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En estos días me he puesto a pensar mucho en cuánto hizo falta un curso de cocina en mis años de formación.
Mi mamá, aunque cocina delicioso, dice que “detesta” cocinar. A mi papá tal vez lo vi cocinando dos veces en toda mi vida. A mi abuela materna no le gustaba que la ayudaran en la cocina y a la paterna le salían bien dos o tres cosas.
Las tías y primas (biológicas y “de la vida”) más pacientes enseñaban y dejaban participar en la cocina, pero no estaban cerca siempre.
Salvo algunas manualidades con harina, palitos de helado, granos de arroz y frijoles negros, mi paso por la escuela, colegio y universidad no tuvieron ninguna (nin-gu-na) materia/curso/clase/asignatura donde se aprendiera uno a hacer un huevito frito.
Con este panorama familiar y académico que, imagino, es parecido al de muchos de ustedes, llegamos a la vida adulta e independiente con pocas o ninguna capacidad (y ni qué decir gusto) por la cocina. De ahí se desencadenan muchos de los problemas en nuestra relación con la comida.
Se nos “quema el agua”, se nos pega el arroz, no tenemos tiempo, odiamos ir a hacer las compras (porque ni siquiera sabemos escoger un tomate) y pare de contar.
En el momento en el que vi que muchas áreas de mi vida se estaban cayendo a pedazos por comer mal (entre otras, mi salud) me vi en la necesidad de aprender. Gran parte de lo que sé es gracias a Food Network. Ahí fue donde nació, para mí, la conexión entre la información (mi carrera, el periodismo) y la cocina.
Cuando la comida se comunica de cierta manera, puede despertar el interés y la curiosidad al punto que te animés a cocinar. ¿No creés que eso mismo pudo haber pasado en la familia y en las aulas?
¡Nunca es tarde para que te animés a cocinar! El curso que nunca llevaste para ello está en toda la información que tenés al alcance de tu mano, especialmente en internet.
La semana entrante te daré algunos consejos para que sepás cómo buscar bien información sobre comida, para que no caigás en trampas y consumás inteligentemente.