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Carolina lleva semanas de confinamiento y por las tardes el agobio llega por estar encerrada todo el día
No es extraño que cuando las personas migran, a menudo echan de menos su tierra, su gente y sus costumbres. La añoranza aumenta en estos tiempos de confinamiento en España, donde la cuarentena hace notar lo duro que se hace cada día crear una rutina entre unas pequeñas cuatro paredes. Es ahora, cuando ese dicho ha tomado más fuerza. Y es que caminar de la habitación a la sala y de la sala al baño o a la cocina, el primer día de encierro oficial -el 14 de marzo-, pudo tomarse como un descanso, pero diez días después, empezó a ser un agobio el no tener un patio o un jardín donde salir a leer, a tomar el aire o recibir el sol.
Podría pensarse que es una exageración, pero lo cierto es que en España las casas no están preparadas para un confinamiento. Según el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, los apartamentos, que en su mayoría fueron construidos después de los años 60 y 70, tienen una arquitectura pensada para pasar la mayor parte del tiempo en las calles, pero en éstos momentos del Covid19, como mínimo hasta el 11 de abril, solo se podrá salir por una necesidad prioritaria como ir al supermercado, a la farmacia o por un trabajo que aún no sea considerado motivo de suspensión.
Hay quienes también aprovechan para pasear al perro unas cuantas veces al día -bien por quienes lo tengan, porque sí está permitido-. Carolina no cuenta con esa suerte, por lo que no tiene excusa para realizar alguna actividad en la calle más que ir al supermercado. Sus pasatiempos los desarrolla en un miniapartamento de unos treinta metros cuadrados en una tercera planta, donde habita con su pareja. “Me he puesto a leer libros en línea, juego en el teléfono o me pongo a ver películas; sino me vuelvo loca”, comenta.
El confinamiento afecta emocionalmente
De origen nicaragüense, Carolina vive hace más de un año y medio en la ciudad coruñesa de Galicia, una comunidad autónoma del noroeste de España. Habita en una buhardilla -la parte más alta de una casa o edificio inmediata al tejado con el techo inclinado que se utiliza como vivienda, como habitación o para guardar cosas que no se usan habitualmente -, tiene dos ventanas oscilobatientes, una en el dormitorio y otra en el salón. Ambas están incrustadas en el tejado. Tender la ropa le implica salir del apartamento a una zona común del edificio para colgarla en el espacio que le corresponde. Aprovecha ese momento para tomar el aire. En Nicaragua, su vivienda era diametralmente opuesta. Tenía porche, patio trasero y el tamaño de su habitación era el doble. Sentía más libertad.
Lluis Comerón, presidente del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, afirmó al diario.es, que las viviendas no están preparadas para este confinamiento. “En las últimas décadas se ha puesto énfasis en la calidad del material de edificación, pero no se ha protegido la calidad inmaterial. El entorno público y doméstico”. Si bien, hay viviendas de viviendas, hay quienes habitan en apartamentos de menos de 30 metros cuadrados por persona. Quienes cuentan con una terraza, tienen por así decirlo un “miniprivilegio” ya que en su momento la mayoría fueron cerradas por espacio o por precio.
Carolina lleva dos semanas de confinamiento y por las tardes el agobio llega por estar encerrada todo el día, “siento que me falta el aire, abro la ventana, saco la cabeza para que me de el sol o el aire frío en el rostro. Ver noticias sobre la pandemia no ayudan. En las redes abundan los memes y montón de noticias falsas que me alteran”, señala a través de mensajes por el Whatsapp.
Sin ayudas sociales y en situación irregular
El agobio es aún mayor para todas aquellas personas que se han quedado sin trabajo por el confinamiento, aunque puede verse mermado si se llegase a aprobar en el Consejo de Ministros extraordinario de mañana viernes medidas de apoyo para quienes trabajan en el sector doméstico. El sector recibirá un subsidio extraordinario siempre y cuando acrediten que su empleador las ha despedido o suspendido de empleo. En este caso, cobrarán un 70% del salario mientras dure la situación de alarma.
Pero hay migrantes en situación de irregularidad que no podrán recibir ayudas, trabajadoras del hogar que están completamente desprotegidas ante la ley y, ante unos recibos de agua, luz, gas, basura y alquiler que llegan mensualmente. El Gobierno hasta el momento solo ha regulado el pago de las hipotecas, pero el tema del alquiler de los pisos está en el aire. Carolina sabe que cuenta con dinero para pagar este mes, pero abril llega con muchas incertidumbres.
La realidad de Carolina contrasta con el imaginario colectivo en los países de origen, donde se cree que cuando se migra la vida es más fácil, se gana mejor y las condiciones laborales son excelentes. Contrasta, además, con la idea que ha replicado un medio de comunicación nicaragüense, afín al Gobierno, que tituló “la romantización de la cuarentena es un privilegio de clase” ¡Nada más alejado de la realidad!
Una vez más, la crisis hace eco de las desigualdades más estructurales y de la falta de justicia social. Hay propuestas para las y los empresarios, trabajadores autónomos, pero no para la mayoría de personas migrantes, que viven unos momentos en que más que la enfermedad, preocupan las facturas que están por llegar. Tanto Carolina como su pareja, dos jóvenes menores de 30 años priorizan su salario, -800 euros entre ambos -, en pagar los gastos básicos, comida, vivienda, transporte y ahorros. Ahora que se han quedado sin trabajo, son conscientes que el dinero se acaba y la angustia les acompaña cada día.
*Este texto fue publicado originalmente en Ciudadlatina.