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En actividades recreativas, la infección por SARS-CoV-2 por contacto con el agua para el baño es muy poco probable. El problema es que visitar estos sitios suele implicar una pérdida de las medidas de distanciamiento social.
A medida que las temperaturas suben anunciando el verano, la necesidad de retomar, en la medida de lo posible, las actividades que asociamos a los periodos de vacaciones estivales se hace más acuciante. Queremos disfrutar de las piscinas, las pozas y pasear por las playas. Pero no podemos bajar la guardia. Tenemos que evitar aglomeraciones. Hay que continuar manteniendo la distancia entre las personas y las medidas de autoprotección. Todo depende de nosotros. Esto se aplica a las playas, piscinas, ríos, lagos, pozas, jacuzzis, aguas termales, balnearios… A todas las situaciones que nos podamos imaginar. Cuantas menos personas, menor será la probabilidad de contagio.
La principal fuente de contagio de SARS-CoV-2 en playas, piscinas y demás lugares de baño serán sin duda los seres humanos, que somos los que transportamos el virus a todas partes. Los estudios más recientes demuestran que el virus es muy persistente (hasta 12 horas) en los aerosoles, las suspensiones de partículas diminutas que se generan al expulsar aire.
Los humanos producimos aerosoles continuamente a través de la respiración normal, que se incrementan en casos de enfermedades respiratorias, al hacer deporte y esfuerzo o incluso al cantar. Por tanto, las personas infectadas con SARS-CoV-2 tienen la capacidad de producir bioaerosoles virales que pueden seguir siendo infecciosos durante largos períodos de tiempo después de su producción.
Formas de transmisión
Estos aerosoles pueden transmitirse de persona a persona de forma directa a través de gotitas respiratorias o bien transportados por partículas de polvo o aerosoles de agua provenientes de las superficies de agua. Podemos estar infectados y no tener síntomas.
Se ha detectado la presencia de este virus, que tiene un tamaño en torno a 120 nanómetros (nm), en microgotas pequeñas entre 250 y 1200 nm de diámetro, y en gotas de tamaños mayores de 4 micras.
La distribución de tamaños de estos aerosoles, las condiciones atmosféricas y la presencia de partículas de polvo determinan el tiempo que permanecen en suspensión y la distancia que pueden recorrer. Además, estas partículas virales se depositan en las superficies alrededor de la persona que la produce en un área que variará dependiendo de la fuerza del estornudo, la tos o la fuerza de la respiración.
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Por tanto, mantener la distancia entre personas que no conviven habitualmente, tanto en el agua como en las riveras y playas, es la forma eficaz para controlar la difusión del virus. Lógicamente, estas distancias deberían aumentar en función de la fuerza y dirección del viento.
Para que se desarrolle la enfermedad es necesario exponerse a una cierta cantidad de partículas virales. Si solo nos encontramos con una partícula viral, es poco probable que nos infectemos. Cuantas más personas a nuestro alrededor más posibilidades habrá de que nos expongamos a virus infecciosos.
En el caso de la gripe, con solo exponerse a 10 virus se puede producir la infección. En el caso de otros virus se necesitan millones de partículas virales para que se produzca una infección. Si nos exponemos a menos partículas virales, menos probable será que nos infectemos. Por eso es importante la cantidad de virus infectivo presente en una superficie.
El virus en superficies
Estas partículas virales depositadas sobre diversas superficies pueden ser trasladadas por las manos hasta la nariz, boca u ojos, facilitando la transmisión del virus de forma eficiente. Este aspecto es importante en cualquier ámbito y también en las áreas de recreo para las distintas modalidades de baño, como riveras, playas, zonas limítrofes a las piscinas y por supuesto en piscinas cubiertas, spas o balnearios.
Hay diversos estudios sobre la supervivencia y la infectividad del SARS-CoV-2 en diversas superficies. El dato que nos importa es el tiempo máximo en el que se siguen detectando virus infecciosos. Recientemente se publicó en el New England Journal of Medicine un estudio con el fin de determinar cuánto tiempo puede permanecer estable este virus en diferentes superficies, comparándolo con su antecesor SARS-Cov, en un entorno controlado de laboratorio.
Más recientemente The Lancet, publicó otro trabajo en el que, para determinar su viabilidad e infectividad, se aplicó una solución de virus a distintas superficies.
Los investigadores descubrieron que todavía era detectable en cobre hasta cuatro horas, en cartón hasta 24 horas y en plástico y acero hasta 72 horas. No se pudo recuperar ningún virus infeccioso ni en papel impreso ni en pañuelos de papel después de una incubación de 3 horas. Tampoco se detectó virus infectivo en madera y tela tratadas el segundo día.
Por el contrario, el SARS-CoV-2 fue más estable en superficies lisas. No se pudo detectar ningún virus infeccioso el cuarto día en superficies de vidrio y billetes, o el séptimo día (acero inoxidable y plástico). Sorprendentemente, se detectó virus infeccioso en la capa externa de una máscara quirúrgica el séptimo día.
No olvidemos que estos estudios se realizaron en laboratorio.
Los científicos no saben con certeza cuántas partículas virales de SARS-CoV-2 son necesarias para desencadenar la infección. La COVID-19 es claramente muy contagiosa, pero esto puede deberse a que se necesitan pocas partículas virales para que se produzca la infección (la dosis infecciosa es baja) o porque las personas infectadas liberan muchos virus en su entorno.
El virus en aguas residuales
Otras posibles vías de contagio, en este caso directamente relacionadas con el agua, son las derivadas de la presencia del virus en aguas residuales que puedan llegar a masas de agua de baño y también la supervivencia del virus proveniente de los bañistas.
Se ha detectado material genético de SARS-CoV-2 en aguas de entrada de plantas depuradoras. De hecho, se está estudiando en varios países, también en España, la posibilidad que ofrece la medición de la presencia de material genético del virus para estimar el alcance y la evolución de la epidemia en la población.
Por una parte, hay que resaltar que la presencia de este virus en aguas de salida de las depuradoras es baja, lo que indica que el riesgo de contaminación ambiental de aguas potables o playas es reducido si las aguas residuales se tratan convenientemente.
Por otra parte, no existen evidencias científicas que indiquen que estos residuos víricos pueden dar lugar a infecciones. Encontrar material genético de un virus no implica que sea infeccioso. En diversos lugares de Europa y en España se están realizando trabajos encaminados a determinar la presencia de virus infecciosos en las aguas residuales no tratadas y todo apunta a que esta infectividad es baja o inexistente.
Según el Centro de Control de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, el virus que causa la COVID-19 se ha encontrado en aguas residuales no tratadas. Los investigadores no saben si este virus puede causar enfermedades si una persona está expuesta a aguas residuales no tratadas o sistemas de alcantarillado. No hay evidencia hasta la fecha de que esto haya ocurrido. Aunque lo lógico es no bañarse en una zona (río o playa) donde desemboquen aguas residuales sin tratar.
En este momento, se cree que el riesgo de transmisión del virus que causa la COVID-19 a través de sistemas de alcantarillado adecuadamente diseñados y mantenidos es bajo. Los investigadores han analizado la información disponible que sugiere que las prácticas estándar de tratamiento de aguas residuales del sistema séptico municipal e individual deberían inactivar el virus que causa COVID-19.
Por su parte, el centro “Water and Energy Sustainable Technology” (WEST) de la Universidad de Arizona, indica que “aunque las gotas infectadas originadas por los bañistas pueden contaminar el agua y el virus ha sido detectado en aguas residuales, los expertos están de acuerdo en que cuando llegan a grandes masas de agua la concentración del virus puede ser tan diluida que sería difícil contagiarse”.
Cómo inactivar el virus: desinfectantes, sol y temperatura
El SARS-CoV-2 está compuesto por un núcleo de ARN (el material genético del virus) y una cápside de proteínas que lo envuelve y, al igual que otros coronavirus respiratorios, está recubierto por una envoltura lipídica. Los coronavirus pueden persistir tanto sobre diversas superficies inertes, como se ha explicado, como en aguas superficiales y residuales.
Sin embargo, según un informe del WEST, “las investigaciones también sugieren que los coronavirus son más sensibles a detergentes o productos que se encuentran en aguas y a los procesos de tratamiento de aguas residuales que los virus entéricos sin envoltura (los que causan diarreas o hepatitis A o E). Por tanto, los procesos de tratamiento de aguas y aguas residuales probablemente brinden una protección adecuada contra los coronavirus”.
Investigadores de las CDC confirman que el SARS-COV-2 no se ha detectado en agua potable y que los métodos convencionales de tratamiento de agua potable deben eliminar o inactivar el virus que causa la COVID-19.
En febrero de este año no existían estudios específicos de la eficacia de distintos desinfectantes frente al SARS-CoV-2, pero los datos obtenidos para otros coronavirus, como el SARS-CoV, sugieren que el uso de una solución de hipoclorito de sodio al 0,1 % (equivalente a una dilución 1:50 si la solución de lejía del hogar se encuentra a la concentración habitual del 5%) es eficaz para la inactivación del virus, según un informe del ECDC (European Centre for Disease Prevention and Control).
Un estudio reciente ha evaluado la acción virucida de distintos desinfectantes y antisépticos frente al SARS-CoV-2, entre los que se incluye jabón de manos, hipoclorito sódico al 1 y 2 %, etanol al 70 %, cloroxilenol, povidona yodada, clorhexidina y cloruro de benzalconio.
Salvo en el caso del jabón de manos, todos los desinfectantes fueron capaces de eliminar los virus infecciosos en 5 minutos. En el caso del jabón de manos, a los 15 minutos ya no se detectó la presencia de virus infecciosos.
Un método habitual empleado para la inactivación de los virus es la radiación ultravioleta UVC (200 – 280 nm) pues coincide con el máximo de absorción de los ácidos nucleicos (en 254 nm). Además, también hay indicaciones de que la inactivación ocurre más rápidamente en agua marina que en agua dulce debido a su salinidad.
Sin embargo, el UVC solar no alcanza la superficie de la tierra pues es absorbido por el ozono de la atmósfera. Del Sol llega radiación de longitud de onda superior a unos 300 nm, mucho menos eficaz en la inactivación de los virus. Hay escasos estudios sobre la inactivación por radiación solar para virus en agua, y ninguno que sepamos en arenas en condiciones ambientales debido principalmente a la complejidad de realizar experimentos extrapolables a situaciones reales.
El impacto de la luz solar depende fuertemente de su irradiancia (la potencia de la radiación solar por unidad de superficie), de la calidad del agua y de la presencia de otros patógenos y de materia orgánica natural, de forma que la inactivación puede variar órdenes de magnitud en función del virus, de las condiciones ambientales y de la irradiancia del UVB solar que a su vez es extremadamente variable en función de la latitud, época del año, hora, estado atmosférico, etc…
Por tanto, aunque el Sol es capaz de inactivar el virus, con los datos actuales no se puede estimar el tiempo requerido para alcanzar una inactivación total para cada lugar, día y condiciones atmosféricas. Un aspecto favorable es la flotabilidad del virus, debido a su envoltura lipídica, que lo mantiene en la superficie del agua facilitando la acción de la radiación UV.
Además, las temperaturas superiores a 56 ℃ inactivan el SARS-CoV. También se ha observado una supervivencia reducida de SARS-CoV-2 a temperaturas elevadas y una variación en la sensibilidad a la temperatura en función del tipo de superficie en la que se encuentra el virus.
La temperatura es pues también un método eficaz en la eliminación del virus, lo que es especialmente relevante en saunas y baños de vapor donde se alcanzan altas temperaturas.
Piscinas y balnearios
Hay consenso en que las concentraciones de cloro libre recomendadas (indicaciones técnico-sanitarias de las normativas vigentes) en el agua de piscinas (1-3 mg/L) son adecuadas para la inactivación del virus y por tanto suficientes para evitar los riesgos de contaminación el baño en piscinas y spas y balnearios siempre que monitorice correctamente y de forma continuada las concentraciones de cloro libre presentes en todo momento en el agua de baño.
En ausencia de personal de mantenimiento, con puede suceder en piscinas privadas comunitarias o particulares, deben implementarse las medidas necesarias para asegurar dicha desinfección permanente.
Las recomendaciones del CDC para los administradores de parques acuáticos se resumen en mantener las piscinas adecuadamente limpias y desinfectadas (1-10 ppm de cloro libre o 3-8 ppm de bromo libre y pH entre 7,2 y 8).
Previo al ingreso en este tipo de instalaciones de deben seguir las recomendaciones actuales generales de lavado de manos y cara con jabón. De hecho, sería preferible una ducha con jabón. Asimismo, se deben asegurar las condiciones higiénicas de las zonas aledañas con desinfección estándar basada en limpieza frecuente con lejía diluida u otros desinfectantes permitidos.
Según el CDC “no hay evidencia de que el virus que causa COVID-19 pueda transmitirse a las personas a través del agua en piscinas, jacuzzis, spas o áreas de juego con agua. El funcionamiento y mantenimiento adecuados (incluida la desinfección con cloro o bromo) de estas instalaciones deberían inactivar el virus en el agua.”
En cuanto al aire, existe la posibilidad de una mayor producción de aerosoles provenientes de la superficie del agua que puedan facilitar el transporte del virus. Sin embargo, es muy probable que la desinfección del agua de las piscinas actúe limitando la viabilidad de las posibles partículas virales en los aerosoles.
Las playas
No se dispone de información sobre la capacidad de este virus para permanecer infeccioso en agua salada. Sin embargo, la salinidad del agua de mar facilita la inactivación, en laboratorio. Si contamos con la dilución en la masa de agua, no se espera que el mar pueda ser un medio efectivo de transmisión.
En cuanto a las arenas y zonas limítrofes, la acción conjunta de la sal del agua de mar, la radiación ultravioleta solar y la alta temperatura que puede alcanzar la arena son favorables para la inactivación de los agentes patógenos.
Masas de agua dulce no tratada: ríos, lagos, embalses…
Estudios en otros coronavirus relacionados con el SARS-CoV-2 han demostrado que los virus siguen siendo temporalmente infecciosos en ambientes naturales de agua dulce. Su supervivencia depende mucho de la temperatura del agua (10 días en agua a 23 ℃), del nivel de materia orgánica y de la presencia de bacterias antagonistas (entre 2 y 4 días en aguas residuales).
Para temperaturas más bajas la supervivencia se incrementa significativamente en ambos casos. Según informes de WEST y CDC, se considera que la dilución del virus en el agua sería capaz de mantener el riesgo bajo del SARS-CoV-2.
Sin embargo, la supervivencia del SARS-CoV-2 en agua de ríos, lagos y pozas remansadas de agua dulce y no tratadas es superior a la que se produce en piscinas y en el agua salada, por lo que deben extremarse las medidas de precaución. Además de respetar la distancia en el espacio exterior al área de baño, es recomendable el control del número de bañistas para no sobrepasar los límites de precaución para limitar la posible carga viral presente en esos cuerpos de agua.
Extremar el cuidado en las pequeñas pozas
Debemos tener más cuidado en las pequeñas pozas de agua dulce remansada a las que pueden acudir muchas personas. Esto puede dar lugar a un incremento de la carga viral.
El coronavirus causante de la pandemia que sufrimos en la actualidad se contagia de persona a persona por los mismos mecanismos que otros virus respiratorios como el del resfriado o la gripe: contacto físico con secreciones respiratorias de personas infectadas, estornudos o tos. Los individuos infectados producen una gran cantidad de virus en esta zona en la fase inicial de la enfermedad. De esta forma, las personas infectadas, que desarrollan una actividad normal, pueden estar extendiendo la infección sin saberlo.
No olvidemos que estamos al principio de este libro. Quedan muchos capítulos en la historia de nuestra relación con esta enfermedad. Disfrutemos de la playa, de los lagos y piscinas, pero comportándonos de la misma forma que en tierra. Este verano no debe ser como el de 2019. No bajemos la guardia. Tenemos que aceptar que los portadores del virus somos nosotros. Los que lo llevamos a la playa y a las piscinas somos nosotros. La única manera de disfrutar este verano es manteniendo las medidas de prudencia. Las distancias. Las medidas de higiene. Evitemos que se produzcan aglomeraciones para no perder lo que con gran sacrificio y esfuerzo hemos conseguido. Solo así haremos más difícil que aparezca otro brote.
*Este artículo fue republicado de The Conversation bajo licencia Creative Commons. Lea el artículo original con el título: Lo que conviene saber sobre SARS-CoV-2 en playas, piscinas, ríos, lagos, embalses, balnearios, pozas y aguas residuales. Antonio Figueras Huerta, Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC); Alicia de Andrés Miguel, Profesora de investigación, Instituto de Ciencias Materiales de Madrid (ICMM-CSIC); Ana Allende Prieto, Investigadora en Calidad, Seguridad y Bioactividad de Alimentos Vegetales, Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC); Carlos Prieto de Castro, Profesor de Investigación, Instituto de Ciencias Materiales de Madrid (ICMM-CSIC); Gloria Sánchez, Cientifica Titular del CSIC, Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (IATA -CSIC), and Joan Grimalt Obrador, Investigador en Geoquímica y Contaminación, Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA – CSIC)