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Una fiera de dos colores
Carlos Herrera | Niú

"Pudimos ver a los presos políticos encontrarse con sus familias, y de nuevo, la historia de Nicaragua fue pandeada por un evento tan cálido y lleno de fervor"

     

Una vez escuché a un predicador llamado Allen Claycomb hablar acerca de nuestra entrada al cielo, luego que partamos de esta tierra. Claycomb aseveró que antes de entrar a aquel paraíso blanquecino con moradas de oro y cristal, Dios nos estaría pidiendo cuentas de todo lo que hicimos en la Tierra. Él nos sentará en su pierna derecha y nos dirá: “a ver, hijo, que hiciste, veamos tu vida”. Y, en ese momento empezará a pasar frente a vos la vida, tu vida, en la Tierra, y Él te revelará todo lo que te hizo falta. Te avergonzarás, llorarás, y te serán revelados todos los misterios, y todas interrogantes que tuviste en la Tierra, te serán contestadas. Justo en ese momento, Dios enjugará toda lágrima de tus ojos, y te hará pasar al cielo. Te encontrarás con familiares, personajes históricos, y harás todo lo que tu imaginación siempre ha contemplado, como volar.

Esta mañana pude experimentar un poco de esa gloria acá en la Tierra cuando vi que los presos políticos estaban celebrando, cantando, riendo, llorando, abrazándose. Me fue revelado un preámbulo a mí y a vos de cómo va ser nuestro encuentro en el cielo. Pudimos ver hoy la gran vida en abundancia y el gozo cuando nos sujetamos a los tiempos de Dios y cuando dejamos que Su Justicia obre, pues el pueblo nunca tomó la justicia en sus manos, nunca desató su ira contra todos sus agresores. Pudimos ver a los presos políticos encontrarse con sus familias, y de nuevo, la historia de Nicaragua fue pandeada por un evento tan cálido y lleno de fervor.

Durante todo el día, el cielo dio vueltas en Nicaragua, y las nubes y el matiz azul difuminado de este, pintaron los suelos y las calles, pero aún más, el corazón de todos los nicaragüenses. Pudimos saborear la victoria divina y ver las cabezas de los presos políticos, agraciados, inundados de pasión y amor por sus familias, y por Nicaragua.

Esperamos tanto tiempo para ver esto, pasamos navidades obscuras y encima pintadas de negro, el tiempo se paralizó en abril 2018, la angustia nos carcomía día y noche, pensando en cómo estos conciudadanos estaban en condiciones infrahumanas.

Nuestro corazón era como un pedazo de hielo que jugueteamos en la lengua, estaba flojo, con vaivenes como los de un tobogán bien aceitado. Las noches parecían ser compatibles con los días, siempre había oscuridad e incertidumbre.

Pero ahora todo ha cambiado. Hoy pudimos ver la Tierra prometida, caminamos sobre ella, nos prestó su suelo para que nuestros pies corrieran con libertad, para que los presos sintieran el cosquilleo de las nubes en su planta de los pies.

Ahora, el pueblo manso como paloma y diestro como un león, observa el porvenir, el futuro de sus hijos, y sabe que aún queda maleza alrededor. Sabe que hay mucho por hacer, por restaurar, y queda a cargo de administrar bien Nicaragua, tierra en la que ya no existe cabida para nadie que se apellide Ortega-Murillo, y tampoco para sus hijos adoptivos que nunca recibirán el beso de la princesa, y quedarán siempre como anfibios, pegajosos, fríos, errantes, de triple ánimo, fieras que no saben dónde depositar esa leche cortada en su gaznate. Son perdedores, ajenos de la patria, vivirán entre nosotros, pero nadie les conocerá más, se identificarán por nombres y tendrán cédulas, pero nadie podrá llamarles por este.

Nicaragua está siendo liberada, se ha activado vida en el país al unirse cientos de familias. Se ha liberado poder en los abrazos de los padres y madres con sus hijos, y se ha ensamblado una fiera de dos colores, custodia fiel de Nicaragua, un pueblo que está jalando más fuerte el otro lado de la cuerda y está haciendo que su enemigo esté por caer y saborear el lodo.