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“Traigo división”
Foto: EFE

Para vivir en libertad en Nicaragua se necesita "que se oigan las voces de todos, todo el tiempo; que se escuchen todas las opiniones y todas las críticas sin que nadie sea bozal para nadie"

     

A ver si les gusta esto a los que (en público, no en privado) aplauden a Monseñor Báez, y que al mismo tiempo gritan histéricos “¡unidad, unidad, divisionista, divisionista!” para ahogar con sus chillidos otras voces, para que solo se escuchen las suyas, para que solo sus intereses cuenten, para disfrazar su mezquindad.

Quiénes son, en el fondo, se descubre así: dedican gran parte de su tiempo y esfuerzo a criticar la crítica, a inventar las mil y una razones por las que hay que regresar al silencio y a la obediencia, y dejar que sus amigos de las élites decidan todo.

¿Eso es ser libertario? ¿Eso es ser demócrata? Eso es ser lobo con piel de oveja. No es ser amigo de la democracia. No es ‘estar del lado del pueblo’. No es “unidad contra la dictadura”. Más bien es la trampa de autoritarios expertos que se disfrazan con las máscaras de moda, las del antiorteguismo, para seguir cerca del poder. Las visten con toda la naturalidad de quien está acostumbrado al baile de disfraces. Y sonríen. Su vida es una interminable gala. Un bacanal de lobos que tiene un rastro de sangre.

#SOSNicaragua
Ilustración: Juan García

Para vivir en libertad–no en el cautiverio ordenado de carceleros amables que imaginan para Nicaragua– debemos hacer precisamente lo contrario: que se oigan las voces de todos, todo el tiempo; que se escuchen todas las opiniones y todas las críticas sin que nadie sea bozal para nadie.

Habrá, por supuesto, opiniones idiotas al lado de opiniones sensatas; opiniones basadas en datos y lógica al lado de opiniones que flotan sin raíz racional; opiniones honestas al lado de opiniones tendenciosas. Pero hay que permitirlas todas, ¡hay que animarlas todas! Hay que alentar a todos a que abran su mente y su alma y su corazón y griten su verdad.

Tiene que correr el agua del río o el río se muere. No porque haya basuras en el agua debe uno detenerlo, estancarlo; estancar las aguas es matar el río, llevarlo a la pudrición de toda la vida que alberga. Esto es lo que quieren, esto es lo que necesitan, los que constantemente critican la crítica, y reaccionan alarmados ante ella, como si el exceso de crítica o su excesiva dureza fuera el problema nacional, y no la falta de libertad. No han entendido mucho del nuevo mundo, al que ven con aprehensión; ven la crítica como si fuese un puñal o una daga, un instrumento que mata, y que por tanto habría que controlar.

Falso. No se detengan. No callen. Exprésense. Aduéñense de su país, su mundo, su libertad. La crítica es asunto diario, permanente y sin censura en las sociedades más libres.

No se detengan. Lo que no logra aplastar la bota fascista del soldado y el mazo de un juez venal, que no lo supriman voces impostadas, cantos de sirena. Más bien recuerden el pasaje de la biblia que Monseñor Silvio Báez menciona: “¿creen que estoy para poner paz sobre la tierra?”. “Les aseguro que no”, dice Jesús, “más bien traigo división”.

No puede ser de otra manera, no puede haber unidad entre la buena semilla y la cizaña. Hay que saber distinguir una de la otra. Hay que cuidarse de los lobos vestidos de ovejas que nos piden ignorar que una es enemiga de la otra, que le roba su espacio y su sustento.


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