En una pequeña sala de teatro en Heredia, Costa Rica, irrumpe una delgada mujer de ojos celestes, piel tostada clara y de nombre María Espinoza. Es de Matagalpa, Nicaragua, su acento y sus muletillas la delatan. El “pues” y el “jodido” van y vienen en medio de las quejas que le hace a un Cristo crucificado de yeso que parece observarla fijamente y que le responde, aunque la audiencia no le oye, así que solo puede se inferir lo que dice a través de las respuestas de María.
Así empieza el monólogo “El Inmigrante- La Nica” de la actriz argentina Cristina Bruno, viuda de César Meléndez y quien decidió en junio del año pasado continuar llevando el mensaje de su esposo, pero esta vez siendo ella quien da voz y vida al testimonio de vida a los migrantes nicaragüenses, esos que llegan a Costa Rica desde hace varias décadas, que sufren la discriminación y la xenofobia de algunos sectores de la población costarricense.
Bruno habla en esta entrevista sobre el impacto y el éxito de las puestas en escena de Meléndez, de cómo nace la adaptación que hizo e interpreta y sobre la misión y espíritu del proyecto.
El Nica cumple 20 años, ¿qué tanto ha cambiado la sociedad de allá, cuando se presentó por primera vez, para acá cuando la presentas hoy día?
Cuando yo conozco a César, hace 20 años, él estaba en todo su proceso, estaba en la Universidad de Costa Rica (UCR) estudiando Artes Dramáticas y estaba en su proceso de la carrera de Dramaturgia, estaba escribiendo El Nica. Yo trabajaba en una escuela, era maestra y con chiquitos de segundo grado, de ocho años. Los niños, con mucha frecuencia, para agredir al otro, le decían “no seas nica”, “mae, no seas nica”, una manera como de desprestigiar al otro. Se lo comenté a César y me dijo: “creo que la vida nos está diciendo que es el momento de poder presentar el monólogo de El Nica”. Había en ese momento, a nivel país, cierta confrontación con el tema de migrantes nicaragüenses.
Según las estadísticas, digamos que en 15 años de presentaciones, más de un millón de personas vieron la obra, más de 950 comunidades donde estuvimos, se dice que gracias a la maravilla del teatro, gracias al monólogo de César como que la gente empezó a cuestionarse y a tomar conciencia del otro y a ponerse en el lugar del otro.
¿Por qué la obra causó tanto impacto en Costa Rica?
Hubo muchísimas aceptación de la gente porque César salía justamente en esa época en un programa de televisión que todavía está al aire que se llama La Pensión (transmitido por Teletica en Costa Rica) haciendo el papel de Ricky, que la gente lo quería mucho, a ese personaje. También César, desde los años 90 cantaba con diferentes grupos de música popular, entonces era una figura pública muy querida. Sigue siendo. Cuando empezamos con la obra de El Nica fue muy gracioso porque la gente decía: “ay, César Meléndez… debe ser divertidísima la obra, seguro son puros chistes de nicas, ay vámonos a reír”, y cuando el público llegaba, primero descubrían que César era nica, cosa que no toda la gente lo sabía. Y eso generaba cierto impacto, cierta sorpresa favorable. Luego, cuando empezaba la obra, que tenía mucho humor, tiene ciertos momentos de humor, venía esa conversión maravillosa que solo el arte puede generar, de jugar con los sentimientos y la gente decía: “puchica, no, esto no es comedia, esto es de verdad, esto pasa de verdad. Es un ser humano que está sufriendo y que viene por uno dos, tres cuatro… no sabía”. Entonces empezó a hacerse como una bola de nieve sobre la situación de que una figura pública, que César, que era, nica, que la obra, que no era chiste, creo que generó mucho impacto y la gente, muy amable empezó a recomendarla.
¿Cómo nace La Nica?
Yo juro que César tiene que haberme dicho algo una noche, al oído, porque una mañana me desperté, me miré al espejo y me dije: “pero si la nica soy yo… Cómo voy a permitir, además, que el legado de César, tantos años que estuvo luchando por el bien común… ¿yo lo voy a dejar ahí, bajo llave?”. Me parecía un irrespeto hacia él, además. Así que abrí ese cajoncito, saqué el texto y con muchísimo amor me puse a releerlo y a modificar ese texto masculino a uno femenino.
Muchos estudiosos de la migración apuntan o hablan de la feminización de la migración. La migracion tiene rostro de mujer. ¿Era entonces La Nica el cauce natural que debía tomar la obra que nació con César y que ahora sigue con Cristina Bruno?
No sé si es el cauce natural. Hubiera deseado que no. Abiertamente, te digo, no. Pero, te puedo decir que, los que creemos en Dios, después de todas mis furias y cuestionamientos, sí, te puedo decir que sí, que los tiempos de Dios son perfectos, lo comprendí. Y te puedo decir que bueno, que así tenía que ser. No sé si era el cauce natural, pero, Dios me llevó a esto y siento que soy herramienta, así como lo fue César, soy herramienta también de él para poder generar, humildemente, esa comprensión del otro. Esa es la maravilla del teatro, de que en una hora y 20 minutos, uno le pide prestado el alma a la gente, uno les cuenta una historia real, es una investigación de muchos años hecha por César, de temas reales, historias reales, entonces, agarrar ese alma de cada uno y al final devolvérselas, con mucha humildad, y decirles: “ahí la tiene, no sé si se la moví, no sé si logré cuestionar un poquito, pero, bueno, ahora usted sabrá qué hacer con ese alma”.
¿Cuál es la reflexión en la comunidad migrante? ¿has tenido la oportunidad de intercambiar con mujeres nicaragüenses migrantes?
Una fundación nos llevó a presentar la historia de esta mujer nica, a muchas mujeres nicaragüenses que pasaron lo que la obra de teatro cuenta. Fue hermoso el final porque muchas de esas mujeres se me acercaron y llorababan, era como una especie de catarsis. Ellas se me acercaban y me decían: “eso que cuenta usted, ese camino a través de la montaña con su niña, ese cruce del río con su niña, ese rechazo del patrón, eso que le gritan a usted en el bar, todo eso lo viví yo, lo sufrí y lo sigo sufriendo, pero como mujer nica, valiente, queremos seguir luchando por, no solamente mi vida, sino la vida de los míos”.
La Nica nació en medio de la crisis en Nicaragua. ¿Cómo te posicionas y cómo se posiciona la obra en este contexto, con esta nueva oleada de nicaragüenses que se han exiliado producto de la crisis que se vive en el país?
Mucha gente se me acercaba y me decía: “te pusiste de acuerdo allá con Nicaragua, porque justo, qué casualidad, viene la crisis y justo saliste vos…”, esos comentarios terribles, pero bueno, yo me reía, me causó gracia. Yo me siento bendecida, primero, por poder poner en práctica mi profesión, ocho años estudiando teatro, poderlo poner en escena, poder actuar y poder ser ese instrumento. Creo que La Nica es eso, un instrumento para quien lo necesite, para generar conciencia del tema migratorio, del tema humano, y como digo, los tiempos de Dios son perfectos, porque fue justo, justo (en ese momento) y creo que el Teatro La Polea está humildemente sirviendo de herramienta para crear puentes de hermandad.