En pantalla
"Jojo Rabbit" eventualmente aprende que el fascismo es malo. Pero es más interesante contemplar las contradicciones de la gente que trata de sobrevivir en él.
“Jojo Rabbit” es el apodo que el pequeño Johannes Betzler se gana en un campamento de la Juventud Hitleriana, cuando fracasa a la hora de seguir instrucciones de matar a un conejo. El niño tratará de sobrecompensar esa falta de valor. Jojo es un fascista genuino. O al menos, tan genuino cómo puede serlo un niño que crece alimentado por la propaganda del II Reich.
Su fanatismo es tan agudo, que Hitler (Waititi) es amigo imaginario. Su padre es un soldado que ha desaparecido en combate, en Italia. Su madre, Rosie (Scarlett Johansson), es secretamente una disidente. Ella oculta en su casa a Elsa (Tomasin McKenzie), una muchacha judía. Es una situación imposible, que se complicará aún más, a medida que los aliados cercan Berlín.
Waititi es también autor del guion basado en la novela “Caging Skies”, de la escritora norteamericana Christine Leunens. Esto prueba su nivel de compromiso con esta una comedia absurda que trata diagnosticar el problema del odio. Su premisa de fondo es que el fascismo es tan absurdo, que la ridiculez es inherente al sistema.
Sin embargo, la película aparece en un momento en el cual existe alarma ante cierta normalización de la “supremacía blanca” en la palestra pública, así como numerosos ataques violentos de matiz antisemita. “Jojo Rabbit” ha sido criticada porque su estrategia de infantilizar el fascismo puede servir para desestimar una amenaza aún latente.
Hitler como niño malcriado
No hay – ni debe haber – nada sagrado para los humoristas. Y en términos comerciales, es admirable que Waititi arriesgue su credibilidad taquillera con un proyecto como este. Sin embargo, su comedia es tan ligera que apenas araña la superficie del fenómeno que pretende.
El elemento más divisivo, el “Hitler como niño malcriado”, es una caricatura simple, con el peso añadido de que cobra vida a través de la persona del mismo director. La película funciona mejor cuando se preocupa por personajes sin ese pesado bagaje histórico. El dilema del hombre común viviendo en bajo el puño totalitario es terreno más fértil para la observación cómica. Nosotros mismos, en Nicaragua, contemplamos como la alineación conduce a la alienación.
«Jojo Rabbit» eventualmente aprende que el fascismo es malo. Pero es más interesante contemplar las contradicciones de la gente que trata de sobrevivir en él. Véase la tensión homoerótica entre el capitán Klezendor (Sam Rockwell) y su subalterno Finkel (Alfie Allen). Los mejores chistes vienen cuando la situación va a extremos más absurdos: el mejor amigo de Jojo, Yorki (Archie Yates), es tratado como soldado adulto, con un fusil más grande que sí mismo.
«Jojo Rabbit» no es tan peligrosa como debería
Puedo disculpar las flaquezas de la premisa y su ejecución, pero es desconcertante que Waititi emule el estilo de Wes Anderson. El director de “The Grand Budapest Hotel” (2014) no inventó la estética de casa de muñecas, pero ha sabido refinarla hasta convertirla en su marca de fábrica. “Jojo Rabbit” parece una imitación.
Podemos conectar la estilización con el punto de vista infantil del protagonista, pero en el balance, le resta fricción a la sátira. Sería más fuerte si tuviera lugar en un plano más parecido a la realidad. Antes de jugar en la fantasía corporativa de Marvel con “Thor: Ragnarok” (2017), Waititi nos regaló “What We Do In the Shadows” (2014), una hilarante comedia sobre un grupo de vampiros milenarios sobreviviendo en la Nueva Zelandia contemporánea. Filmada como una especie de “reality show”, dejaba que la banalidad del entorno potenciara la ridiculez intrínseca de sus protagonistas.
“Jojo Rabbit”, seguramente confinada al plano de la fantasía caprichosa, no es tan peligrosa como debería ser. También palidece en comparación a otros ejercicios recientes de sátira política, como “The Death of Stalin” (Armando Iannucci, 2017), criminalmente inédita en Nicaragua – donde la eventual muerte del comandante desatará sin duda alguna una situación similar -.
Aun así, puede disfrutar de las actuaciones del reparto, en especial de Thomasin McKenzie, a quien debe ver en “Leave No Trace” (Debra Granik, 2018) lo más pronto posible. Y nuestro propio bagaje histórico aporta sustancia: cualquier sobreviviente de los ochenta reconocerá la perversa politización de la infancia – el espíritu de la ANS sigue vivo en las escuelas públicas empapeladas de afiches orteguistas -. Pero claro, esa tragedia nacional es ajena al cálculo de los cineastas.
“Jojo Rabbit”
Dirección: Taika Waititi
Duración: 1 hora, 48 minutos
Clasificación: (Recomendada con ciertas reservas)
* Nominada a 6 Óscares, incluyendo Mejor Película.