Perfiles
Juan Carlos Mendoza es un artista nica del tatuaje: “Siempre me consideré un mal dibujante”, reconoce.
¡Aaauch!, grita Aurora, mientras Juan Carlos retira la aguja de su cuerpo y limpia los restos de tinta que se salen de las líneas y puntos, marcados ahora en la piel de la muchacha. El tatuador se asegura que el diseño –una especie de lanza con trazos finos, que ha calcado en la pierna de su clienta– vaya conforme al dibujo que creó anticipadamente y le pide a la joven que aguante un poco más.
Ya están a punto de finalizar.
El ruido ensordecedor de la máquina hace rechinar los dientes, pero a Juan Carlos y Aurora parece no molestarles. Ambos están absortos en los suyo. Aurora aguantando el dolor y Juan Carlos concentrado en marcar delicadamente los colores y las formas.
Un pequeño bombillo adherido a su cabeza, parecido al que ocupan los mineros, le ayuda al tatuador a vislumbrar con exactitud los resultados de su trabajo. Después de más de dos horas, el tatuaje ya está finalizado. Limpia de nuevo con papel-toalla el exceso de tinta y le pide a la joven que se ponga de pie.
— A ver parate en esta silla para verte bien. Si hombré, quedó salvaje– dice el tatuador
–Me gusta mucho. Tomame una foto– agrega Aurora, mientras se para de puntillas para ver cómo se mueve el dibujo en los pliegues de su rodilla.
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Juan Carlos Mendoza, tiene 33 años y es considerado uno de los artistas del tatuaje más talentosos de Nicaragua, no solo por su manejo de las máquinas e indumentaria, si no porque gran parte de su trabajo es original. Las obras que marca en la piel de sus clientes provienen de diseños propios y se destacan por el uso del color, la geometría y el ‘dot work’, el uso de los puntos y líneas finas para crear formas.
Originario de Estelí, Mendoza atiende a sus clientes en una pequeña cabaña, a unos cinco kilómetros del casco urbano de La Dalia, en Matagalpa. Su casa queda justo al borde de un río, y la experiencia es tal, que para muchos hacerse un tatuaje con él es una especie de ritual. Para quienes viajan desde Managua, es toda una peregrinación llegar al estudio del artista.
Desde muy joven, Juan Carlos mostró interés por el dibujo, aunque confiesa que siempre se consideró un mal dibujante, se empeñó en practicarlo regularmente.
Paralelamente, en su adolescencia, surgió la inquietud por la ingeniería, y la manera en la que funcionaban las máquinas eléctricas. De hecho, su pasión por el tatuaje surgió a los 13 años, al construir una máquina artesanal para hacer tatuajes. Algunas de sus pruebas quedaron grabadas en su propio cuerpo o en el de sus antiguos compañeros de colegio.
“Tenía la referencia de los tatuajes por todos lados, vivía en Matagalpa y jugaba fútbol con los chavalos del barrio. Habían algunos chavalos que venían con sus tatuajes, y ya dibujaba y ya tenía interés. Me explicaron más o menos cómo funcionaba una máquina de tatuar y yo dije yo voy a hacer una de estas máquinas. Con un tenedor y con un lápiz de minas, así comencé a tatuar a alguna gente y a probar”, relató Juan Carlos.
Años después, esa inquietud se fue evaporando a medida que la necesidad por buscar una carrera profesional crecía. A los 18 años, Juan Carlos se trasladó a Managua para entrar a la carrera de Ingeniería Electrónica. Para él fue un punto de inflexión, y en ese momento dejó atrás sus aspiraciones relativas al arte, al dibujo y el tatuaje.
Retomó el dibujo después que una pareja suya le obsequiara un cuaderno y lápices. Pasó tres años dibujando sin cesar, solo por placer. Luego conoció a Hans y Dorian Serpa, dos hermanos que durante la primera década de los 2000 regentaron una de las tiendas de tatuaje y piercings más famosas de Managua: Ak-47. Ahí se formó Juan Carlos, usando su tiempo libre en la universidad para comprender cómo se utilizaban las herramientas, y realizando algunos diseños.
“Se me reactivó ese proceso de que a los 13 años estuve tatuando y me di cuenta que había un micro clima. Me iba empapando de toda esa movida y me gustó”, dijo el tatuador.
También entró a talleres de arte contemporáneo. Ahí encontró un enfoque teórico sobre las propuestas de sus diseños y dibujos, y pudo conjugarlo también con la Ingeniería y la creación de esculturas.
Sin embargo, el salto hacia el tatuaje como un trabajo regular se dio más bien por una cuestión económica. En 2009, Juan Carlos necesitaba ser independiente y encontró en su hobby, el balance necesario entre trabajo y placer.
“Fue un acto muy impulsivo, todavía estaba siendo mantenido por mi papa y él ya me dijo buscá qué hacer y justo tuve un accidente de motocicleta y con el dinero del seguro le pedí a una hermana que me trajera de Estados Unidos una cajita con un equipo de tatuar. Ya tenía algunas cosas que me servían para un portafolio, y por Facebook comencé a ofrecer mis servicios”, aseguró Juan Carlos.
Lo primeros proyectos los desarrolló en Managua, pero una visita a la finca de su mamá en La Dalia, fue suficiente para dar un giro y regresar a la zona donde pasó su infancia. Construyó una pequeña cabaña y desde hace cuatro años opera desde allí.
“Esperaba bajar costos y es divertido porque ahora tengo la agenda apretada, en Managua la gente no llegaba. Aquí es como un espacio de relajación y de salir de tu zona de confort. Aquí cambió la calidad de mi propuesta, mi portafolio de trabajo, tengo más tiempo para trabajar los diseños”, expresó el artista.
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Los primeros tatuajes de la historia humana datan de 2000 a. C en momias de la cultura Chichorro en Perú. Para muchas culturas alrededor del mundo, los tatuajes definen parte de su legado, sus costumbres y la manera en que ellos se identifican entre sí. Pequeños grupos étnicos en la Polinesia, por ejemplo, lo utilizan como parte de sus rituales.
En la sociedad moderna, sin embargo, el tatuaje ha llegado a tener varias connotaciones, definidas por el momento histórico, la moda o las referencias del diseño en sí. En algunos casos fue un símbolo de los grupos relacionados al Rock y al Punk, en otros, a subculturas específicas como la de las maras en Centroamérica. No obstante, el significado peyorativo que algunos encuentran en ellos ha ido disminuyendo, en la medida en que el tatuaje se ha abierto más a conjugar diferentes propuestas artísticas.
Ahora también nuestro cuerpo es un manifiesto de quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo, la representación de nuestras ideas y convicciones. Es por ello que lo que elegimos hacer con él nos define. Sin embargo, algunas personas como Juan Carlos, aseguran que no es del todo así y que la estética a veces es mucho más decisiva que el significado.
Para este artista, su trabajo no necesariamente está enfocado en que los diseños que realiza deban tener conceptos muy complejos, y más bien busca elementos simples como figuras geométricas, puntos y líneas.
“Mi trabajo es la simplicidad en el diseño. Yo a los clientes los voy orientando, vas como por experiencia limpiando todo lo que sobra. Cuando sobreracionalizas un tatuaje, y te quedés, hacé un diseño que tenga un gato una luna y un árbol. Yo voy cortando. A veces recurrimos a símbolos muy densos, es complicado porque la gente cambia. Yo lo que trato es que con los diseños que yo hago la gente pueda convivir para toda la vida”, indicó.
Su manera de trabajar implica más de 20 días de diálogo electrónico con sus futuros clientes. La mayoría llega desde Managua, así que desde el correo o Facebook van trazando el concepto y la idea de lo que será el resultado final del tatuaje.
Por ello, para Juan Carlos su trabajo es arte relacional, una corriente artística en donde es más importante la relación que se establece entre los sujetos a quienes se dirige la dinámica artística que el objeto artístico en sí.
“He venido creando una estructura, cero plagio, no hago reproducciones, las personas me dan una idea, veo cómo integro el elemento en el cuerpo, que eso también es importante y hablamos mucho de lo que ellos quieren”, manifestó el tatuador.
Otros clientes también utilizan diseños que Juan Carlos tiene guardados en su portafolio y que aún no han sido utilizados por nadie más. Tal es el caso de Aurora, que ya tiene tres tatuajes hechos por este artista.
Para ella, los tatuajes son parte de la decoración de su cuerpo y confiesa que no existe ningún motivo real o específico por el que se ha hecho cada uno de los diseños que tiene.
“Me quería retocar uno de los primeros que ya me había hecho, y hablando con él vi uno de los dibujos que ya tenía y me gustó. Simplemente decidí que me lo quería tatuar”, concluyó Aurora.
Que tuani leer sobre el trabajo de Juan Carlos, ese maje le hace swing 🙂