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¡Otra, por favor!

Del estanco a la cantina
La cantina donde funcionaba "El Último Trago", cerca del Cementerio Central de Managua. Wilfredo Miranda | Niú

Los “estancos” eran frecuentados por la burocracia estatal, periodistas, artistas y bohemios. “Eran pequeñas universidades”, recuerda un asiduo

     

Antes de las cantinas existieron los “estancos”. Jamás en mi vida había escuchado ese término, hasta un domingo reciente, cuando mi abuelo recordaba los “estancos” más famosos de la vieja Managua y de Nandaime (mi pueblo) con entusiasmo.

Mi abuelo, el periodista Ernesto Aburto Martínez, es una de esas enciclopedias ambulantes. Puede hablar de Sísifo y su piedra al mismo tiempo que de las “especialidades” que ofrecía cada “estanco” de la capital. Mientras describía esos lugares que él frecuentaba en su juventud como periodista, le dije que “eran cantinas”.

–  ¡Nooooo, Papá! – respondió alarmado, haciendo morisquetas de rectificación. Se ajustó la faja y el pantalón, tomó un trago profundo de ron y me explicó la diferencia…

Un “estanco” no poseía todas las comodidades de una cantina: Sillas y mesas, roconola, y con suerte algún mesonero dispuesto a atender. Tampoco en los “estancos” había cerveza u otra bebida. Guaro lija o “guarón” era lo único a disposición a los clientes.

“Siempre fueron casas humildes, donde en todo tiempo se ha vendido aguardiente o guaro, guaro lija, guarón o guarito pelón”, aclara el escritor Francisco Arellano Oviedo.

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El interior de en donde antes funcionaba «El último trago». Wilfredo Miranda | Niú

En los “estancos” había una pequeña barra. En muchas ocasiones un tablón sostenido sobre bloques, o alguna plataforma que sirviera para poner los vasos ochavados (con ocho caras caladas) y servir el guaro. Muchas veces los dueños de los estancos ocupaban vasos de Gerber para suplir la carencia de la vajilla. Sobre el tablón estaban las “boquitas de pájaro”, es decir mangos celeques, jocotes y grosellas con sal para “pasar” el “cañonazo”.

A los pies de los clientes yacían cajas de madera repletas de aserrín para escupir después de tomar el trago. Nadie podía plantarse en la barra. Quien se echaba el trago tenía que apartarse, porque la concurrencia era nutrida.

En Nandaime era famoso el “estanco” llamado “el tufo del chancho”, porque la dueña criaba cerdos, y el olor era muy característico. Pero lo que más llamaba la atención eran los vasos ochavados amarillentos, porque casi nunca conocían el lavaplatos.

Los nombres de los “estancos” eran fabulosos. Todo el acervo de la cultura popular en torno al alcohol. Los de Nandaime eran: “Cabeza de hombre”, “El capricho de la gata” y “The White House”, uno de los últimos en desaparecer en el pueblo.

En Managua sobresalían: “Panchito Maravilla”, “El Mamón”, “Pedro Tuco”, “El Paso de la Vaca”, “Chico Toval”, “Cabeza de chancho”, “El Nilo Blanco”, “Le Pettie París” y “Chagüitillo”, entre otros.

Mi abuelo Aburto precisa que el emblema del “estanco” “Chagüitillo” es que servían el cuarto de guarón en aquellas pequeñitas botellas de Coca Cola. ¿Se acuerdan? ¡Uno de los pocos que rompía la regla del trago por unidad! Y mientras lo explica, mi abuelo cita la dirección con naturalidad, como si fuésemos a ir: “Quedaba en la esquina noroccidental del Mercado Bóer, cuadra y media a abajo. A mano izquierda”.

Los “estancos” eran frecuentados por la burocracia estatal, periodistas y bohemios. “Los Estancos en Managua eran pequeñas universidades. Llegaban los bohemios que eran periodistas y poetas. Donde Panchito Melodía podías ver a Guillermo Arce (padre de Bayardo) y a Manolo Cuadra”, recuerda mi abuelo, que toma un respiro y sorbe más ron.

Cada vez que una familia enlutaba, los “estancos” cumplían una función social en los entierros. Usualmente los deudos, familiares y amigos se reunían a tomar tras dar el “último adiós”. La periodista Sofía Montenegro —otra enciclopedia caminante— recordó la existencia de la cantina “El Último Trago”, un nombre sugerente al estar contiguo al Cementerio Central de Managua.

En el sitio donde operaba “El Último Trago” funcionó la cantina “La Abuela”, y actualmente abre sus puertas a diario “El Rincón de la Chayito”. El espacio es un galerón forrado de zinc que exacerba el ya ardiente calor de la capital. La dueña de esta cantina, la Chayito, me contó que cuando compró el local le contaron que tras los sepelios los tragos en el “estanco” original eran servidos en vasitos de Zepol, el ungüento preferido de las abuelitas para curar gripes. En Chichigalpa también existió otro estanco junto al cementerio: “La última lágrima”.

“Otra de esos lugares cercanos al cementerio era el Nilo Blanco. La clase alta de Managua venía de los entierros y se quedaba, porque servían bocas exquisitas: sopa de frijol con chicharrón y queso desboronado, conchas negras y titiles con tortillas”, apunta mi abuelo Aburto, que con sus manos simula recoger del plato esos entremeses que caben en la palma de la mano.

Las bocas de comida comenzaron a desplazar a la “boquitas de pájaros” cuando los “estancos” evolucionaron en cantinas. Ese cambio sucedió después del terremoto de Managua en 1972. Las mesas, algunas roconolas chelineras, las cervezas y las bocas de comida para devorar de un bocado se popularizaron. En el “estanco” “Chagütillo” fue famosa la boca de patita de chancho en caldillo con yerba buena y papas.

Mi abuelo Aburto tiene una teoría del porqué: “Cada fenómeno introduce reformas en hábitos sociales y costumbres de la gente. Con el terremoto surgió el pedir raid por los problemas de transporte, entonces fue más accesible para los hombres el Triángulo de las Bermudas, porque liberó la sexualidad. La gente se enteró que la vida no valía nada y en cualquier momento se acababa, y lo importante era disfrutar”.

La cultura del “estanco” murió totalmente en 1979, con el triunfo de la Revolución Sandinista. La causa —prosigue mi abuelo Aburto— también reside en el nuevo contexto y el sexo.

“Hubo un cambio en el modo de vivir de la juventud. Los matrimonios y las armas. Los movilizados en la guerra, una vez acuartelados, se enredaban en amoríos. Los jóvenes aprendieron el potencial placer que tenía la sexualidad, al margen de las concepciones timoratas y la hipocresía moral. Habían otras formas diversión para jóvenes y adultos”, sostiene mi abuelo Aburto.

El “estanco” evolucionó de forma total a la cantina. Dos sitios que todavía existen en Managua son prueba de ello: El Popular René y La Cucaracha, dos cantinas famosas de León que abrieron sucursales en Managua. En ambos venden sopa.

Actualmente, suelo ir a tomar sopa de frijoles a La Cucaracha, allí por el antiguo Cine Cabrera. El  nombre de la cantina (que funciona dentro de la sala de una casa, y para usar el baño entramos al cuarto particular de alguien) impresiona a quienes no lo conocen. ¿Por qué cucaracha? En León servían la sopa con cebolla refrita, que se tornaba negra, y a los estudiantes les parecía patitas del insecto. Así fue bautizada la cantina donde ya no sirven guaro lija, sino cervezas y ron nacional envasado.

Mi abuelo Aburto ya ha terminado varios tragos tras enumerarme “estancos” y cantinas. Promete llevarme a Chico Toval, el único sitio que, recuerda, evolucionó a restaurante. Por ahora, le propongo ir donde “Doña Yami”, en Nandaime. ¡Salud!


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