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Hillbilly Elegy: Las estrellas van al purgatorio de la clase trabajadora
Hillbilly Elegy

El flagelo de la pobreza cede protagonismo al mito de superación en Hillbilly Elegy, nuevo estreno de Netflix que apela a premio actorales.

     

El adolescente J.D. Vance (Owen Asztalos) termina sus vacaciones de verano en Jackson, Kentucky. Antes de regresar a la vida urbana en Middletown, Ohio, la familia extendida se toma una foto para conmemorar el momento. Será el primer fotograma de un montaje de fotos similares, mostrando lo que asumo son varias generaciones de antepasados en el mismo lugar, en la misma pose. La secuencia sugiere un sentido histórico en la narrativa, y un presente informado por el pasado. Pero la sobriedad de este momento es el prematuro clímax creativo de Hillbilly Elegy.

J.D., como joven adulto (Gabriel Basso), domina la trama. Es el primero en su familia en llegar a la universidad, Yale, una de las reconocidas “Ivy League”. El joven proletario trabaja en un restaurante para completar la beca que le permite estudiar Derecho. Su futuro luce prometedor: está bien posicionado como candidato a una pasantía de verano en una competitiva firma de abogados en Washington, DC. Pero una llamada inoportuna complica sus planes: su madre adicta, Bev (Amy Adams), ha sufrido una sobredosis de heroína. Su hermana, Lindsay (Haley Bennett), no sabe qué hacer. ¿Podrá nuestro protagonista resolver la crisis del momento, y presentarse a tiempo en una entrevista laboral?

El sentido de urgencia nunca se manifiesta, en parte porque el guion de Vanessa Taylor diluye el flujo narrativo con una estructura de flashbacks progresivos que cubren momentos claves en el proceso de maduración de J.D. En estas estampas, la abuela Mamaw (Glenn Close) se convierte en la figura maternal funcional, mientras Bev sucumbe ante malas parejas y peores drogas. Desde el margen, Lindsay ofrece una perspectiva sobre las dinámicas de poder de la familia. Si Bev es un desastre, es porque su propia madre contribuyó a ello. Otros flashbacks muestran la violencia intrafamiliar que abonó el colapso de la progenitora.

Para Mamaw, asumir responsabilidad por el nieto es una especie de acto de expiación. Close iza la bandera de la exageración, interpretando a la abuela como si estuviera poseída por Robin Williams en “Popeye” (Robert Altman, 1980). En una escena particular, la abuela espanta a las malas influencias que atentan con descarrilar a J.D. Uno de los pequeños trúhanes es polaco, lo que permite poner en boca de la anciana un chascarrillo racista. Por supuesto que hay racismo en el proletariado, pero el tono celebrante deja un mal sabor.

La película guarda toda su indignación para la condescendencia hacia los blancos pobres: véase la escena en que un abogado es escarmentado por hacer chistes de rednecks (“cuellos rojos” es el insulto que delata la dependencia de los sujetos en la labor manual). El hecho que J.D. tenga una novia morena, hija de migrantes de la India, se convierte en un dato superficial. El personaje de Usha (Freida Pinto) es una presencia beatífica, idealizada y remota, siempre separada de la acción central.

Hay algo enervante en su contemplación de la pobreza como un estado desafortunado que puede superarse únicamente con esfuerzo personal. Este mito neoliberal convenientemente deja a un lado los problemas estructurales y asimetrías en la distribución de la riqueza, a la vez que ignora las ventajas de los privilegiados. En el desenlace, la necesidad de establecer límites a la codependencia de la madre adicta coincide con el acto de dejar de cuidar de ella y preocuparse por sí mismo – o más bien, su propia carrera -. Ayn Rand estaría orgullosa.

Adams es inquietante al canalizar la furia interna de Bev, y al mostrar los bajos fondos de la adicción. Lástima que las decisiones creativas oscurezcan su humanidad y la reduzcan a catalizador de conflicto. Es la actriz titular, pero su lugar cimero en los créditos iniciales es engañoso. Su personaje es una distracción, apenas un obstáculo en el camino al éxito. El predicamento de J.D. consume el metraje, y es decididamente lo menos interesante de la película. Quizás Hollywood, con su amor por la exaltación del triunfo, sea simplemente inadecuado para considerar la pobreza que contradice el sueño americano. Tendrá que recurrir al cine independiente para satisfacer su curiosidad, con películas como “Winter’s Bone” (Debra Granik, 2010) y “The Florida Project” (Sean Baker, 2017).

“Elegía Rural”
(Hillbilly Elegy)
DIRECCIÓN: Ron Howard
DURACIÓN: 1 hora, 56 minutos
CLASIFICACIÓN: * * (Regular)
*Disponible en Netlfix