oporta. “La gente agarra aquella valentía y dice ´¿por qué la Toñita pudo y yo no?´”, agrega Yesenia. A su casa llegan mujeres y hombres a pedirle consejo. Antes la violencia se vivía en silencio.
“Para los 80 aquí se veía que los hombres agarraban a las mujeres y las penqueaban por cualquier cosa”, recuerda Antonia.
Mujeres aparecían muertas y “no sabíamos qué había pasado y tal vez había sido por una penqueada que el hombre le diera”, asegura Esperanza.
Según un informe de la alcaldía, en 2009 se atendieron 16 matrimonios y solo un divorcio. Ese mismo año nacieron 276 niños.
“Hasta hoy yo he dejado de trabajar, yo manejaba un destace (matadero), pero a mí hija no le gusta”, explica. Le dio artritis porque se bañaba al salir de su trabajo como ebanista, dice. Se llenaba de aserrín de cedro y pochote, y para darle leche a su hija, con agua se quitaba la amargura del cuerpo. Cuando hacían ataúdes llegaba después de medianoche a mojarse “por eso estoy así, las varitas de los huesos se me están secando”, asegura.
–¿Es peligroso ser defensora en Bocana?– pregunto a Esperanza Oporta, subdirectora de Casa de la mujer.–Cada día somos amenazadas, somos criticadas de todas las maneras. Es duro, es difícil. A veces tenemos miedo, porque nos han amenazado.–¿Qué les dicen?–Que nos van a quemar, hay comunidades donde nos han dicho «violadas van a salir estas jodidas», pero nosotros sabemos que hay mujeres que necesitan en esa comunidad y que también se enfrentan a eso diario, a esa gente machista, violenta.
La eficacia de las autoridades, explica, depende del funcionario “y de las ganas que tenga de apoyar”.
En Paiwas, de acuerdo a un documento oficial de la alcaldía, en 1997 se aprobó el pago de “dos córdobas por cada queso que se saque al mercado, cuatro córdobas por cada novillo vendido al matadero”, para recaudar fondos y pagarle a 25 policías rurales. A esto se le llamó “comisión de prevención al delito”.
Antonia dice que ahora es feliz, que no pudo disfrutar su juventud, pero que ya no tiene quién le haga daño. Se siente “rendida”. Hoy cruzó las tablas, bajó la colina, caminó a la Bocana, se montó a una panga y ya está de regreso en casa. Se empina un vaso de gaseosa y cuenta que es la primera vez, después de casi 20 años, que vio los ríos encontrarse. Sonríe y se despide: “Aquí los espero y si ya no me encuentran, pues les dejo el cuento”.
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