*Este relato está basado en mi experiencia personal, no soy psicóloga y si alguna de las personas que lo lea siente que necesita ayuda, le recomiendo acudir a un/a especialista.
Antes de contarles mi experiencia con terapia y medicamentos, me parece adecuado narrarles un poco acerca de mi niñez y relación con la salud mental. Yo crecí en una familia grande, donde los trastornos mentales eran el principal problema en casa, ya fuera por los episodios maníacos de unx o por la depresión de otrx. Para mí, los psiquiatras y medicamentos han sido normales desde que tengo memoria.
De hecho, para mi tesis de secundaria forcé a mi grupo a investigar sobre el Trastorno Bipolar, una condición que sufre más de unx en mi familia. Buscaba entender qué les pasaba y por qué. No comprendía sus cambios de ánimo o sus numerosos intentos de suicidio.
Estaba en busca de respuestas, puesto que nunca me había sentido tan mal como para no levantarme de la cama. En parte, pensaba que era un problema de crianza o actitud, pero fue hasta el 2018 que entendí lo que sentían. Algo fuera de su control.
Mi pasado con la terapia
A lo largo de mi niñez sentí tristeza por ver a mis seres queridxs sufrir de esa forma y así surgieron mis primeros síntomas de ansiedad, un problema que lo único que hizo fue crecer. También recuerdo mi primer duelo, cuando a los once años perdí a mi abuelo paterno. Ese fue el dolor más grande que había experimentado en mi vida. Sin embargo, fue un sufrimiento que sanó con el tiempo, por mis propios medios.
Luego, en mi adolescencia tuve distintas decepciones amorosas y una de ellas me dejó tan mal, que mi mamá decidió llevarme a una psicóloga. Solo tenía 16 años. Al pasar del tiempo y con el apoyo de terapia logré recuperar esa felicidad que me habían robado.
Al poco tiempo, mi patrón de involucrarme con personas que me hacían daño se volvió a repetir. Esta vez no sólo traicionaron mi confianza, también me agredieron de forma emocional, psicológica y física. Todas mis inseguridades (ya existentes) crecieron y el control de mi vida pasó a manos de mi agresor. De la misma forma que busqué ayuda a los 16, me encontré pidiendo auxilio a los 22.
Esta vez me medicaron, el psiquiatra consideró que necesitaba algo más fuerte para poder recuperar todo lo que había entregado, incluidos mis sueños. Así que tomé por primera vez clonazepam, un ansiolítico y tranquilizador que además de hacerte relajarte, hace bajar tu ansiedad.
Pero este medicamento no funcionó, ya que nunca lo acompañé de terapia y empecé a sentirme mejor sin mi relación tóxica. Me sentía curada, así que descuidé mi salud mental por varios años.
2018, la crisis para lxs nicaragüenses
Como la mayoría de nicas sabemos, en el 2018 nuestras vidas cambiaron de forma drástica y a pesar de ganar valentía e indignación, perdimos nuestra libertad. Ese sentimiento de duelo nacional, por lxs muertxs y presxs políticxs, nos mantiene en un estado de duelo colectivo.
Agregado a ese duelo, yo salí del país en junio y haber migrado fue un duelo más para agregar a mi lista, eso sumado a dejar un trabajo que me gustaba, alejarme de mis amigxs y no saber cuándo volvería a encontrarme con mi familia. Duelos, que se convirtieron en traumas y dejé pasar, hasta que exploté.
Cuando encontré un trabajo pensé que me iba a dar la estabilidad emocional que necesitaba, ya no cambiarme de casas cada dos semanas y empezar una vida en otro país. Sin embargo, donde vine a parar me recibieron con una decepción amorosa y eso terminó de escribir el código para explotar la bomba: mi depresión.
Lloraba diario, no dormía, tenía ataques de pánico y me sentía sola entre millones de personas. Fui lastimada por la única persona en la que confiaba dentro de la ciudad, así que caí en ese hoyo oscuro del cual salir parecía imposible. Por primera vez en mi vida comprendí lo que pasaban y pasan mis familiares. Fue cuando me di cuenta que no podía recuperarme sola.
Mi presente con la terapia
No quería tratarme con una psicóloga mexicana porque temía que no entendiera todo lo que he pasado como nicaragüense y migrante, así que busqué a una nicaragüense que pudiera darme terapia a distancia. Al principio, me sentía renovada luego de hablar con ella, ya que sacaba todo mi dolor sin filtros ni pensamientos previos. Sentía que no me juzgaba y que entendía lo que estaba pasando.
Pero el fin de semana antes de Navidad, me dejó caer una noticia fuerte al final de la sesión. Me dijo que diagnosticaba un cuadro depresivo, que junto a mi ansiedad, lo convertía en un problema que solo con terapia, no iba a solucionar. Nadie está preparadx para escuchar que tenés un problema tan grave, que tu psicóloga te está recomendado ir al psiquiatra para medicarte y sobre todo reconocer que habías normalizado los síntomas de una depresión severa.
Dejé acumular distintos traumas, que pensé irían sanando con el tiempo. Sin embargo, lo que estaba haciendo era guardarlos debajo de mi almohada e ignorando lo mucho que me afectaban.
Les comparto algunos de mis síntomas:
- Insomnio: me costaba quedarme dormida o me levantaba durante la madrugada.
- Ataques de pánico o sentir que pequeñas preocupaciones eran el fin del mundo.
- Pérdida de placer al hacer cosas que antes me gustaban, como leer, escribir o salir a caminar.
- Falta de concentración en todas las actividades que realizaba.
- Sensación de paranoia, donde sentía que los demás iban a terminar haciéndome daño.
- Tristeza permanente y lloros repentinos.
Luego de ser diagnosticada, me sentía en negación, ya que como una amiga psicóloga me explicó, yo sufro de una depresión funcional. Esto significa que puedo trabajar, socializar y continuar mi vida de forma “normal”, pero con una tristeza interna diaria. Esto es aún más peligroso, ya que nos damos cuenta muy tarde del problema y las personas alrededor subestiman nuestro sufrimiento.
Al principio dudaba mucho de los medicamentos, a pesar de haber visto como la mayoría de mi familia los tomaba. Busqué métodos alternativos, como la meditación o el ejercicio, pero la verdad me cansé de sentirme triste y ansiosa todo el tiempo. Estaba harta de autosabotear mi vida por culpa de mi condición mental.
Hay algo que tienen que saber, en Ciudad de México podés encontrar de todo, pero no confiar en todxs. Así que tenía mucho miedo de ir a cualquier psiquiatra que terminara recetando terapia de electroshocks. Recurrí a buscar referencias en Nicaragua y tener sesiones por WhatsApp. El psiquiatra fue muy racional y explicativo conmigo, no dejó una duda sin aclarar. Me recomendó también acompañar el tratamiento con terapia y me brindó mucha información teórica sobre mi tratamiento.
Llevo apenas una semana con las medicinas, pero me siento menos ansiosa y ya estoy logrando dormir. El psiquiatra me explicaba que todo lo que perdimos; desde lxs jóvenes que fueron asesinadxs, lxs que nos fuimos o los amigxs que se fueron, la libertad, nuestra comida tradicional, la zona de confort, la familia… Se convierten en una acumulación de duelos, que al no ser procesados en su momento, evolucionan en una depresión.
Nicaragua está deprimida, busquemos ayuda
No importa si elegís tomar medicamentos, ir a terapia o hacer sesiones de respiración, lo crucial es encontrar esos espacios de sanación. Porque todo el país está siendo afectado y Nicaragua se está convirtiendo en un lugar de personas deprimidas.
Estamos cansadxs de luchar y no ver resultados. De llorar muertxs y presxs. De ver cerrar negocios y no encontrar un camino claro a un futuro positivo. Cuidemos de nuestras mentes, porque Nicaragua nos va a necesitar sanxs y la salud mental hará que nuestras acciones, liderazgos y comunidad sea mejor.
Si sos parte de la diáspora, muchxs psicólogxs están brindando terapia en línea y si estás en Nicaragua busca a las increíbles personas que están apoyando a toda persona afectada en el país a bajos precios, por la crisis económica que se vive. (Les recomiendo este artículo sobre la depresión colectiva en Venezuela)
Hay un tema muy importante: elegir tu terapeuta y en algunos casos, psiquiatra. Yo he tenido, a lo largo de mi vida, dos psiquiatras y dos psicólogas. Todxs han sido personas especializadas en algún tema o tipo de terapia. Sin embargo, que sean buenos profesionales no significa que sean lxs mejores para vos. Es importante tener confianza en la persona que te atienda y sobre todo sentirte cómodx con ella o él.
También les quiero compartir las indicaciones que ellxs me han recomendado para que tanto la terapia, meditación, ejercicio y medicamentos funcionen.
- No bebas alcohol en exceso o todos los días.
- Evitá el consumo de drogas químicas (distintas de las sustancias psicoactivas y estas que sean dosificadas por un médico), puesto que son altamente adictivas. Las adicciones y la subida anímica que te generan, solo te harán caer más bajo.
- Haz algún tipo de ejercicio.
- Medita. Con eso no quiere decir que tienes que entrar a clase de yoga (lo cual ayuda) o aislarte en un bosque. Significa tomar un tiempo del día para relajarte y dejar tu mente en blanco. Les recomiendo la App HeadSpace por si necesitan una guía.
- Rodeate de personas que te hagan sentir segura y comprendan tu situación. Conseguí ese grupo de apoyo al que acudirás cuando te sintás en el “hoyo”.
No hay duda que mi caso no aplica para todxs, tal vez ni a una persona más, pero tengo esperanzas que este escrito ayude al menos a una. Háganle caso a sus emociones y cuerpo, no teman pedir ayuda. Acabemos con el tabú de la salud mental.
En un futuro les contaré cómo salgo de todo este torbellino de crisis emocionales, políticas y amorosas. No duden en escribirme si quieren conocer más sobre mi experiencia, mandar abrazos o una recomendación sobre a quién acudir.
Si necesitás ayuda podés contactar al equipo de Sanar al 83278079 (Movistar), 57341589 (Claro).