Icono del sitio Revista Niú

La hija del héroe

Cortesía | Niú

Oye
ve
siente
habla

Testimonio sobre las revoluciones en Nicaragua

Rosalía es su seudónimo. Tiene 44 años y es médico. La conozco porque nuestras hijas van al mismo colegio y una tarde que conversábamos sobre la situación actual del país me contó una anécdota increíble que quise profundizar. Cuando meses más tarde le describí mi proyecto de recolectar memorias, ella me dijo que quería hablar. Es de mi generación. Su voz es muy firme y siento que representa la de muchos de mis amigos que se integraron enteros en las labores de la Revolución siendo unos niños, aunque a decir verdad su historia va más allá, comienza poco antes de sus cuatro años. Les dejo una colección de fragmentos de sus relatos que hablan de ciclos de duelos, silencios, despertares y emancipaciones:

“Yo cumplí cuatro años el cuatro de mayo de 1979 y a mi papá lo matan el 12 de mayo de 1979, un sábado me acuerdo… la masacre fue en Xiloá. Nosotros vivíamos en Carretera Vieja a León. Pero sí recuerdo el domingo, haberme dado cuenta de que algo pasaba y por eso es que lo tengo tan presente… nosotros teníamos en la casa bastantes armas, mi papá estaba a cargo -hasta después me explicaron-, que él estaba a cargo del plan de la insurrección de Managua… Él estaba recopilando armas, recogiendo también bombas molotov. Teníamos un montón de botellas, eran botellas y botellas, llenas algunas de queroseno y teníamos las armas. El domingo, el recuerdo que yo tengo bien claro era de esas bolsas plásticas que hacían un ruidaje horrible, que eran bien duras. Me acuerdo de haber ayudado a mi mamá a meter armas ahí, porque estábamos solas, mi mamá con nosotras dos chiquitas y un tío de nosotros que apoyó siempre a mi mamá y a mi papá. Y empezamos a meter las armas y solo recuerdo el ruido de las bolsas que hacían como crroc, crroc, crroc, y enterrarlas en un hoyo de la basura atrás de la casa, y todas las botellas y todo lo que por decirlo así fuera peligroso…”

“Después de eso nos vamos a asilar a la embajada de México, inmediatamente, vamos mi mamá, mi hermana y yo, y de ahí no tengo más recuerdo que a los dos días que llega la mamá de mi papá a despedirse de nosotras llorando. En ese momento a mí nadie me dice que mi papá está muerto, nadie, que lo han asesinado, absolutamente, los niños no éramos considerados creo yo parte de la historia o no nos tomaban en cuenta, -pero si vos me decís que yo tengo un recuerdo que mi mamá se haya sentado conmigo y me haya dicho tu papá se murió o algo, absolutamente. La que me lo dice a mi en el avión cuando ya estamos montados para irnos a México es mi hermana, la mayor, porque mi hermana la mayor se da cuenta que algo pasa  -ella tenía siete años- y ella increpó a mi mamá y le dijo: “Mi papá está muerto, ¿verdad?” y mi mamá le dijo que sí. Entonces ella se me acerca a mí y me dice “mi papá está muerto”.

“Entonces llegan los ochentas y en vez de ser algo alegre porque había triunfado la Revolución yo siento que perdí a mi mamá en ese proceso, se convirtió literalmente en otra persona, en una personas que tenía que demostrarle al mundo o al Frente Sandinista o a la gente con la que ella se había comprometido tanto, que ella tenía una promesa talvez a su esposo muerto, de que tenía que darlo todo por la Revolución, cuando te digo todo, es todo, o sea, ni las vueltas le vimos a mi mamá cuando venimos a Nicaragua».

«Nos dejó literalmente donde mis abuelos, entonces ya los recuerdos que yo tengo de los ochenta ya no tengo mamá ni papá, pero si tengo dos increíbles abuelitos… fueron unos abuelos increíbles (llanto), que son los mejores abuelos que pude haber tenido y yo pensaba que era algo malo, en algún momento pensaba ¿Cómo es posible que esté creciendo con mis abuelos?, ¿por qué no tengo mamá y papá?, es lo único que siempre me hace llorar, acordarme de lo bueno que fueron, porque eran dos personas increíbles. Mi abuelita estaba repitiendo su historia en nosotros, ella había perdido a su papá en la guerra de los liberales contra los conservadores. Me imagino que estaba viviendo su propia historia que fue de orfandad, que fue horrible, también de pobreza…”

“…Yo pasé viviendo con mis abuelos desde 1980 hasta 1987… ya en el 87 vivimos con mi mamá. Nos cambia de colegio, ella no quería que viviéramos en esa burbuja. Nosotros estudiábamos en el Calasanz que era un colegio privado que lo pagaban mis abuelos, entonces cuando ella va por nosotros nos dice “ustedes tienen que ir a un colegio público”, y tienen que pertenecer, involucrarse en lo que es la Juventud Sandinista y todas las cosas de la lucha de los ochenta y como pues yo sentía ese compromiso, yo ya tenía 10 años u 11 años, yo dije pues sí, lo puedo hacer y nos metimos a la Juventud Sandinista. Estudiábamos en el Rigoberto… Definitivamente era otra cosa, o sea ahí los chavalos eran fieras, ahí andábamos en bus, a pie, nadie nos andaba trayendo, nadie nos andaba vigilando, éramos de la Juventud Sandinista, de un núcleo que era más o menos fuerte, o sea la Juventud Sandinista del colegio Rigoberto era especialmente agarrada por cuadros de la Juventud Sandinista regional para ser líderes, entonces éramos muy capacitados, nos llevaban mucho a trabajo político y hacíamos mucho trabajo de barrio… imagínate que locurita, habernos mandado a los barrios, yo tenía 13 años… a reclutar chavalos para el Servicio Militar. Yo de 13 años, convencer a un chavalo de 16 que se fuera voluntario -¡ah!- Nosotros no queríamos ver que cuando nosotros caminábamos en la calle como Juventud Sandinista, nadie salía de las casas. Ahora lo recuerdo, cómo la gente nos detestaba, porque en ese momento yo no lo quería ver…»

«Y me tocó haber ido a componer las tumbas como Juventud Sandinista, haber ido a acicalar las tumbas de los Héroes y Mártires de una de las masacres, yo creo que fue la del 84, de los de San José de las Mulas (*), que eran un montón de chavalos y ver todavía en 1988, estamos hablando casi cuatro años después, ver a las mamas tiradas en las tumbas llorando por sus hijos. Eso fue impactante para mí… en ese momento me hice muchas preguntas, o sea, ya no estaba yo tan ciega, a mí no me dieron la militancia de la Juventud Sandinista a pesar que en el 89 ya tenía 14 años porque yo era cuestionadora…”

Para entender a los vivos en Nicaragua, es necesario empezar por los muertos: «el país está lleno de fantasmas».

“A mí me tocó alfabetizar cuando tenía 13 años, haber ido a alfabetizar a una familia de que los cuatro iban a vender tortillas -los niños-, y no iban al colegio, entonces cuando me toca alfabetizar con el libro, el machete le llamaban que era puro adoctrinamiento, lo detesté. Entonces empecé a llevar mi Nacho y otros que tenía, y me regañaron de que por qué no usaba el libro… había crecido con un sentido crítico, que tampoco estaba ciega por completo, yo me daba cuenta que había cosas que no me parecían de lo que era la dirigencia incluso de la Juventud Sandinista. Vi el acoso de un montón de dirigentes viejos que andaban detrás de las cipotas de 15, 16 años de la JS. Una de ellas vivió un acoso horrible que hasta su papá y su mamá tuvieron que ir a hablar con el viejonazo…”

El duelo de su padre

Le pregunto a Rosalía sobre el duelo por la muerte de su padre porque me parece muy significativo que siendo él uno de los héroes de la Revolución, que representó la máxima entrega por la patria, sea su hija justamente quien cuestione el modelo del Gobierno sandinista.

“Yo probablemente con mi papá no tengo más que la sensación de su ausencia porque simplemente no está, pero no porque él fuera una figura importante en mi vida, porque él no lo fue. Cuando yo tenía un año de edad me cuentan que a él lo echan preso, lo echan preso junto con Carlos Fonseca y con Tomás Borge y está preso como seis meses, lo torturan horrible. Lo sacan, pero él ya no puede regresar a la vida normal, entonces él no vuelve a vivir con nosotros, solo llega noches esporádicas. Entonces él no era una figura importante en mi vida, él realmente era una figura más bien de abandono, de ausencia. Una historia que no nos cuenta mi mamá nunca es cómo fue que pasó todo. Entonces vamos al tema de la memoria, para mi mamá se vuelve un tema vedado mi padre, no se puede hablar de él, nunca, era una cosa que ella tenía como un muro en el que no podíamos tocar ese tema, y crezco solo con la gran cosa del héroe y mártir que dio su vida por la Revolución y no sé que, pero realmente no fue un padre. Él no fue un padre para nosotros, entonces era como más bien esa figura política y todo ese ensalzamiento pero no era nadie en la vida mía, ¡no era nadie!, solo era el ejemplo que había que seguir…”

La imagen de los héroes caídos corresponde a un mural de 1979. Es tomada del libro La Revolución es un Libro y un Hombre Libre, publicado por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA) de la Universidad Centroamericana UCA.

“Pasan muchos años y un día me doy cuenta, te estoy hablando 2014 que yo no he hecho el cierre con mi papa -ahorita tengo 44 y en 2014 yo tenía 39 años-, y yo no sabía quién era mi papá, nunca habíamos hecho un cierre con él, nunca, entonces yo le dije a mi hermana la mayor…. vamos a hacer un recordatorio de él, de 35 años, e hicimos las invitaciones entre ella y yo, y recogimos fotos, recogimos su historia desde niño, hablamos con sus hermanos, con sus amigos, e hicimos el 12 de mayo de 2014, cuando cumplía los 35 años de muerto, hicimos esa reunión de recordatorio, llegó gente que lo conocía a él durante su lucha, por supuesto tenía que salir lo de su lucha pero también salió lo de su vida como tal, como niño, como hijo, como hermano, como esposo…al final yo hablé, yo dije pues, me despedí finalmente de él, y me dio paz, me dio tranquilidad… ¡Ahhh! lo enterré, porque lo conocí, supe quién era, y me quedo tranquila con eso…”

Su decepción por el FSLN

Rosalía se llevó decepciones que fueron socavando su afiliación al sandinismo, una es que al querer estudiar su especialidad en dermatología en el año dos mil, se enfrentó con la mediocridad de doctores que siendo del partido le cerraron el espacio a pesar de tener excelentes notas y desempeño.

Un grupo de protestantes destruyen un rótulo del presidente Daniel Ortega y la vicepresidenta Rosario Murillo. Carlos Herrera

Otras decepciones fueron la denuncia de abuso sexual de Zoilamérica Narváez, la candidatura a vicepresidente de Rosario Murillo y el evidente derroche de recursos de los Ortega: “Así es que cuando llega este momento (la rebelión de abril de 2018), ya no tenía los ojos tan vendados…»

“En un momento álgido de la represión nosotros teníamos en la casa banderas y chimbombas azul y blanco, y entonces había pasado algo de que nosotros habíamos apoyado una situación muy especial, habíamos lanzado un comunicado como padres de familia del colegio… Al día siguiente habían seis camionetas de paramilitares encapuchados y todo… y de pronto digo yo, ¿Qué es lo que tengo aquí que me comprometa?, sabes, mi esposo tenía cuatro armas en la casa, todas con permiso -por la finca ellos tienen armas-… vos crees que yo fui a esconder las pistolas, fui a agarrar las chimbombas y las banderas e irlas a enterrar a un basurero atrás de mi casa y a mí se me viene de pronto el recordatorio de estar ayudando a mi mamá al día siguiente que matan a mi papá, de ir a enterrar las armas. Yo decía ¡Qué locura es esta?!, ¿qué estoy enterrando?, mi bandeeera, mi bandera azul y blanco, la bandera de mi país voy a enterrar, para que estos demonios no la encuentren. A mí de pronto se me salió una lágrima, porque yo dije este es el colmo, ¡Qué decentes que somos! Estamos enterrando chimbombas y banderas. Y aquellos que eran mi mamá y mi papá enterrando pistolas y bombas molotov. ¿Qué contradicción es esa? ¿quiénes son los terroristas?… mi mamá ha llorado horriblemente, yo la veo que la ha golpeado horriblemente esto, porque sabe que no hay argumento lógico con que vos podas defender esto.”

Este testimonio es parte de una serie de entrevistas que abren la ventana a los recuerdos relacionados con la Revolución Sandinista, así como sobre los sucesos vividos en Nicaragua en el año 2018. El único objetivo es agitar las memorias personales para aprender del pasado a través del  ejercicio de soltar «lo que no se ha dicho»  y de reflexionar a partir de la experiencia individual y colectiva. Usted está invitado, invitada, a sacar sus propias conclusiones. Las entrevistas se realizaron como parte del trabajo final presentado en el diplomado Memoria y Comunicación impartido por la Universidad Centroamericana (UCA) en 2019.

Lea la entrevista completa aquí.

(*)El 28 de febrero de 1983 mueren en combate enfrentando a la «contra», 23 jóvenes miembros del batallón de reserva 30-62 en Río Blanco, Matagalpa. Se les conoce como los mártires de San José de las Mulas (Tomado del artículo «De los Muchachos, sus Nombres y sus Rostros, Memorias del Presente, Pasado y Futuro, de Mara Martínez, comunicadora social, fotógrafa y analista de imágenes para el uso social de las mismas)

(*)Para entender a los vivos en Nicaragua, es necesario empezar por los muertos: «el país está lleno de fantasmas». Erick Aguirre parafraseando al escritor Salman Rushdie en el libro: La Revolución es un Libro y un Hombre Libre, publicado por el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA) de la Universidad Centroamericana UCA. PP.258