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El cofrade y su tiradora
Cerca de esta barricada cayó Marcelo Mayorga. Su familia ha pedido deje de usarse la imagen de él, muerto en el suelo. Foto: Génesis Hernández

Marcelo Mayorga era uno de esos cofrades, pero este año ya no cargará a San Jerónimo. Ya no lo hará nunca más. Porque hoy lo cargaron a él. En un ataúd. Hacia el cementerio.

     

Los cofrades de San Jerónimo son fuertes y valientes. El 30 de septiembre y el 7 de octubre de cada año, ellos y los demás cargadores llamados “Peañeros tradicionales”,  transportan una enorme montaña hecha con mesones de madera forrados con hojas. Arriba, al lado de una palmera, va San Jerónimo. Debajo, entre las patas y barras de los mesones, cerca de trescientos hombres ataviados con sus camisetas con la imagen del santo, sus pañoletas, sombreros y botas. Todos ellos, como una sola alma, cargando y bailando al patrono de Masaya por toda la ciudad.

Marcelo Mayorga era uno de esos cofrades, pero este año ya no cargará a San Jerónimo. Ya no lo hará nunca más. Porque hoy lo cargaron a él. En un ataúd. Hacia el cementerio.

“La bajada de San Jerónimo” es una alegre pieza musical que es prácticamente un himno en Masaya. La ejecutan en la marimba y la tocan también los chicheros. Si hoy en el funeral de Marcelo alguien hubiera cerrado los ojos se habría sentido como en las fiestas patronales de la ciudad, cuando esa música suena por todos lados. Pero esta mañana era diferente, pues “La bajada” sonó sin parar desde que Marcelo salió por última vez de casa de su suegra, hasta que entró a la Parroquia de San Jerónimo. El cofrade asesinado, vestido con su camiseta azul con el santo al frente y el sombrero negro tan típico de los cargadores, era llevado en hombros a despedirse de “Chombo”.

La imagen de San Jerónimo, Doctor de la Iglesia por traducir la Biblia del griego y del hebreo al latín, representa a un anciano de barba blanca, descamisado. Tiene un león a la par, una cruz en la mano izquierda y una piedra en la derecha. Esa piedra la necesitó Marcelo. Ha recorrido el mundo la cruel fotografía de su muerte. Está boca abajo en plena calle, vestido con jeans, una sudadera y con una mochila en la espalda. Cerca de él, a la derecha está su gorra negra y en su mano izquierda todavía sostiene su “arma”: Una pequeña tiradora hecha de madera y hule. Tal vez el patrono no le prestó su piedra para que la lanzara con la tiradora, pero sí debió verlo caer porque la bala asesina lo mató a solo una cuadra de su templo.

Las barricadas en Masaya, la “Ciudad de las Flores”, siguen levantadas. En la dolorosa foto de Marcelo ayer y en su cortejo fúnebre hoy. Hubo que esquivarlas y bordearlas, pero la gente siguió adelante y también la música. En la calle central del Barrio San Carlos hubo que pasar dos seguidas, al atravesar la primera alguien gritó “¡Comandante Marcelo Mayorga!” y la multitud respondió a una voz “¡Presente!”. Esto se repitió tres veces. En la siguiente barricada, aquel féretro sencillo y liso que no tuvo más adorno en su velorio que unas sencillas flores de patio y un pequeño arreglo artificial hecho por una vecina, pasó bajo una manta que rezaba “En Masaya ya no hay flores, ¡Solo huevos!”.

Esa misma vía, hasta el asfalto, cuenta la realidad de Masaya, hay miles de pedacitos de vidrios quebrados y dibujos hechos con tiza blanca de hombres cargando morteros y varias veces repetida la frase “que se rinda tu madre”. Sobre los vidrios, los dibujos y la frase, pasó Marcelo. Y su esposa con la bandera de Nicaragua al cuello. Y su hijo mayor, un adolescente, cargando el ataúd. Y su hijo menor, apenas un niño, llevando el estandarte de la Cofradía de San Jerónimo. Y muchos vecinos y amigos. El aguerrido cofrade de la tiradora, un hombre solo que ayer fue atacado mortalmente por todo un batallón armado hasta los dientes, hoy dio su último paseo por Masaya, su ciudad, la ciudad que defendió con su propia vida.

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