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Los universitarios expulsados por la dictadura de Daniel Ortega

I de II ENTREGAS

Aritz Báez, de 21 años, estaría graduándose este año. A principios de abril de 2018, cursaba cuarto año en la carrera de Inglés, en la Facultad Regional Multidisciplinaria de Chontales, de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN). Pero sin aviso lo perdió todo. A finales de agosto de 2018, entró al sistema en línea de la universidad para verificar su estatus académico, y se encontró con un mensaje inesperado: “Expulsión | Comisión Especial | Falta grave”.

Báez no puede reclamar por esta sentencia de “muerte académica” a la que han sido condenados otro centenar de estudiantes de los recintos de la UNAN, porque la expulsión también incluye una prohibición para ingresar al recinto, y a muchos estudiantes tampoco les parece seguro intentar acercarse al campus.

Elthon Rivera, estudiante de cuarto año de Medicina, que este año estaría haciendo su internado, es otro de los expulsados de la UNAN, y ni siquiera puede intentar continuar su carrera en otra alma máter. “Personalmente no podés sacar tu historial académico. Podrías hacerlo a través de un intermediario por medio de un poder. Yo y otras personas logramos sacarlas así. Pero últimamente a varios estudiantes les dijeron que no se la están entregando. Y aunque en mi caso si me dieron las notas, no me quisieron dar otros documentos, como el desglose de todas las asignaturas. Y eso te lo piden para poder estudiar en otras universidades. De hecho, yo había aplicado a una universidad de Honduras, pero la UNAN fue cerrada con cualquier tipo de información”, lamenta.

 

110 estudiantes expulsados

Los universitarios fueron quienes iniciaron las protestas en contra de la dictadura Ortega Murilo. Franklin Villavicencio | Niú

La REVISTA NIÚ construyó una base de datos propia sobre los expulsados de los diferentes recintos de la UNAN en Nicaragua. Se utilizó información testimonial que proporcionaron algunos estudiantes expulsados, registros de los movimientos estudiantiles y también de la opositora Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, que fueron verificados con los estudiantes e información hemerográfica. La base de datos comprueba que fueron al menos 110 universitarios expulsados, la mayoría del recinto de Managua que cursaban carreras de Ciencias Económicas.

La investigación comprobó que el 61% de los expulsados estudiaba el cuarto o quinto año de su carrera. Es decir, que en 2020 estarían graduándose o preparando su monografía. Otro 21% de los alumnos estaban en tercer año y ahora estarían en su último año de estudios. La mayoría de los expulsados, al menos un 75% eran estudiantes del recinto de Managua, el 16% eran del recinto de León y otro 9% estudiaba en las Facultades Regionales de Matagalpa, Carazo, Chontales y Estelí.

 

La primera expulsión masiva en la historia académica de Nicaragua

Al menos 110 estudiantes fueron expulsados de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) en sus recintos de Managua, León, Carazo, Chontales, Estelí y Matagalpa. En esta infografía interactiva podrás visualizar los datos recopilados por NIÚ para esta investigación.

 
 

Los estudiantes expulsados que se han organizado, aún no han logrado avanzar en su reingreso a la universidad. Un grupo inició un proceso judicial contra la UNAN, pero este no prosperó. A principios de 2019, hubo un acercamiento con miembros de la UNEN que participaron en la Mesa de Negociación, entre febrero y mayo, pero no hubo acuerdos.

“Nuestra idea era presentar a Luis Andino (presidente nacional de UNEN) esa lista (de expulsados), para conseguir las notas de los chavalos, porque muchos no tienen sus calificaciones” detalla Alejandra Centeno, estudiante expulsada de la UNAN a pesar de ser excelencia académica. Andino, afirma Centeno, les dijo que ya tenía la lista, excepto los datos de León, pero al día siguiente se suspendió la mesa y, relata Centeno, “se rompió cualquier puente de comunicación con la UNEN”.

 

Expulsados y sancionados en la Agraria

La ola de expulsiones masivas que surgió en la UNAN, fue replicada hace unas semanas en la Universidad Nacional Agraria (UNA), otra casa de estudios que expulsó a cuatro estudiantes, suspendió a nueve durante un año y sancionó con el retiro de la beca por un año a 23 estudiantes que se sublevaron durante las elecciones de UNEN en ese recinto, a finales de noviembre de 2019, según confirmó Darry Hernández, ex estudiante de la UNA, quien tiene registros de 36 estudiantes.

El “delito” de los jóvenes fue denunciar que la UNEN no los representaba y que no estaban de acuerdo con que sus representantes se perpetuaran en los cargos.Los estudiantes recibieron la noticia a través de unas cartas en las que se mencionaba la causa y la sanción. Sin embargo, al igual que en la UNAN, no fueron notificados durante el proceso de análisis del caso.

“La sanción se fundamenta en los casos de indisciplina muy grave ocurrido el martes 26 y miércoles 27 de noviembre del año en curso, donde usted participó de forma activa. Se le hace un llamado a la reflexión como profesional del sector agropecuario, para aprovechar la oportunidad que se le está dando en esta institución educativa”, citó la carta.

La UNA expulsó a cuatro, suspendió a nueve por un año y suspendió becas

Deserción universitaria

 

También en 2018 hubo una alta deserción académica en las universidades, pues a las expulsiones se sumó la desobediencia estudiantil y la migración forzada por la violencia que impuso el Estado contra los estudiantes.

“En cuanto a la deserción estudiantil, se evidencia el retiro de 22 estudiantes por cada 100 en 2018, muy superior a los siete estudiantes por cada 100 de la matrícula final en el 2017”, se admite en el Informe de Gestión de 2018 de la UNAN-Managua, que solo dedica esas líneas al incremento del porcentaje de deserción estudiantil interanual.

Una cifra, además, que sería mayor si se analizan los datos que publicó en el Consejo Nacional de Universidades (CNU) en su informe de rendición de cuentas de 2018. Pues al sumar la matricula inicial y final de los recintos de Managua y León se revela que hubo un 27% de deserción académica.

La REVISTA NIÚ conversó con cuatro estudiantes desterrados de los recintos de la UNAN. Yaritza Rostrán, estudiante de la licenciatura en Ciencias Políticas y además exrea política; Melkin Castillo, de Lengua y Literatura; Heyling Marenco, de Trabajo Social, y Enrique Orozco, de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales relatan cómo viven su “muerte académica” y los desafíos que enfrenta para intentar retomar sus estudios.

 

Yaritza Rostrán
 

Yaritza Rostrán: “Es difícil pensar en el futuro cuando no tenés nada”

Perdió su carrera y su círculo familiar y fue encarcelada por criticar al régimen. Como estudiante quería crear mesas de diálogo juveniles, que terminó improvisando en las protestas de abril.

Franklin Villavicencio

Antes de las protestas de abril y de ser expulsada de su universidad, Yaritza Rostrán tenía claro su proyecto de culminación de estudios: crearía una organización juvenil capaz de involucrarse en la política e incidir en las decisiones del Gobierno. En esencia, sería una mesa de diálogo de jóvenes de distintos lugares Nicaragua.

Pero ese proyecto universitario para obtener su título de licenciatura en Ciencias Políticas, se convirtió en una necesidad real, que nació en las calles y bajo fuego.

Yaritza no ha logrado graduarse, porque la expulsaron de la UNAN Managua y estuvo siete meses en prisión. El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo la acusó de terrorismo y portación ilegal de armas. En realidad, reflexiona, formó mesas estudiantiles, organizó movimientos y trabajó en una agenda para exigir atención a las demandas universitarias. Ya había hecho, en esencia, su proyecto, arrastrada por las circunstancias de un país en crisis donde los estudiantes se atrincheraron en sus recintos, para hacer frente al sistema de sus universidades y al propio Estado.

“Desde el 21 (de abril de 2018) yo andaba en las calles para tratar de organizar a los estudiantes. Los chavalos tenían cierta renuencia, porque en ese momento había tanto alboroto que no pensaron en organizarse para un referéndum dentro de la UNAN, sino para protestar”, recuerda.

Mientras los jóvenes protestaban y se atrincheraban en los recintos en reacción a la masacre ordenada por el régimen, el 26 de abril se creó la Coordinadora Universitaria por la Democracia y la Justicia (CUDJ), uno de los movimientos estudiantiles que aglutina a diversos movimientos universitarios. Así, el rostro de Yaritza se hizo público con la CUDJ. Era usual verla en la televisión, leyendo comunicados o siendo interlocutora de los atrincherados de la UNAN. Pensar en un referéndum para emplazar a la UNEN le daba sentido a su lucha, y para eso los estudiantes debían estar en las aulas.

El siete de mayo, Yaritza convocó a los universitarios a firman el referéndum contra la UNEN, pero los estudiantes decidieron atrincherarse.

El día que juró nunca meterse en política

La carrera de Ciencias Políticas llegó por accidente a la vida de Yaritza. Quería estudiar Comercio Internacional, pero no podía costearse una educación privada. La palabra “política” le resonaba con molestia y hasta juró nunca involucrarse en ella.

Cursaba tercer año de secundaria y era miembro de la Juventud Sandinista, cuando supo que el partido impondría al dedazo a una de sus compañeras como presidenta de la Federación de Estudiantes de Secundaria (FES). Yaritza se opuso y, por expresar su inconformidad, fue acusada de traición, la expulsaron del movimiento y se decepcionó para siempre.

“Me vi decepcionada de todo. No solamente por la corrupción, sino por la intolerancia que ellos practicaban, cuestiones que no eran de acuerdo con lo que yo creía. Me alejé de todo y dije que nunca me iba a acercar a la política”, recuerda.

Aquel juramento lo rompió el 19 de abril, cuando estallaron las protestas estudiantiles contra el régimen de Daniel Ortega y la Universidad Nacional Agraria y la Universidad Nacional de Ingeniería se sumaron a protestar.

“Fue para mí la gota que derramó el vaso. Yo no podía quedarme indiferente, tuve que salir a la calle. Fue chocante, porque nunca pensé que la Policía iba a disparar de esa manera”, relata tras diez meses de estar excarcelada.

El encarcelamiento

El 25 de agosto de 2018, Yaritza salía de una marcha en León junto a los estudiantes Nahiroby Olivas, Byron Estrada, Luis Quiroz, Levi Rugama y Victoria Obando cuando la Policía Nacional los detuvo a todos. A los tres días los acusaron de terrorismo, portación de armas y de quemar el Centro Universitario de la Universidad Nacional (CUUN), donde murió calcinado Cristian Emilio Cadenas, el 20 de abril.

“Después del secuestro ya no nos damos cuenta de nada”, explica. El papel que tenía Yaritza dentro del movimiento, que era continuar con la organización estudiantil, quedó en pausa al ser encarcelada. Ella era un pilar importante.

Los días de Yaritza en la celda número cuatro de la cárcel de mujeres “La Esperanza” eran “poco tolerantes”. El trato inhumano y la falta de atención médica son los peores recuerdos que tiene sobre ese lugar. Bajo esas circunstancias recibió en diciembre una noticia arrolladora. Su mamá, en una de las visitas al presidio, le dijo que había logrado verificar en el sistema que estaba expulsada.

“Ellos nunca aclararon el porqué de mi expulsión”, asegura.

El 15 de marzo de 2019 fue excarcelada y se reintegró a la CUDJ y a Acción Universitaria. Tiene prohibido pisar la UNAN, pero tiene claro que su aporte en la organización ha sido clave para las bases del movimiento universitario.

“Es difícil pensar en el futuro cuando no tenés nada. Yo perdí mi carrera universitaria… la posibilidad de volver a mi familia, a mi círculo”, lamenta. “Lo único que tengo claro es que resisto y mucho, de la manera que puedo”, agrega.

Yaritza exige que la universidad le aclare a ella y a las decenas de estudiantes expulsados las razones jamás expuestas.

“Sería como una manera de justicia, por lo menos”, sentencia. Esa es otra lucha personal que Yaritza acaba de iniciar.

 

Melkin Castillo
 

Melkin Castillo: “Iba a ser el primer graduado de mi familia”

Cursaba el último año de Lengua y Literatura cuando lo expulsaron de su universidad. La inseguridad y la faltas de oportunidades en Nicaragua lo obligaron a exiliarse.

Franklin Villavicencio

Preguntarle a un estudiante de Lengua y Literatura sobre su libro favorito puede ser un terreno complicado. Pero Melkin Castillo lo tiene claro. “Cien años de soledad”, contesta al instante, sin titubear, como si tuviera lista la respuesta a una duda casi existencial para un alumno de letras.

—Hay una parte cuando Aureliano se fue a la guerra que dice “ahora en adelante no me llames Aurelito, ahora soy el coronel Aureliano Buendía” —cita Melkin vía llamada telefónica desde Tijuana, México—. En cierta forma me siento identificado con eso.

Es la última frase del capítulo quinto de la obra de Gabriel García Márquez, uno de los tantos autores hispanoamericanos que leyó antes de ser expulsado de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en agosto de 2018.

La cita lo identifica, no porque ahora sea un coronel, o porque haya ganado alguna guerra —siente más bien que ya ha perdido mucho—. A casi 4000 kilómetros de distancia siente que envejeció “cuatro años” en cuestión de meses.

Un sueño en Mulukukú

Cuando Melkin tenía 14 años, soñaba con estudiar Medicina en Managua. Era el primero en su familia que podía soñar eso. Vivía en Mulukukú, un territorio que a finales de los ochenta estuvo marcado por la guerra entre sandinistas y contras.

El sueño se cumplió, a medias. No quedó en Medicina, porque no pasó el examen, pero su segunda opción, que era Lengua y Literatura, lo cautivó en el camino. Melkin asegura que en su colegio siempre fue el mejor alumno, pero el sistema educativo tenía deficiencias que en la universidad fueron cobradas.
En quinto año, Melkin alcanzó la excelencia académica. Sus notas eran arriba de noventa puntos. Ese mismo año también lo expulsaron de su universidad sin recibir notificación alguna y sin derecho a la defensa, sin garantías de un proceso justo. Lo expulsan porque se unió a las masivas protestas estudiantiles de abril de 2018 contra el régimen de Daniel Ortega.

Melkin no creció viendo con buenos ojos al Frente Sandinista. Algunos de sus familiares fueron contrarrevolucionarios en los ochenta, y eso le formó cierto recelo histórico marcado por los relatos de sus padres y tíos. Fue en sus años universitarios que formó su propio criterio. En ellos se topó de lleno con la corrupción estudiantil, al ver que uno de sus compañeros, representante de Unión Nacional de Estudiantes de Secundaria (UNEN), nunca llegaba a clases, pero siempre sacaba buenas notas.

“Me di cuenta de la estructura corrupta que había dentro de las universidades y de la estafa que representan”, relata.

Y lo vivió en carne propia el 19 de abril. Aquella tarde, Melkin y un grupo de compañeros planearon una protesta en la UNAN. Llevaban todo para hacerla. Se reunieron en una de las canchas del recinto al salir de clases. Allí sacaron carteles con mensajes antigubernamentales, pero, antes de que pudieran gritar la primera consigna, un grupo de la Juventud Sandinista (JS) se abalanzó sobre ellos. Ese día andaban con todas las alarmas. Corrían aires de rebelión.

—¡Respeten la universidad! —les dijo uno de la JS.
—No le estamos faltando el respeto. ¡Tenemos derecho a protestar! —replicaron los estudiantes sublevados.

La presencia de bates, morteros y piedras fue la señal que los hizo reaccionar. Los jóvenes, bajo amenazas, salieron del recinto.

“La intención no era solo sacarnos, sino agredirnos y dañar nuestra integridad. Parecía que estaban en guerra”, rememora Melkin. “Desde ese día me topé con la violencia en crudo. Me dije que ya no había retorno acá”.

Una década de Gobierno sandinista se había roto con las vibraciones de balazos la noche del 19 de abril. Ese día murieron tres personas: el policía Hilton Manzanares, el trabajador Darwin Urbina y el estudiante Richard Pavón.

Melkin empezó a coordinar protestas a través de grupos de WhatsApp y Telegram. Los estudiantes universitarios se organizaron de la noche a la mañana para exigir sus propias demandas y usar como estandarte la autonomía universitaria que, sostienen, caída en decadencia en las últimas décadas bajo el mandato de Daniel Ortega.

“Pasamos dos semanas organizando todo el calendario estudiantil. Hicimos comisiones de comunicación, de logística, de política, para tener una estructura”.

Melkin pasó de Aurelito a Aureliano en un lapso de meses. De escribir ensayos literarios hasta la madrugada, pasó a redactar comunicados y agendas políticas. El miedo se mezclaba con la euforia. “Estar en la UNAN era vivir de prestado”, dice sobre aquellos días.

Días que duraron poco. El movimiento estudiantil recibió golpes brutales. Uno de ellos fue el 13 de julio, cuando grupos parapoliciales arremetieron contra los jóvenes atrincherados de la UNAN.

Y luego, como si no fuera suficiente escarmiento, un mes después expulsaron a un centenar. Melkin fue uno de ellos. Se dio cuenta en octubre, cuando entró al sistema web y vio que su marca de estudiante decía “Expulsión grave”.

“Ver todo ese proceso tirado a la basura me duele, y el de toda mi familia, porque yo iba a ser el primer graduado”, relata y es inevitable que no se le quiebre la voz.

Al fin salió de Nicaragua un 25 de diciembre, por seguridad y en búsqueda de nuevas oportunidades. Llegó a Guatemala donde estuvo unas semanas, cruzó a México en balsa y estuvo en Chiapas durante cuatro meses con una visa humanitaria. En Guadalajara fue apoyado por una amiga y ahora permanece en Tijuana.

Pero su viaje no ha terminado. Piensa seguir su rumbo por el norte, porque cree que esta región está tan convulsionada que no da para más.

“Si me quedo acá me voy a hundir más. Tengo que seguir avanzando”, asegura Melkin desde Tijuana, una de las ciudades más peligrosas de México, pero irónicamente más segura para él que su propio país.

Heyling Marenco
 

Heyling Marenco: “La universidad era mi proyecto de vida”

La estudiante de tercer año de Trabajo Social, en la Farem – Matagalpa, se alió contra la corrupción de UNEN mucho antes de abril. Tras las protestas, dejó su casa y su país por recibir amenazas.

Keyling T. Romero

La última vez que Heyling Marenco vio a su papá, fue en mayo de 2018, cuando él la fue a dejar a la terminal de buses de Matagalpa. Fue una despedida efímera. Ella llevaba solo dos cambios de ropa. Y él, para entonces, no dimensionaba las protestas que a diario surgían en el país y tampoco entendía por qué a su hija la asediaron tanto, hasta que decidió irse de su ciudad natal.

— ¿Vos has hecho algo malo?— le preguntó antes de subirse al bus.
— Yo no he hecho nada más que protestar y denunciar lo que está pasando— alcanzó a decir su hija.
— Bueno, me avisás cuando vengás— le respondió angustiado, pero eso no ha pasado.

Tres semanas antes Heyling junto con un grupo de estudiantes de la Facultad Regional Multidisciplinaria de Matagalpa, se tomaron su recinto universitario por dos días, como protesta ante las muertes y agresiones que la Policía Nacional ejerció contra los estudiantes en todo el país. Eso bastó para que su nombre y rostro figuraran en la lista de estudiantes enemigos del régimen, que elaboraron y entregaron los dirigentes de la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN) y, en agosto de 2018, provocó la expulsión de su carrera universitaria por falta grave.

“Cuando la UNAN anunció a las personas que fueron expulsadas, yo caí en depresión. Yo sentía que el mundo se me vino al suelo. Estaba desmoralizada. Me di cuenta porque cuando vi en redes sociales que habían expulsado a varios estudiantes de Managua, entré al sistema y lo primero que me salió fue un mensaje que decía ‘Expulsión por falta grave’. No me dieron ninguna explicación. Pero para mí está claro, fue por UNEN”, dice mientras toma un café en San José, Costa Rica, donde tuvo que exiliarse.

Aliados contra la corrupción de UNEN

La lucha de Heyling contra la corrupción y las desigualdades inició muchos años antes. En la adolescencia se integró a varios movimientos sociales que defendían los derechos de la diversidad sexual y el feminismo. Por eso, cuando tuvo que escoger qué estudiar se inclinó por el trabajo social, a pesar que a su familia no le parecía buena idea.

“La universidad era mi proyecto de vida. Era todo lo que yo tenía. Lo que sabía que iba hacer bien porque estaba y estoy enamorada de la carrera. Yo sé que puedo ser una chavala generadora de cambios”, explica.
En sus primeros años, Heyling estuvo completamente enfocada en su carrera y en el activismo. En las mañanas estudiaba y por las tardes iba con su grupo a ejecutar proyectos sociales a las comunidades de Matagalpa. Su principal apoyo económico era su familia. Y hubiera seguido así de no ser porque la corrupción de UNEN la indignó tanto, que se dispuso a provocar un cambio en el sistema.

“En el 2017 hice una solicitud para que me dieran ayuda con el transporte y me di cuenta que para que te becaran era bien difícil. Había mucho ‘amiguismo’. Todo estaba distribuido entre los de UNEN. Y en la universidad todo mundo sabe que solo si estás dentro, podés acceder a las ayudas y pues yo nunca iba a pertenecer a ese espacio”, dice.

Fue entonces que se alió con otros universitarios que repudiaban a este movimiento estudiantil y comenzaron a cuestionar el trabajo de la UNEN, el brazo orteguista dentro de las universidades públicas.

“Ese año nos unimos un grupo de chavalos, que somos hoy los expulsados, que estábamos haciéndole ver a la población estudiantil que había otras formas de participar dentro de la universidad y también estábamos preparándonos para el 2018, que habían elecciones de UNEN y de las autoridades académicas”. Sin embargo, los planes cambiaron cuando surgió el estallido social contra la dictadura.

Al exilio con las manos vacías

El cuatro de agosto de 2018, después de meses de asedio y persecución hacia ella y su familia, Heyling Marenco salió de Nicaragua por vereda. Sin pasaporte. Sin dinero. Sin planes. Solo llevaba un short y una camisa en una mochila.

“En Matagalpa comenzó a circular una foto impresa mía. Una amiga me avisó que unos paramilitares anduvieron preguntando por mí en el mercado. Y fue entonces que decidí irme. Recuerdo que un día antes pasé llorando toda la noche porque no sabía qué iba hacer acá. Yo aquí no tenía familia. No tenía nada”, dice.

Dos semanas después, la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) hizo pública una carta en la que afirman que después de una investigación, que hizo la Comisión Especial del Consejo Universitario, del siete al 20 de agosto de 2018, decidieron expulsar por falta muy grave a los estudiantes que participaron en tranques y toma del recinto de la UNAN-Managua. Horas después, decenas de estudiantes de todos los recintos de esa universidad denunciaron más expulsiones.

“Yo he pensado en seguir estudiando, pero de hacerlo debo ser desde cero porque las universidades te piden las notas certificadas y no las tengo. Tampoco puedo pedir una beca en otro país porque no tengo pasaporte y cuando lo pedí antes de venirme no me lo quisieron dar. Entonces no puedo hacer nada. Y te digo, yo estoy con un pie en Costa Rica y con un pie en Nicaragua. Y eso es duro —afirma— porque lo que está pasando allá no te deja concentrarte en tu sobrevivencia acá”.

Enrique Orozco
 

Enrique Orozco: “Los responsables de mi expulsión fueron los de UNEN”

Estudiaba segundo año de su segunda, y al ser expulsado perdió todo su esfuerzo. Ahora, desde el exilio, intenta iniciar una nueva carrera, con la meta puesta en volver a Nicaragua.

Keyling T. Romero

De un día para el otro, Enrique Orozco perdió todo por lo que había luchado. Su carrera universitaria, su libertad como ciudadano y la posibilidad de retribuirle a su mamá todos los esfuerzos que hasta entonces hizo para que él estudiara.

“Yo le había hecho una promesa a mi mamá. Le dije: ‘Usted va a tener un hijo profesional. Va a tener un hijo que se va a graduar’. Ella se ha esforzado mucho por mí y mi hermano. Ha vendido mangos, ¡¿qué no ha vendido?! Y eso fue lo que más me impulsó cuando entré a la universidad”, dice.

Y estuvo a punto de cumplirlo. Pues se bachilleró como el segundo mejor alumno del país, se ganó una beca de excelencia académica en la Universidad Centroamericana, donde comenzó a estudiar Derecho, y aprobó el examen de admisión de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), donde ese mismo año, en 2017, inició su segunda carrera en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.

Sin embargo, en abril de 2018 sus planes se desvanecieron, por unirse a las protestas estudiantiles. Su historial académico fue eliminado y, debido a las amenazas y atentados en contra de su familia, tuvo que exiliarse en Costa Rica, donde ahora intenta empezar otra vez.

“Los responsables de mi expulsión fueron los de UNEN. Y lo sé porque en Facebook tuve una discusión con el presidente de mi facultad y él puso un comentario donde decía: ‘Te expulsamos porque fuiste participe de la quema del preescolar Arlen Siú’. Después borró esos comentarios y ya no le pude hacer captura de pantalla”, denuncia.

La doble lucha de Enrique

Su expulsión universitaria fue el último golpe que el brazo partidario de Gobierno gestaron en su contra. Pues Enrique, desde hace unos años los ha desafiado. Primero, lo hizo en secundaria, cuando acusó a un docente del colegio de acoso sexual, y después cuando desafió a los dirigentes de la UNEN.

“A pesar que en 2016 me gradué como el segundo mejor alumno del país, el Ministerio de Educación dijo que yo había hecho fraude para negarme mi diploma. Esto fue porque yo denuncié a un profesor por haber abusado de un compañero LGTB. Ese profesor era sandinista. Y yo me les tuve que enfrentar hasta que al final me dieron una carta que me certificaba como bachiller para poder entrar a la universidad”, dice Orozco, quien es activista de la diversidad sexual.

En la universidad tuvo varios enfrentamientos con los dirigentes de UNEN y maestros sandinistas. Primero porque se negaron a darle bonos de alimentación y porque él constantemente criticaba la ideología política que trataban de imponerle a los estudiantes.

“Durante ese tiempo hubo momentos en que yo aguanté hambre porque no tenía dinero. A veces me iba caminando desde la UCA hasta la UNAN para ahorrarme el pasaje. Pasaba horas en la biblioteca estudiando porque no tenía para comprarme los libros. Fue muy duro y aun así no me quisieron ayudar con los bonos de comida”, dice.

En 2018 su situación cambió. Pues al surgir las protestas estudiantiles, Enrique decidió atrincherarse en la Agraria, donde él tenía muchos amigos y conocidos. Allí fue herido en el brazo con una bala de goma.

“Yo me sentía más seguro dentro de la universidad que en mi casa, porque yo sabía que si regresaba, me iban a echar preso o me iban a matar los paramilitares. Con decirte que durante ese tiempo a mi hermano lo golpearon en dos ocasiones y a mi mamá la detuvo la Policía durante dos días y le preguntaban dónde estaba yo. Ella tuvo que decir que no sabía nada de mí, que meses antes me había corrido de la casa por ser homosexual”.

“Perdí años de mi vida”

Desde el 20 de agosto de 2018 hasta la fecha, Enrique Orozco no ha recibido ninguna comunicación de parte de la UNAN – Managua en la que le expliquen porqué fue expulsado de su carrera. Y él tampoco se ha aproximado al recinto porque, según la carta donde decidieron las expulsiones, todos también prohibido el ingreso al campus, con la amenaza de levantar un proceso judicial en su contra.

“A mí la expulsión me ha afectado psicológicamente, porque siento que perdí algo por lo que había luchado, perdí años de mi vida. Y también me limita mucho para buscar otras universidades aquí en el exilio, porque no tengo mis notas y porque además necesitaría los pensum académicos, los syllabus de cada clase y la UNAN niega toda esa información”, afirma.

Sin embargo, no todo está perdido para él. Hace unas semanas logró finalizar unos exámenes que le permitieron recibir un diploma de bachillerato costarricense. Con esto planea aplicar a una beca en una universidad privada de allí.

“Ahora voy a estudiar Ingeniería en Sistemas. Pues me decepcioné completamente de la política. Podría seguir estudiando Derecho, pero si estudio acá, será derecho de Costa Rica y no me sirve —comenta— porque yo planeo regresar a Nicaragua”.

Lee la segunda entrega de este especial aquí