En pantalla

“Ya no estoy aquí”: Desarraigo y alienación al ritmo de cumbia
Ya no estoy aquí

La película de Fernando Frías es la antítesis de películas y series que explotan el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia juvenil como estrategia de venta

Es extraño ver el fotograma de “Ya no estoy aquí” en la grilla de Netflix, codeándose con los de tantas películas y series que explotan el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia juvenil por sus posibilidades melodramáticas. La película de Fernando Frías es la antítesis de esas piezas de entretenimiento que explotan su conexión con la realidad como estrategia de venta, pero simplifican complejas dinámicas sociales.

En una solitaria calle en las afueras de Monterrey, Ulises, un adolescente taciturno, se despide de su madre y de una amiga. Es un adiós furtivo y apresurado, delatando el sentido de urgencia. La acción salta en el tiempo para revelar poco a poco la odisea de Ulises —su nombre no es casualidad—, quien como tantos otros, migra a Estados Unidos huyendo de la violencia. La estrategia narrativa también sirve para desorientar al espectador y ponerlo en los zapatos del protagonista: un extraño en tierra extraña, incapaz de entender el idioma inglés y los códigos sociales de Nueva York.

Para mí, por lo menos, el culto a la cumbia colombiana en Monterrey es todo un descubrimiento. Ulises es el líder de “Los Terkos”, una pequeña pandilla que vive para bailar. Uso la palabra “pandilla” en su acepción más inocente, es un grupo de adolescentes y niños, pasando tiempo juntos. El grueso de sus actividades reñidas con la legalidad se limita a quitarle el dinero del almuerzo a un escolar, para comprar música. Sus fiestas, trajes y coreografías se presentan con el celo de un etnógrafo. No viven, sin embargo, en un paraíso. La pobreza es evidente, y hay un par de encuentros cordiales, pero tensos con una pandilla de jóvenes adultos. Sus cabezas rapadas contrastan con la excéntrica estilización de los “kumbieros”.

La tensión que uno siente viene condicionada por tanto narco-entretenimiento que consumimos. Anticipaba con aprensión el momento en que Ulises fuera invitado a pasar a “las ligas mayores”. Pero sucede algo peor, y más cercano a la realidad, probablemente. La violencia rompe las dinámicas establecidas, y empuja al protagonista en una sola dirección: hacia el norte.

Ulises encuentra hostilidad y solidaridad, pero las convenciones felices de la narrativa migratoria son elusivas. Las complicaciones de la sobrevivencia cotidiana demasiado apremiantes: dónde dormir, qué comer, cómo ganar dinero. La cultura “kumbiera” que ya en Monterrey lo recluía en un gueto específico, en EE. UU. lo hace aún más extraño. Cuando encuentra a una fichera colombiana en un bar, emocionado comparte con ella la música que carga en un reproductor digital. La mujer no entiende porque le bajan la velocidad a las canciones —“vuelve cuando tengas cargadas las baterías”, le dice—. Su cualidad foránea es lo que atrae precisamente a Lin (Xueming Angelina Chen), la dulce nieta adolescente de un tendero que ocasionalmente le da trabajo, pero la barrera del lenguaje sabotea la amistad.

“Atrás, ni para tomar impulso”, le dice Gladys (Adriana Abelaes), la fichera convertida literalmente en una figura maternal. Pero Ulises no puede dejar de mirar atrás. No puede saber qué, realmente, nunca podrá volver al lugar que abandonó. La película muestra cómo en su ausencia, todo cambia —un cartel violento se afinca en el territorio y compra la aquiescencia del pueblo repartiendo paquetes de comida—. Sus compañeros dejan el baile y toman las armas de alto calibre.

“Ya no estoy aquí” no ofrece el bálsamo de la ficción inspiradora. Es un retrato descarnado del desarraigo y la alienación del migrante. Suena pesada, pero no lo es. La expresiva propuesta estética de Frías, apoyada en la dirección de fotografía de Damián García, demanda ser vista. Tome nota de como en la composición de los encuadres, Ulises se ve frecuentemente descentrado, con la imagen dominada por espacio negativo. Como si una fuerza invisible tratara de expulsarlo del rango de la cámara. El ritmo lento y contemplativo le permite al espectador existir en esta realidad, a la par de Ulises.

El retrato de la cultura “kumbiera” es fascinante, y la película no está desprovista de humor. Tome nota del desdén con que los discursos del entonces presidente Enrique Peña Nieto son recibidos en la radioemisora favorita de los “Terkos”. Mientras la vida se descompone y recompone, la discursos políticos se convierten en ruido blanco, un murmullo inútil que solo atrasa el refugio de la próxima canción.

“Ya no estoy aquí”
(I’m No Longer Here)
Dirección: Fernando Frías
Duración: 1 hora, 52 minutos
Clasificación: ⭐⭐⭐⭐ (Muy Buena)
*Disponible en Netflix