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Sergio Ramírez cumple 75 años: “Me siento en armonía conmigo mismo”

Centroamérica Cuenta, Silvio Balladares. Cortesía.

Especial para Niú

Refugiado en su estudio repleto de libros, papeles y con ventanas a un verde jardín, el escritor Sergio Ramírez siempre es accesible a las entrevistas. Y más ahora, cuando celebra “en armonía y contento” su cumpleaños 75. Una vida llena de sobresaltos y en la que la literatura siempre ocupó su tiempo y su atención.

Nacido en Masatepe el 5 de agosto de 1942, el laureado autor de “Sara” recuerda aquí sus momentos más felices y dramáticos. Nos muestra algunos de sus tesoros, como su primer libro, la pipa de Julio Cortázar y el lapicero de Fernando Gordillo. Y revela episodios poco conocidos, como que tuvo que usar el Premio Alfaguara (que ganó en 1998 con su novela “Margarita, está linda la mar”) para pagar las deudas de una frustrada candidatura presidencial.

Estoy frente a alguien que ha tenido una vida muy intensa. Se graduó de abogado, fue activista estudiantil, político, vicepresidente, fundó editoriales en Nicaragua y Costa Rica, fue catedrático en grandes universidades y sigue escribiendo un libro por año, o más. ¿Qué siente cumplir 75 años?

Yo creo que hay que ir asumiendo la edad a medida que el tiempo pasa. No siento yo que deba hacer ningún drama. Vivo día a día con mucho contento, porque felicidad me parece una palabra muy altisonante. Contento de lo que tengo y no me angustia la ambición, es decir no tengo inconformidad por lo que no he obtenido. De manera que sin haber leído nunca a los filósofos orientales, me siento en un estado como el que ellos recomiendan: en armonía conmigo mismo. Tengo una familia muy linda y la disfruto; una mujer que me ha acompañado 53 años, tres hijos y ocho nietos: la mayor de 25, que vive en Londres y es ingeniera en sistemas, y la menor de siete.

Centroamérica Cuenta, Silvio Balladares. Cortesía.

¿Y a alguno de tus nietos le ha dado por las letras, la literatura?

Pues tal vez Alejandro, de 14. No creo que se proponga ser escritor pero lo que me encanta es su sensibilidad por las palabras. Su madre me manda de manera clandestina lo que él escribe, porque es muy celoso de sus cosas. Pero aunque no escriban yo aspiraría a que ellos fueran al menos buenos lectores, como mis hijos. Me parece que la lectura es un factor importante en la vida, no para decir yo leo mucho sino porque produce muchos beneficios, te forma un sentido crítico, abierto, de libertad

¿Cuál ha sido el momento más feliz en tu vida de escritor?

Creo que la sensación más diáfana, más inocente, es como dice el Quijote, “felices y dichosos aquellos que viven la Edad de Oro…”. Yo tenía 20 años cuando tuve en mis manos mi primer libro que se hizo de manera artesanal y se llamó simplemente “Cuentos”. Lo publicó en 1963 mi amigo Mario Cajina Vega en una imprenta que tenía allá en la calle El Triunfo de Managua, llamada pomposamente “Editorial Nicaragüense”. Llevaba en la portada una viñeta en tinta china de Pablo Antonio Cuadra, ilustraciones de Leoncio Sáenz y un prólogo de Mariano Fiallos Gil. Era un libro especial. Fue un momento de suprema felicidad.

¿Conservás ejemplares de ese libro?

Sí, tengo un solo ejemplar, que creo es único en el mundo. También recuerdo el día que se lo llevé a mi padre, temiendo que me iba a decir que él me había mandado a estudiar Derecho y yo estaba presentándole un libro de cuentos. Pero él, a pesar de que no era un hombre letrado, era un tendero, lo que me dijo fue: ¡Ahora tenés que escribir una novela! Y fue ese mismo libro el que mi esposa Tulita, mi novia de entonces, salió a vender por las calles de León. Ella siempre ha tenido esa libertad del desafío, y mientras ella iba vendiendo de puerta en puerta yo me fui a encerrar a mi cuarto, ¡estaba aterrorizado! El tiraje fue de 500 ejemplares, lo normal en aquella época, y fui a dejarlo en consignación a las dos o tres librerías que había en Managua.

Tulita y yo fotografiados por #danielmordzinski durante el #festivaldecine #biarritz

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¿Alguna vez te imaginaste esta vida que has tenido, que habiendo estudiado Derecho serías finalmente un escritor célebre?

Yo creo que uno no se imagina las cosas. La juventud para mí consiste en la incertidumbre de la sorpresa, en pensar con alegría, porque uno no sabe qué va a ser de uno y la expectativa es feliz, optimista. Cuando uno es joven piensa que la vida es eterna y con muchas posibilidades, tiene curiosidad por el futuro, pero ahora lo que tengo es curiosidad por el pasado, me pregunto por qué me pasó esto, por qué no pasó o qué pude haber hecho de otro modo…

¿Sí te hacés ese examen?

Es que uno inevitablemente lo hace, aunque yo termino concluyendo que las cosas ocurrieron como debieron haber ocurrido y que no hay manera de cambiarlas con el pensamiento. Non, je ne regrette rien, como dice la canción de Edith Piaf, No me arrepiento de nada, porque el arrepentimiento es inútil. Lo único sí, es que me siento seguro de que nunca tuve la intención de hacerle daño a nadie, y eso me da una tranquilidad de conciencia.

No cambiarías nada, pues, de tu pasado, si pudieras hacerlo…

No, ¡nada! No cambiaría nada porque mi vida fue ocurriendo a saltos, entre sorpresas. No es que yo haya dicho bueno, ahora voy a abandonar la literatura y me voy a meter a la revolución. No, simplemente las cosas se van encadenando y de repente te ves metido en una revolución.

¿Y tu momento más dramático, más impactante?

Sin duda, la tarde del 23 de julio, cuando sobreviví a la masacre de estudiantes en León. Yo me veo siempre corriendo en esas calles, detrás de mí los disparos, primero las bombas lacrimógenas estallando, el tableteo de las ametralladoras. Son imágenes que vuelven como en una película y las tengo presente en sus más mínimos detalles. Pienso que la memoria graba con mayor fidelidad en esos momentos y ese es mi recuerdo más indeleble, estremecedor y dramático.

Yo tenía 17 años y por primera vez veía muertos…y los muertos eran mis compañeros de clase Erick Ramírez, de Chinandega, y Mauricio Martínez, de El Viejo. Nos sentábamos juntos en la primera fila y me tocó verlos cuando los lavaban con una manguera en el piso de la morgue de León. Ese día hicimos un periódico por iniciativa de Rolando Avendaño, que estudiaba Derecho conmigo pero tenía vocación de periodista. El diario se imprimió pero la Guardia nos persiguió, a él lo metieron preso porque aparecía como director, pero escribimos las crónicas de esa noche. Se imprimió a mano en una imprentita de León y solo salió ese día.

¿Cuál es, a tu juicio, el aporte que has hecho a las letras en Nicaragua y a la literatura universal?

Pienso que es la persistencia, el método. Yo definí mi vocación a los 17 años. Saqué mi título en Derecho con muy buenas notas, fui el mejor alumno de mi promoción; yo lo estaba haciendo en serio, aunque sabía que nunca iba a ejercer esa profesión porque no me atraía ser notario ni litigante. Pero tampoco sabía qué quería ser en la vida, porque si de algo estaba claro era de que no podía ser solamente escritor. Y con esa persistencia me fui a Costa Rica a trabajar como secretario general del Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) hasta que en 1973 me fui a Alemania. Algunos se disgustaron mucho de que siendo tan joven abandonara un cargo tan importante y bien remunerado; solo mi mujer no lo vio así –o si lo vio así no me lo dijo– y nos fuimos juntos a Alemania. Pero al mismo tiempo escogí entre Alemania y una beca para una maestría en Administración Pública en la universidad de Stanford. Después me involucré de lleno en la vorágine de la revolución, pero sabiendo siempre que era escritor.

#TBT San José,Junio 1979, junto a #VioletaBarrios y #AlfonsoRobelo Junta de Gobierno de reconstrucción nacional #Nicaragua

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¿Fue difícil dedicar tiempo para escribir siendo miembro de la Junta de Gobierno primero, y después vicepresidente?

Sí, claro, pero uno hace literatura al margen de las peores circunstancias. No existe una situación ideal para escribir un libro, aunque ahora creo que la situación ideal es la que tengo hoy. Pero en aquella época me levantaba de madrugada para escribir, y así publiqué “El pensamiento vivo de Sandino” y “Castigo Divino”, mi libro más extenso y complejo que sigue teniendo lectores hasta hoy. Son las respuestas de la vida, porque la mayor satisfacción es saber que un libro tuyo se sigue leyendo, sigue vivo, 20 o 30 años después.

¿Cómo fue aquella candidatura presidencial de 1996 en el Movimiento Renovador Sandinista (MRS)? Recuerdo que al contar tus votos, dijiste que renunciabas a la política porque habías comprobado que tenías “más lectores que electores”…

Yo lo hice con fe. Cuando nos quedamos sin dinero hice mi campaña a pie, debo haber caminado más de 500 kilómetros en seis meses por los barrios de Chinandega y de León. Me recuerdo subiendo esos cerros de los barrios de Matagalpa junto a doña Esperancita Cabrera, tocando puertas. Y cuando la campaña terminó me quedé lleno de deudas, porque la mayoría de los que estaban conmigo eran gente sin recursos y debíamos mucho dinero. Eran como 300.000 dólares pero lo pagamos todo, y sobre todo lo terminé de pagar con el Premio Alfaguara y gracias al apoyo de amigos como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Rafael Pérez Gay y Héctor Aguilar Camín, que me conseguían cursos en México porque sabían que estaba endeudado.

Es feo deber, ¿no? Recuerdo que después de la campaña yo salía a caminar y mi vecino, que era el que nos había hecho las encuestas, me cobraba, y yo me moría de vergüenza. Pero también a él le pagamos hasta el último centavo.

Quienes hemos tenido la oportunidad de asistir a tus talleres literarios gratuitos, los hemos recibido como un privilegio, por tu forma de enseñar y por todo lo que se aprende. ¿Qué te motiva a dedicarte a esa actividad, teniendo tu tiempo tan apretado?

Yo doy esos talleres porque me gusta, lo disfruto. Ahora tenemos planificados dos talleres para agosto y noviembre, y el primero ya tiene más de 100 solicitantes, de los cuales quedarán 25. A mí me gusta compartir lo que hago, lo que sé, no porque eso vaya a convertir a alguien en escritor pero sí es útil conocer las reglas de otra persona.

¿Qué claves o secretos podrías compartir con los jóvenes escritores?

En literatura no existen reglas generales, pero sí particulares. Yo no le puedo decir a nadie que si no escribe ocho horas por día no podrá ser escritor, pero lo que sí recomiendo es nunca dejar de escribir. Por más que el día esté complicado, hay que sacar al menos un par de horas. Y corregir, corregir siempre, nunca estar satisfecho con un texto, saber meterle el diente a la escritura y no aburrirse nunca en la corrección, que es justamente lo que estoy haciendo ahora con mi nueva novela, “Ya nadie llora por mí”…

¿Ya está terminada? ¿Cuándo y dónde se presentará?

Estoy corrigiendo las pruebas con la editora que Alfaguara me asignó en Madrid. Es un trabajo tequioso, voy 40 o 50 páginas por día y solo me detengo donde ella ha puesto observaciones, lo demás ya no lo quiero ver. El libro se presentará en octubre en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, donde también la editorial Océano va a lanzar mi “Antología personal: 50 años de cuentos”, una selección que me costó mucho hacer. Sufrí mucho al tener que elegir unos cuentos y descartar otros. Pero así es la vida.