En el momento en que Dilon Zeledón escuchó que los miembros de la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN), de Matagalpa, apoyarían al Gobierno de Daniel Ortega, después de tres días de protestas en los que ya habían muerto más de veinte personas, se levantó de su silla y dijo:
—“¡No estoy de acuerdo! Nosotros nos debemos a los estudiantes. ¿Cómo vamos a dejarlos?”
Inmediatamente, hubo miradas de desaprobación, pero nadie discutió con él. El líder del grupo, que había convocado a esa reunión extraordinaria, le dijo que respetaría su opinión, y Dilon, convencido de que hacía lo correcto, salió decidido a unirse a las protestas que iniciaban en Matagalpa. Era el 21 de abril.
Meses después, los mismos líderes de UNEN se encargaron de expulsarlo de la Facultad Regional Multidisciplinaria (Farem-Matagalpa), donde estudiaba cuarto año de Contaduría Pública, y también le cobraron a punta de golpes y torturas la “traición” que cometió aquel día.
“Él era de danza de UNEN. Era sandinista. No perteneció a la Juventud Sandinista, pero sí les ayudaba a montar coreografías de zumbatones, siempre iba a bailar a los 19 de julio (día de la Revolución), al Repliegue, en las campañas de Sadrach Zeledón (alcalde de Matagalpa), y eso es lo que más lo ha afectado porque a él me lo tomaron como a un traidor. A los otros muchachos de Matagalpa que agarraron no pasaron las mismas torturas”, dice su mamá Eimy Ramos.
Dilon tiene más de cinco meses en prisión. Primero lo golpearon en la casa departamental del FSLN, luego estuvo en las celdas de El Chipote, donde lo torturaron de diferentes maneras, y ahora está en la cárcel La Modelo, donde ha sufrido convulsiones y no logra escuchar con su oído derecho.
El baile: la pasión de Dilon
A Eimy Ramos se le ilumina el rostro cuando recuerda a su hijo bailando. Se acuerda de la última vez que estuvo en su casa y grabó un video para enviárselo a su novia. «Bailaba bonito», dice mientras se le dibuja una sonrisa. Minutos después su semblante se vuelve serio, y comenta “esa era su vida». «Él me dijo una vez que fui a verlo a La Modelo, que de todo lo que estaba pasando lo que más le dolía haber perdido era su baile”, relata.
Dilon, de 20 años, trae el baile en la sangre. Su papá perteneció a un ballet folclórico de Matagalpa. Y él, cuando escucha alguna música, no puede evitar comenzar bailar. «Siempre fue así», dice su mamá. La primera vez que lo hizo públicamente tenía unos cinco años y estaba en preescolar. Después se integró a la banda de su colegio, y cuando entró a la universidad lo primero que hizo fue ir a una audición para ingresar al ballet folclórico.
«Al principio le costaba seguir los pasos», cuenta una compañera del ballet que prefiere omitir su nombre por seguridad, «pero él no se rendía hasta que los pasos le salieran bien», recuerda.
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“Dilon ocupaba el baile como una disciplina, no como una manera de distraerse. En las presentaciones se preocupaba siempre que salieran bien. En los ensayos era serio. Decía que había tiempo para todo y que la hora de ensayar era para ensayar”, cuenta Rubén Vargas, amigo y compañero de baile.
Amaba tanto el baile, que aunque los ensayos eran por las tardes y sus clases también, siempre encontraba tiempo para cumplir en ambas actividades. Y al ver la pasión que le ponía, su maestro de danza le daba la oportunidad de montar coreografías en fiestas de 15 años. Así ganaba ingresos extras.
Su ingreso a la UNEN
Pronto comenzaron a buscarlo, para que bailara en actividades del Frente Sandinista. Fue entonces que, a mediados del año pasado, Dilon decidió unirse a UNEN. Según cuenta Vargas, quien también pertenecía a ese movimiento estudiantil, lo hicieron porque como cada vez bailaban más en las actividades del partido y querían tener una mejor comunicación.
En los bailes para las actividades del FSLN, Dilon encabezaba al grupo de danza y organizaba zumbatones con la Juventud Sandinista. También el año pasado, cuando el Río Grande de Matagalpa se desbordó, él lideró una colecta de víveres que llevaron a las víctimas.
En la universidad, son pocos quienes no lo conocen. Por su personalidad alegre y amistosa, logra que la gente quiera estar con él, recuerdan sus conocidos. Dicen que casi siempre está sonriendo, y le gusta hacer varias cosas a la vez. Tal es el caso, que además de bailar, estudiar y formar parte de UNEN, encontraba tiempo para jugar futbol, y si le surgía un trabajo, aunque fuera temporal, no lo rechazaba. Como cuando trabajó pintando casas y de mesero.
A veces, también tenía que renunciar a algunos momentos familiares. Hace tres años, en Navidad, había encontrado un trabajo como vendedor, y no pudo visitar a su mamá, que vive en Mateare (entre Managua y León), como solía hacerlo siempre. Esta Navidad, su mamá teme que tampoco podrá verlo, pero ahora por ser un preso político del régimen.
“Él siempre me decía: ‘Yo le voy a comprar su casa ‘, porque nosotros siempre hemos alquilado. Él me decía ‘yo le voy a dar su casa, madre’. Y ahora que él mira cómo he luchado por él, me dijo: ‘Estoy muy orgulloso de usted. Me han contado todo lo que ha hecho en las calles, y eso me ha salvado de que me fueran a matar, porque esa era la orden’”, dice Ramos.
La lucha por los estudiantes: «si muero será por mi patria»
Desde el día en que Dilon Zeledón decidió salirse de UNEN, para unirse a las protestas cívicas, su vida cambió. Se integró al Movimiento 19 de Abril de Matagalpa, abandonó la universidad, perdió muchas amistades y ganó camaradería con los estudiantes que se sublevaron. También, «ganó» amenazas de muerte que lo han perseguido hasta la cárcel.
— Mirá Dilon, salite que te van a matar— le dijo su mamá.
— Sí, pero si muero será por mi patria— le respondió enérgico.
— ¿Y cuándo te maten qué voy hacer yo? Me van a dar un cartón de reconocimiento y ¿qué voy hacer yo?— le reclamó la madre, llorando.
— Yo lo sé madre, pero no me voy a salir— reafirmó.
Su papá también trató de persuadirlo para que se saliera del Movimiento. En una ocasión que la Policía Nacional atacó un tranque en Matagalpa, Dilon no estuvo porque su papá le dio un sedante. Y, según narra su mamá, cuando se despertó y supo del ataque se molestó, y le dijo que “era un cobarde, porque los que deberían andar en las calles eran ellos como adultos y no ellos como jóvenes”.
El horror en prisión
La suerte de Dilon duró dos meses. En ese tiempo se salvó de ser alcanzado por balas y de ser arrestado. Hasta que la mañana del 21 de junio, una camioneta Hilux color rojo, en la que iban hombres vestidos de civil, se detuvo a la par del lugar en el que él estaba y trataron de agarrarlo.
“Nosotros salimos a comprar, y en lo que yo estaba comprando en un textil, él se quedó platicando con un amigo que trabaja en frente. En eso se parquea una Hilux roja y se bajan e intentan agarrarlo. Él salió corriendo sobre la vía y yo corrí contra la vía. Después oí disparos y me monté en un taxi”, relata Rubén. Esa fue la última vez que lo vio.
Dilon pasó once días sin que nadie lo viera. Sabían que esa camioneta roja se lo había llevado, pero no tenían certeza de dónde estaba. Luego se enteraron, que al primer lugar donde se lo llevaron fue a la departamental del Frente Sandinista, en Matagalpa. Allí lo golpearon y lo interrogaron. Después lo trasladaron a la estación de Policía, donde también lo golpearon, cuenta su mamá, y por la noche de ese 21 de junio lo trasladaron a las celdas de la Dirección de Auxilio Judicial, en Managua, conocidas como El Chipote.
Su mamá desde ese día se instaló en las afueras de El Chipote. Le decían que allí estaba, pero no dejaban que lo viera, y tampoco lo presentaban en Plaza El Sol, como a los otros presos políticos. Fue hasta el nueve de julio, cuando lo llevaron a los Juzgados, que Eimy pudo ver a su hijo y se enteró de las torturas que estaba recibiendo.
“Él me dijo que estaba tan golpeado, que por eso no lo habían presentado. Hasta que llegara un médico y lo sobara, para que le borrara todos los hematomas. Me dijo que pasó como cinco días que no se podía ni mover, porque lo golpearon por todo el cuerpo”, relata la madre.
Según le describió Dilon a su mamá, estuvo en varias celdas de El Chipote. Lo llevaron a una celda donde el agua le llegaba hasta las rodillas, luego en otra donde lo colgaron de los brazos y lo golpearon. Después en una, donde solo entraba aire por seis hoyos. También, afirma que le pusieron choques eléctricos en sus testículos y que hasta los oídos se los golpearon tanto, que a la fecha él ya no escucha con su oído derecho.
Durante los primeros cinco días que Dilon estuvo en El Chipote, estaba tan incomunicado, que él no sabía que su mamá tenía días esperando por él afuera. Se sentía triste, adolorido por las torturas, pero no había llorado. Fue hasta que le llevaron un plato de comida, y al terminar distinguió que en el fondo del plato estaba escrito: “Te amo hijo», que lloró de inmediato. Entre sollozos, y con pocas fuerzas gritó: «¡Aquí está mi madre!»
Por las torturas, quedó sordo
Al mes de estar detenido, a Dilon lo trasladaron a la cárcel La Modelo. Allí mejoró su condición, porque ya no lo torturan como antes. Pero ahora, después de cinco meses en prisión y bajo condiciones precarias, su salud se ha deteriorado.
“Yo me di cuenta que él comienza a convulsionar cuando los muchachos empiezan a salir a las audiencias, y ellos decían ‘Dilon está bien mal, avísenle a su mamá’. Desde entonces la abogada empezó a meter escritos, pero el Sistema Penitenciario no los acata. Entonces lo automediqué. El 13 de noviembre, que tuve vista, ya me dijo que no había convulsionado”, cuenta.
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Algunos de los presos políticos que están en la Galería 16, al igual que Dilon, han sido castigados por ayudarlo. Roberto Cruz, quien también es de Matagalpa, fue llevado a una celda de máxima seguridad por haber hecho escándalo para que las autoridades de ese penal le dieran atención médica.
Eimy Ramos dice que no tiene confianza en el sistema de justicia nicaragüense. A Dilon lo acusan por terrorismo y por desnudar y pintar de azul y blanco a militantes sandinistas. Pero el juicio lo han aplazado en varias ocasiones, y ninguno de los testigos que usan en su contra ha presentado alguna identificación Incluso, según averiguó Ramos, uno de esos testigos aparece en las redes sociales con traje de militar y armas.
Cada vez que la ve en la visita a la cárcel, Dilon le pregunta a su mamá cómo está la lucha en las calles. Ella se muestra fuerte ante él, y le dice que pronto saldrá de prisión. «Quizás no ahorita, pero pronto», le repite. A Eimy, otros presos políticos le cuentan que Dilon siempre recuerda la fortaleza que ella tuvo para enfrentar un cáncer, similar al que años antes había matado a su abuela.
“Si a mi madre no la pudo vencer el cáncer –dice Dilon–, a mí no me van a ganar estos hijos de puta”.