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Mi eterno abril

Ilustración: Juan García | Niú

Desde que salí del país el 8 de junio de 2018, me he dedicado a resolver mi vida fuera de mi zona de confort y a escribir sobre lo que siento, desde mi privilegio de estar fuera y el dolor de estar lejos.

Comencé mi catarsis escribiendo sobre mi abuela Mamarrú, madre de Arlen Siu. Pasé por relatar la historia de exilio de una amiga cercana. Conté lo duro que es irse y empezar de nuevo, así como una carta que le hice a mi tía. Les compartí la historia de cuando me enfrenté con la xenofobia en México y claro, me expuse con lujo de detalle sobre mi depresión tras la crisis.

El día en que todo comenzó

Todavía recuerdo cuando leí la noticia del INSS y le dije a mi amigo y jefe: “¡ya nos jodimos!”. A pesar del miedo, me preparaba para ir al plantón en Camino de Oriente junto a mis compañeras de trabajo. Nunca llegamos.

A través de una transmisión en vivo en Instagram, vi a una amiga de la universidad ser atacada por turbas. Escuché cómo ella gritaba y luchaba por no salir lastimada, mientras los hombres que la atacaban, no se detenían.

Desde el inicio de las protestas, los manifestantes usaron la bandera nacional como símbolo. Fotografía tomada el 18 de abril, en Camino de Oriente. Carlos Herrera | Niú

Finalmente, el “motorizado” la soltó, pero se llevó consigo el celular sin saber que seguía transmitiendo. Entonces dijo: “vamooos, vamooos. Hay que llevar estos celulares a revisarlos”. Esto siguió como por 20 minutos, hasta que finalmente la transmisión fue cancelada.

No sabía si mi amiga estaba a salvo, si yo sería expuesta cuando le revisaran el teléfono por nuestro grupo de WhatsApp, ni qué pasaría con Nicaragua a partir de ahí. Desde abril del 2018 fui asaltada por la vida.

Digo asaltada, porque no me lo esperaba. Fue como ir caminando por Altamira y de pronto ser emboscada por personas que te quitaban todo. Sentir ese miedo e impotencia, porque sabés que ya no lo vas a recuperar y que ya no volverás a caminar igual por esa calle. Yo sabía que mi mente y corazón no volverían a ser lo que eran, que después de ver y escuchar lo que pasó, no me podía quedar de manos cruzadas.

Masivas marchas se han convocado en Nicaragua, como esta realizada el 9 de mayo en Managua.

Sé que no fui la única que sintió eso: una rabia e indignación por ir a reclamar lo que nos robaron. Así que desde ese día cambié el contenido de mi mochila y ahora traía una lata de aerosol, un pañuelo y mis ganas de prenderle fuego al mundo.

Por eso, no falté a una marcha, plantón o vigilia cerca de mi casa a partir de ese día, hasta la fecha en que me fui. Incluso, la empresa en la que trabajaba me daba permiso para irme antes y asistir. Trabajé de la mano con artistas, medios de comunicación en el extranjero y amigxs, para hacer cualquier proyecto que nos llevara a construir la “Nueva Nicaragua”.

Nunca olvidaré tampoco correr al edificio BAC el 20 de abril buscando refugio, porque la Policía orteguista nos atacó con bombas, mientras un grupo de “godínez”, como nos dicen en México, cantábamos el himno nacional y levantábamos nuestras manos en señal de paz. Vi por primera vez a una persona herida, una chavala bien joven que tenía la cara llena de sangre, lastimada por esas bombas.

Recuerdo que lloré y tuve un pequeño ataque de pánico. No podía creer lo que pasó. Me preguntaba ¿por qué lo hicieron? Si no hicimos nada.

Me sentí cobarde por llorar y solo podía pensar en mi tía Arlen, cómo ella había entregado su vida en una montaña, mientras yo lloraba refugiada en un edificio de los Pellas. Sin embargo, luego entendí que ella había luchado justo para que yo no tuviera que pasar por algo parecido. Lloraba de enojo y no de miedo.

Después del 30 de mayo

Este día cambió la forma en que vivíamos las protestas. Los que estábamos en esa marcha multitudinaria vimos cómo asesinaron a jóvenes. Fue la primera vez que atacaron con balas de plomo a una marcha masiva. Nunca me había sentido tan cerca de la muerte como esa tarde.

Carlos Herrera | Niú

Los permiso para salir a las cuatro de la tarde para ir a protestar se habían acabado… pero tenía que irme a esa hora para que no me mataran o secuestraran en la calle. Cada ciudad fue sitiada por los paramilitares de la dictadura y el miedo invadió cada rincón del país. Entonces fue cuando me fui, a unas vacaciones de “dos semanas” que mi hermana menor me ayudó a pagar, unas “vacaciones” que me hicieron un número más de la diáspora nicaragüense.

Si me han leído antes, ya saben lo que me ha pasado durante este tiempo. El proceso de shock y adaptación a este cambio que no pedí. Saben que todavía me siento culpable por seguir mi vida, conocen lo que he aprendido y desaprendido en una cultura distinta. De alguna forma, desde el 18 de abril, cuando me robaron todo, decidí abrirme a lxs demás porque ya no tengo nada que perder.

Mi vida cabe en una maleta, como ilustró de forma perfecta mi amiga Fátima, una maleta llena de dolor, recuerdos, añoranzas y un poco de esperanza empacada en un recipiente muy pequeño. Porque a pesar de todo lo que hemos vivido es difícil seguir positiva y evitar bloquear de tu mente todo lo que duele, a modo de defensa.

Mis mejores recuerdos

Mis mayores aprendizajes