En pantalla
La secuela simplifica los conflictos éticos que exploraba su antecesora, abrazando las convenciones del cine de acción más comercial
Hace tres años, “Sicario” apareció como de la nada, con un mirada novedosa a la guerra contra el narcotráfico. O más bien, a la representación en productos de ficción de esta tragedia de la vida real. La película de Denis Villeneuve, basada en un guion de Taylor Sheridan, seguía a tres personajes incómodos al lado de la ley: Kate Macer (Emily Blunt), una honesta agente antinarcóticos; Matt Graver (Josh Brolin), un mercenario pragmático; y Alejandro (Benicio del Toro), un asesino a sueldo. Los tres actores convirtieron sus arquetipos en personajes memorables. Villeneuve, apoyado en la fantástica fotografía de Roger Deakins, produjo imágenes infernales que le devolvieron el horror visceral a la violencia del narco. El éxito de crítica y taquilla convenció al estudio de producir una secuela. Y he aquí “Sicario: Día del Soldado”, una pálida sombra del artículo genuino.
Un texto en pantalla nos notifica que los carteles de la droga han diversificado sus operaciones para controlar además la migración ilegal a través de la frontera sur de EE.UU. El prólogo de la película muestra como un terrorista islámico cruza con un grupo de latinos ilegales. Cuando una patrulla fronteriza los detiene, detona su chaleco bomba. Así, la película establece cuán diferente es a su antecesora. El sensacionalismo del episodio invoca temas provocativos, sacrificando el sentido común. ¿Un terrorista llevaría casualmente su bomba armada? ¿No se guardaría para llegar a un centro urbano donde podría hacer más daño? La estampa no tiene sentido, pero permite iniciar con una explosión. Eso es lo que cuenta.
La imagen de tres esteras de oración abandonadas en el desierto da paso a un brutal atentado en un supermercado de Kansas. El FBI aprovechará la coyuntura para iniciar una guerra entre ellos y los carteles…o algo así. Por eso, reclutan nuevamente a Graver para que orqueste un evento detonante: secuestrar a Isabel Reyes (Isabela Moner), la hija de un jefe narco, para culpar a una banda rival. Quiere la suerte que sea justo el capo culpable de matar a la familia de Alejandro, quien es reclutado por su viejo compinche para ejecutar la operación. En un hilo narrativo paralelo, Miguel (Elijah Rodriguez), un muchacho bueno de clase trabajadora, se inicia en la banda de Gallo (Manuel García-Rulfo).
La ausencia de Kate Macer, el personaje más interesante en la primera película, es una campanada de alerta. La secuela simplifica los conflictos éticos que exploraba su antecesora, abrazando las convenciones del cine de acción más comercial: los niños simbólicos al borde de la corrupción o la muerte; el arco narrativo de venganza y redención; la dinámica de mentor y aprendiz que se sugiere en las escenas finales, apuntando a otra innecesaria secuela. “Sicario…” es familiar y predecible. Lo más exasperante, es que no deja de invocar al filme anterior. Villeneuve y Deakins migraron a otros proyectos, pero el director italiano Stefano Solima y el cinematógrafo Dariusz Wolski emulan las composiciones geométricas y la atmósfera desolada impuesta por sus antecesores. El uso de cámara de visión nocturna, evocativo de la deshumanización implícita en la violencia, es ahora un cliché estilístico. A veces, los ecos son más explícitos. La escena que reintroduce a Garver es, otra vez, un interrogatorio, y en una esquina del cuarto podemos ver los botellones de agua de escalofriante recuerdo. No los usan. Solo están ahí para conectar este derivado con el artículo original.
Los agujeros de la trama surgen como cráteres que se tragan la buena voluntad del espectador más cómplice. La conexión con los terroristas se desestima a medio camino. “¡Descubrimos que eran locales!” –dice la agente encarnada por Catherine Keener, dejando en el aire las esteras del desierto y el suicida del inicio. La malsana mezcla de terrorismo islámico y narcoterrorismo es solo un truco para explotar los miedos irracionales de la era Trump, y falsear algo de consecuencia. Un personaje es ejecutado ante nuestros ojos, solo para resucitar improbablemente. Mal muerto, camina en minutos lo que unas camionetas recorrieron en horas. Por momentos, los actores sostienen la ilusión de que “Sicario…” puede encontrar razón de ser más allá del sensacionalismo, pero en el fondo, sabemos que esa guerra está perdida.
“Sicario: Día del Soldado”
(Sicario: Day of the Soldado)
Dirección: Stefano Sollima
Duración: 2 horas, 2 minutos aprox.
Clasificación: * (Mala)