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Mi maleta de cervezas

Si en un viaje la maleta pesa mucho qué botarías ¿Las cervezas o los pantalones? ¿Las cervezas o las camisas? : Todo menos las cervezas

     

Ahora que viajo ya no acostumbro a botar ropa por privilegiar las cervezas en mi maleta. La primera vez que lo hice, tirar mis calaches, fue en el aeropuerto de Ginebra, en Suiza. La maleta que debía registrar superaba el peso establecido por la aerolínea. Tenía que sacar algo para poder embarcarme. ¿Las cervezas o los pantalones? ¿Las cervezas o las camisas? ¿Las cervezas o el abrigo?

La respuesta fue rotunda: Todo menos las cervezas. Conservé las camisas, pero los pantalones se quedaron en un basurero del baño del aeropuerto. ¿Qué utilidad tendrá un abrigo en la Nicaragua caliente? También lo boté.

Era la primera vez que viajaba tan lejos. Era mi primera vez en Europa. Era la primera vez que probaba tantos tipos de cervezas diametralmente distintos a los sabores nicas. Al principio fui reacio a los nuevos aromas, sabores y cuerpos de las cervezas, pero pronto “capté el encanto”.

Ginebra es una ciudad acartonada. La vida nocturna acaba a las doce de la madrugada, pero si se busca, hay buenos bares donde probar toda clase de cebadas y lúpulos mezclados con ingenio. El influjo de dos mecas cerveceras, Alemania y Bélgica, es inevitable en esta refinada ciudad atravesada por el Ródano.

La vida es mejor cuando tenés #Paulaner en el trópico 🙂

Una foto publicada por Wilfredo Miranda Aburto (@piruloar) el

En Ginebra, podría decirse, encontré dos amores: La Paulaner y la Franziskaner. Jamás había probado una cerveza de trigo sin filtrar. Con una turbidez dorada y un aroma frutal, estaba frente a la Weissbier o la cerveza blanca. Solo sabía de las laguers estilo americano, las más comunes en nuestro trópico.

Me dediqué a probar cada cerveza que me topaba en los bares. Traté de sorber todo sobre la cultura cervecera (dentro de mis posibilidades), y me topé con la tabla periódica de los tipos de cervezas. Veinte tipos de estilos que todavía no termino de catar.

No soy más que un aficionado de la cerveza. Disfruto cada nueva experiencia, preferiblemente aquella que sale de un sifón y no de una botella. En Holanda, dos buenos amigos (Bertwin y Jeanet) me mostraron un bar sorprendente con 365 cervezas a disposición del cliente. Yo no dudé en pedirles a ellos que me llevaran a una tienda para abastecer la maleta.

A esas alturas ya sabía de la Leffe, la ruda de La Chouffe (la del enanito para más señas), la Jupiler, la abadesa Corsendonk, la Duvel, la Stella Artois, la blanca Hoegaarden, la Hertog Jan, la holandesa Wieckse Witte, la Guinnes (prefiero la extra stout), entre otras.

Cada vez que vuelvo a Nicaragua lleno mis maletas de cerveza para compartir la experiencia con mis amigos y familiares (aunque sea en botella, pues). ¡Pero diablos! Tanto empaque y viaje para que las cervezas duren menos de un fin de semana.

Agradablemente varias de estas cervezas ya están disponibles en algunos sitios de Managua. A ese combo europeo se unen cervezas estadounidenses, mexicanas y sudamericanas de calidad: La Samuel Adams, la Blue Moon Belgian White (con esta chica busque un vaso y le exprime una rodaja de naranja), la Cusqueña, La Modelo (rubia y negra), la Quilmes, entre otras que ofrece el Bar La Estación.

En La Estación también encontrás esas cervezas que yo les llamo de leñador. Esas fortachonas IPA (India Pale Ale), que desbordan de lúpulo y alcohol (entre 5 y 8 por ciento): la Red Hook, Sierra Nevada, la intensa y californiana Lagunita. Sería genial que La Estación incluyera en sus menús la jamaiquina Red Striper (cuyo envase me recordó a una Kola Shaler), y una española como la Estrella de Galicia o su versión Reserva Especial 1906.

Último día en #holanda: a secar sifones :p

Una foto publicada por Wilfredo Miranda Aburto (@piruloar) el

Aunque también en algunos supermercados de Managua (Portas y Bavaria) encontrás cervezas distintas, como la italiana Peroni, la Becks, la japonesa Sapporo y la alemana Oettinger. Otros supermercados más masivos han ampliado la oferta con las Erdinger. La verdad es que es imposible cesar de enumerar cervezas. Harían falta muchos artículos, como para citar a la Dead Pony Club, la Lacplesis, y otras de nombre enrevesados, originarias de los países nórdicos que conocí en Letonia, todas para combatir el frío: más de diez grados de alcohol.

En Estados Unidos probé otras muy raras (gracias a otros buenos amigos, Tim y Cecilia): La Taj Mahal, la Key West Sunset Ale y la Hatuey (esta cubana, la del cacique, sí que tiene meneado). Es un etcétera sinfín y lo importante es ampliar la cultura cervecera en Nicaragua.

Lo primero sería conocer lo que tenemos más cerca en Centroamérica: Buenas fórmulas como La Cabro (Guatemala) y artesanales como La Cadejo (El Salvador), por ejemplo.

Aunque mi maleta y mi ropa han agradecido la aparición de estas cervezas en Nicaragua, la verdad es que nunca dejo de acarrear en cada viaje. En especial las más raras. Es un gusto, y como dice el dicho, cada loco con su tema. Así que es viernes, anímese a probar algo distinto y pida ¡otra por favor! Ya sabe dónde: ¡Salud!


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