Perfiles
El día de su sepelio bailaron folclor frente a su féretro, tocaron la marimba y lloraron por él. Fue el mejor homenaje para un joven que huyó de su casa para luchar por Nicaragua.
Gerald Vázquez dejó la venta de frescos, con lo que apoyaba a sus padres, y salió de su casa el siete de mayo para atrincherarse con los estudiantes que protestaban en contra del régimen de Daniel Ortega desde los corredores de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua).
Regresó a su casa, con mucha hambre, recuerda su hermana y les prometió no volver a marcharse. Sin embargo, su madre todos los días antes de irse a trabajar le recordaba que no se fuera y lo dejaba «vigilado» con sus hermanas. Pero al quinto día de haber vuelto se volvió a fugar, pero esta vez dejó una nota para su mamá:
“Vivo me voy, vivo volveré. No me lleguen a buscar porque no voy a regresar. Cuando vuelva les ayudaré a vender para sacarlos adelante. ¡Patria libre o morir!”, esa fue su promesa escrita en un pedazo papel.
Una bala en la cabeza acabó con su vida. Fue asesinado por los paramilitares que asediaron durante 17 horas continuas esa universidad y la parroquia Divina Misericordia donde se resguardaron tras el violento ataque que inició la noche del 13 de julio. Sus amigos atestiguan que fue un incansable resistente, y eso sentenció su muerte.
Gerald era el artista de la familia y el animador entre sus amistades, el que reía, el que bailaba, el que vivía el patriotismo al son de la marimba. Por eso, aún en su honras fúnebres lo despidieron al compás del zapateado y del paso sencillo del folclor nicaragüense.
El día que se atrincheró
Cuando se enteró que los estudiantes se tomarían la universidad, no lo pensó dos veces para volcar su apoyo. Él estudiaba Técnico Superior en Construcción en la UNAN, no había podido matricularse el primer semestre, pero sus papás le prometieron apoyarlo para el segundo.
Gerald apoyaba a su mamá a vender refrescos naturales y los ofertaba en la empresa donde trabaja su papá. Susana López, su mamá, recuerda que el siete de mayo, llegó “sofocado” con los refrescos y le pidió permiso para ir a hacer un mandado. Le dijo que le dolía el estómago y que quería ir a la universidad para preparar su matrícula. A ella le pareció extraño, pero le concedió el permiso.
“Dame permiso chu chu», le insistió con tono cariñoso. Su madre tenía temor pero ante sus ruegos le dijo: «andá pero no te me dilatés».
«No mama, te lo prometo, te lo prometo», recuerda. La abrazó y le dio un beso.
Al caer la noche, ella se enteró que la universidad estaba tomada por los estudiantes, y Gerald no andaba matriculándose, si no jugándose la vida por la lucha de la autonomía universitaria, la justicia y la democracia.
“No era terrorista”
Ante las ráfagas aniquilantes de los paramilitares, Gerald se vio obligado a replegarse junto a sus compañeros en la parroquia Divina Misericordia. Estando ahí, sufrió el atudirmiento que produce la explosión de una bomba cerca del rostro, pero eso no fue una excusa para abandonar la trinchera. Según su papá, Yader Vázquez, esa madrugada su hijo también recibió un charnelazo cerca del pecho, pero siguió al frente.
Cuando se disponía a lanzar un mortero, una bala atravesó su cráneo de lado a lado. Él estaba agachado. “Si él se hubiese agachado un poco más, no le hubiese pasado nada”, lamenta su mamá.
El periodista Ismael López también estuvo refugiado en el templo católico, y contó al programa televisivo Esta Semana, que Gerald visitó el puesto médico improvisado en la parroquia dos veces. La segunda vez llegó a las 4:00 a.m. con un disparo en la cabeza. Agonizó frente a los otros jóvenes, religiosos y periodistas refugiados. Sus amigos lo alentaban, le pedían que luchara en contra de la muerte, pero esa batalla la perdió.
«Tu voz gritando: ¡que se rinda tu madre! aún hace ruido en mi corazón como una gigante bomba de contacto», escribió en sus redes sociales un amigo que le acompañaba desde las trincheras.
«Aunque ellos (el Gobierno) dicen que desalojaron a los terroristas que tenían tomada la universidad, es mentira, porque los muchachos más bien la tenían nítida, si hubieran sido terroristas la habrían destruido mucho antes», relata Susana. Cuenta que en los días que Gerald llegó a visitarla le contó que la estaban cuidando «porque ese es el futuro de todos los muchachos que vienen saliendo de la secundaria».
Su vida al son de la marimba
El día de su muerte lo vistieron de traje típico. Su mamá y sus amistades bailaron folclor frente a su féretro, tocaron la marimba y lloraron por él. Fue un tributo en medio de una masacre social que enaltece el valor de la lucha cívica y su patriotismo.
Gerald comenzó a bailar folclor desde los cinco años. Su mamá recuerda que el amor por la danza nunca se disipó. “Desde chiquito, no podía escuchar una música porque le gustaba bailar. Cuando venía el concurso de la india bonita, todos dejábamos de hacer las cosas, aunque la casa estuviera sucia, y salíamos a apoyarlo”, recuerda.
“Él siempre me invitaba, mama vamos a bailar», recuerda. Por eso en el momento de su sepelio Susana sintió ganas de bailar. «Él siempre me decía bailemos”, cuenta Susana con una sonrisa inalterable y con la misma fuerza que tenía el día del sepulcro.
“¡Gerald Vázquez, presente!”, gritaba Susana el día del sepelio. Su voz sonaba con fuerza entre la gente y sin llorar. “¡Él era estudiante, no era delincuente!”, decía mientras encabezaba el camino hacia el cementerio.
“Él me está viendo desde el cielo, decía yo, entonces ahí comencé a agarrar fuerza, entonces yo comencé a decir: ¡Gerald Vázquez presente!”
Ahora, en su cuarto solamente quedan los caites, las guayaberas, los pantalones, los sombreros y las fotografías que retrataron su patriotismo y amor por su cultura.