Tecnología
Crónica: El juego de realidad virtual que la capital agradece
Para alguien que solo sabía cómo llegar a su casa, a su oficina y a otros cuatro sitios, Pokémon Go me ha ayudado a encontrarme con mi ciudad
Todo empezó por unas pokebolas. Me había quedado sin ellas y la glorieta era una pokeparada. Así me di cuenta que en Managua, cerca de la Antigua Catedral, hay una de esas construcciones como kioscos diseñadas para amplificar el sonido. Suelen colocarse en los parques coloniales y basta situarse unos cinco o seis pasos atrás del centro de la glorieta y hablar de forma normal para que se escuche como si tuvieras un micrófono. Sí, lo sé, pero tienen que entenderme: yo, antes de Pokémon Go, prefería quedarme en mi casa.
Sabía poco de direcciones, de referencias populares o históricas de lugares. Managua es una ciudad complicada que no entiende de mapas y la idea de tener que enfrentarme al calor, al tráfico y al tedio de las calles me sofocaba, así que mejor no salía. Lo hacía cuando era estrictamente necesario.
Gracias a este juego de realidad aumentada he descubierto la ciudad en la que nací. También me he reído de algunos nombres que el sistema le da a ciertos monumentos o establecimientos, como al gimnasio ubicado en una estatua de Sandino que el juego identifica como un “Nicaraguan Cowboy”.
Admito que tengo un pésimo sentido de la orientación, pero al menos ahora me aviento más a andar por la capital. Tengo un nuevo motivo que me mueve. Si ando batería y paquete de datos, solo busco alguna de esas páginas de Facebook de Pokémon Go Nicaragua, veo una lista de las pokeparadas y me voy a recargar pokebolas.
Así he memorizado dónde quedan algunos lugares. Para alguien que solo sabía cómo llegar a su casa, a su oficina y a otros cuatro sitios, esto es un gran logro.
Un verdadero reto, por ejemplo, puede ser animarte a buscar un pokémon rarísimo, de los que salen en algún rincón complicado de Las Colinas. El otro día un amigo se encontró un Charizard ahí (un dragón gigantesco y uno de los pokémones más queridos de la serie) y desde entonces ese enredado lugar es un mito para algunos entrenadores que se lanzan a la búsqueda. Aunque yo procuro ir a zonas seguras: centros comerciales, parques, plazas con vigilantes. En estos tiempos los ladrones también juegan.
En la cacería de pokémones nos topamos con algunas sorpresas, que desconozco si son puestas adrede por la compañía Niantic o son mero producto de la casualidad, como que por el gimnasio Alexis Argüello a un amigo le salió un Hitmonchan (un pokémon boxeador), o que en una pastelería podés encontrarte un Jigglypuff (uno rosado y dulce), cantidades notorias de pokémones acuáticos en el Puerto Salvador Allende o incluso quienes aseguran que en el Parque Volcán Masaya podés encontrarte con pokémones tipo fuego como Magmar o que podés hacer evolucionar tu Charmander con un poco de paciencia y en alguna hora determinada del día.
Por Pokémon Go he aprendido también a lidiar con el tráfico. Algo que usualmente me ponía de mal humor ahora es idóneo para capturar pokémones o para que el juego cuente mis pasos, pues si el carro va a más de 30 kilómetros por hora, el sistema no los detecta. Los embotellamientos además son perfectos para hacer eclosionar los huevos que se te otorgan y que se rompen cuando recorrés dos, cinco o diez kilómetros. La verdad nunca me había sentido tan tranquilo en medio del tráfico de las cinco de la tarde.
Pokémon Go es bastante novedoso por la realidad aumentada, una tecnología que te permite ver de repente a un Vileplume (un pokémon tipo planta con una inmensa flor en la cabeza) en los paisajes de El Crucero. Me gusta porque te impulsa a salir de tu casa, de tu zona de confort. Pokémon fue (y está volviendo a ser) un fenómeno que atrapa desde los más pequeños hasta personas mayores.
Un viernes en Galerías Santo Domingo encontré una pareja de la tercera edad jugando. Él tendría unos 60 años y la mujer un poco menos, ambos con pijamas de médico y sus celulares detrás de un Growlithe (un perro de fuego) que se les hizo imposible encontrar. Niños que no habían nacido todavía cuando en los noventas todos seguimos a Ash Ketchum en sus inicios por la “Indigo League” pero ahora, generaciones después, pueden nombrarte a los primeros 151 pokémones y andan con sus familias capturándolos.
La aplicación ha retado a los tímidos. Se arman grupos con gente de la que ni siquiera sabés el nombre, cuando con tus amigos quedás de reunirte en X punto por WhatsApp y conocés a otros entrenadores a los que recordás por sus pokémones: “ahí está el maje que transfirió su Jolteon por error”, “el que trae a su niña diario a buscar pokémones con él”, “el broder del team valor con ese Snorlax tapudo que es demasiado difícil bajar en el gimnasio del parque Las Madres”.
Un Pokémon extraño aparece en el dañado sistema de rastreo y comienza el pequeño éxodo. Grupos de cinco o tres personas que nunca antes se habían visto buscando ese Dratini por el Triángulo de La Centroamérica…
Se arman giras a los departamentos. Personas que no tenían interés en salir de sus ciudades están explorando otros territorios con la esperanza de capturar un pokémon que no tienen. Granada, León y Masaya se llenan los fines de semana de grupos rastreando y conociendo con celular en mano.
Es un asunto de matemáticas a veces. En el juego se necesitan calcular los caramelos para evolucionar, los porcentajes de daños por ataques y los porcentajes de perfección de los pokémones para saber cuál es más conveniente para tirar a pelear cuando tengo que arrebatar un gimnasio para mi equipo.
“Los doctores recomiendan caminar al menos media hora diario para ejercitarse”… Díganselo a alguien que tiene un huevo de diez kilómetros a eclosionar. Te duelen los pies, pero puede ser un pokémon raro, de esos exclusivos para ciertas regiones del mundo.
Pokémon Go es un excelente juego en el que se siente la aventura. No, no soy desocupado. Tengo un trabajo y muchas responsabilidades, pero hay camaradería. Si sos de algún equipo, existen grupos de WhatsApp donde la gente se ayuda. Un día podés estar lleno de trabajo en la oficina, pero salta una notificación que dice: “Porygon en puerto” y todos empiezan a pedir el favor: “¡Loco, capturame ese jodido!” (No es trampa, es camaradería)
Espero que el juego siga teniendo mejoras y actualizaciones para solucionar algunos clavos que de repente salen. Me gustaría un día ver Managua como un otoño virtual, llena de pokeparadas con cebo en cada esquina, pero más que todo, espero que todos los escépticos le den una oportunidad al juego, se den una vuelta por su plataforma de descarga de aplicaciones y bajen la última versión. Tengo amigos que antes lo criticaban y les bastó menos de un día para volverse fanáticos. Y de paso redescubrir su ciudad.