En pantalla
Gloria Carrión ofrece una película intensamente personal donde quiere descubrir la razón de su conflictiva relación con la historia familiar y la Revolución Popular Sandinista.
La gesta revolucionaria es un evento tan dramático, que a casi 40 años de su punto culminante, sigue definiendo la identidad del país. También arrolla a su paso todo lo que encuentra. Las sombras intrínsecas al proceso se desestiman. Se invocan a los héroes y mártires como capital político. Peor aún, el actual Gobierno ha fundido el mito con su agenda totalitaria, mientras construye una dictadura no muy diferente a la derrocada en 1979.
Acuerdos en la magnitud del episodio, unos pocos de sus protagonistas pretenden manipular la historia. Afortunadamente, poco a poco, las nuevas generaciones toman medida de lo que el evento significó para ellos, matizando la narrativa impuesta. Véase el libro testimonial “Perra Vida” (Juan Sobalvarro, 2006), recientemente reeditado, y la película “Palabras Mágicas” (Mercedes Moncada, 2012). En esta corriente se inserta “Heredera del Viento”, el largometraje documental de Gloria Carrión Fonseca.
La cineasta ofrece una película intensamente personal, construyendo un diálogo intergeneracional para sanar sus propias heridas. Tres personas hablan en primera persona de sus experiencias: Carlos Carrión, el padre, joven de clase media que se convierte en guerrillero en los setenta. Ivette Fonseca, la muchacha que conoce en la clandestinidad, y Gloria, la hija que conciben en el furor del triunfo revolucionario. Los muchachos idealistas se convierten en líderes militares, altos mandos, estrellas de la burocracia. La avanzada de la contra cobra la vida de un hermano. La revolución debe ser defendida. Los niños quedan con los abuelos mientras los padres cumplen su deber. Es lo que hay que hacer, ¿verdad?
Quizás, pero es una decisión que arrastra consecuencias insospechadas. La hija primogénita crece anhelando la presencia de sus padres. La revolución es como una hermana mayor que absorbe toda la atención. Nada ni nadie puede competir con ella. Ya adulta, la directora quiere descubrir la razón de su conflictiva relación con la historia familiar y el país que la vio nacer. Para descubrir su verdad, investiga las vidas de sus progenitores, entrevistándolos para reconstruir su propia historia.
El grueso del metraje está constituido por entrevistas testimoniales que la hija realiza con los padres. Juntos y por separado, los interroga sobre el pasado, la introducción en la guerrilla, los horrores de la prisión y la tortura, y el júbilo del triunfo. Algunos encuentros se escenifican en los mismos escenarios donde ocurrió la acción, años atrás. Carrión y Fonseca, ahora en mediana edad, recorren como viajeros de otra dimensión estos lugares familiares. En otros momentos, los interpela por separado, descubriendo diferentes grados de evasión y honestidad. La directora también ofrece su punto de vista a través de una intermitente narración, que va conduciendo la trama hacia una confrontación lacerante.
Los sobrevivientes quedaron marcados, pero al menos están vivos. La película alude acertadamente a los muchachos que engrosaron las filas del Ejército Sandinista a través del Servicio Militar. En uno de los momentos más fuertes, el excomandante que los animaba a ir al frente de guerra desde las plazas asegura compartir el dolor y el miedo de los reclutados. Muchos no regresaron. Su hija va más allá, buscando a algunos campesinos del otro bando, “contras” que se levantaron no por rescatar el somocismo, sino parar defenderse de los abusos del proceso revolucionario. No sabemos qué piensan Carrión y Fonseca de sus viejos enemigos. Al expandir su foco de atención, la película no logra atar este cabo suelto. Necesitaremos más películas, libros, y terapias para reconciliar realmente a este país roto. Aunque este hilo narrativo podría pertenecer a una película diferente, al menos sugiere que las nuevas generaciones pueden ser capaces de trascender las diferencias ideológicas y reconstruir una nación aún dividida.
Al compartir este ejercicio de terapia familiar en la forma de una película, Carrión interpela al espectador para que haga lo propio. Los recursos históricos que ilustran los testimonios de sus padres nos implican directamente. Las imágenes también son nuestras, están clavadas en nuestra memoria. Estos traumas, estos fantasmas, les pertenecen también a todos los nicaragüenses. Mientras más pronto los confrontemos, más posible será no repetir los errores del pasado.
“Heredera del Viento”
Dirección: Gloria Carrión
Duración: 88 minutos aprox.
Clasificación: * * * (Buena)